Julia y Clara Kuperberg o cómo las guardianas de Hollywood han decidido reivindicar a las mujeres invisibilizadas de la Edad de Oro

Hermanas y documentalistas, han puesto la lupa sobre la Meca del cine para reivindicar a mujeres invisibilizadas durante la Edad de Oro en Hollywood y reparar algunas de las injusticias del cine que despertó su vocación.

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La productora de documentales de las hermanas Clara y Julia Kuperberg (París, 1975 y 1981 respectivamente) se llama Wichita Films en un guiño cinéfilo al pueblo donde el legendario Wyatt Earp impartió justicia en el Lejano Oeste. Esta referencia a un escenario de tiroteos es una broma privada sobre los riesgos de trabajar en familia. Tras 16 años y 49 películas, la sangre no ha llegado al río, aunque sí se ha forjado una indignación compartida frente al trato que recibieron las mujeres en el Hollywood clásico.

«Nosotras empezamos a trabajar mucho antes del movimiento #MeToo: que una película tuviera una mirada masculina o femenina era un aspecto en el que no reparábamos, así que te diría que nos hemos hecho mayores documentando y que, como en todas las relaciones, hemos descubierto una parte oscura de la persona que amamos. Seguimos enamoradas del Hollywood de los años 20 a 60, pero de manera diferente», concede Julia.

El último trabajo de las hermanas Kuperberg ha sido Gentlemen & Miss Lupino, un documental dedicado a la actriz y cineasta Ida Lupino, la única mujer que formó parte del Sindicato de Directores de América en los años 40 y 50. Sus pares masculinos ascendían a 1.300.

La pionera es recordada como una de las grandes actrices desde principios de los años 30 hasta finales de los 50. Compartió planos con Humphrey Bogart y Edward G. Robinson y actuó a las órdenes de Raoul Walsh, Michael Curtiz y Fritz Lang, pero poco se sabe de su trayectoria como directora. Quizás porque en la puritana América, Lupino abordó temas como el aborto, la violación y la bigamia. «Cuando descubrimos el proceso de invisibilización femenina cometido por Hollywood, montamos en cólera. Nos ha hecho falta desmitificar aquella era para volver a amarlo, asumir que esos productores que nos hacen soñar son seres humanos, con sus defectos», reconoce Julia.

Las Kuperberg han dedicado monográficos a Orson Welles (This is Orson Welles) y Douglas Fairbanks (Douglas Fairbanks: je suis une légende), a revelar la labor fundamental de luminarias como Greta Garbo, Marlene Dietrich, John Ford y Josephine Baker en el fin de la II Guerra Mundial y a detallar las argucias de Lubitsch, Capra o Hitchcock para esquivar la censura moral que imponía el Código Hays. Sin embargo, desde 2015, cuando estrenaron su documental Et la femme créa Hollywood, se han centrado en saldar cuentas con la misógina Meca del cine. «Poner el foco en Alice Guy, responsable de la primera película hablada, en Lois Weber, directora de más de 300 filmes en una década, y en la guionista Frances Marion, ganadora de dos Óscar, nos da esperanzas, porque aunque hayan sido olvidadas, existieron», distingue Clara. Su próximo trabajo tendrá como protagonista a Dorothy Arzner, la única directora que hizo el salto del cine mudo al hablado en los años 30 con éxito. «Vestía de hombre, era abiertamente lesbiana, realizó películas homoeróticas muy conocidas entonces e inventó el micrófono de jirafa», detalla Clara.

Wichita Films contó en un principio con un tercer socio, Robert Kuperberg, padre de las hermanas, productor, realizador y colaborador de Joseph Losey en la película El otro señor Klein (1976). Cuando su progenitor se apeó del proyecto, Clara y Julia asumieron a medias la empresa familiar. Desde entonces, se documentan, escriben y montan a cuatro manos, y todos los años emprenden viaje un par de meses a EE.UU. para preparar hasta tres películas en paralelo.

«Hemos descubierto una cara oscura del cine que amamos»

A pesar de ser parisinas, en Hollywood nunca se han sentido como intrusas. Sus películas cuentan con testimonios de profesionales del más alto nivel en la industria, como Brad Pitt, Jodie Foster y Oliver Stone. «Allí nos dicen que es una locura, porque somos las únicas que se interesan por su cultura. A los norteamericanos les importa un pimiento. Tienen el Museo de los Óscar y ya. No les despierta interés su patrimonio, nadie habla de su legado, así que nos lo agradecen», se asombra Julia.

Tras década y media de inmersión, la pareja de directoras tiene autoridad suficiente para señalar dónde radica esta fascinación global. «La política de los grandes estudios cinematográficos siempre ha sido considerar las películas como productos. En sus inicios, no había noción de arte ni de autor, sino de industria, y a partir de ahí, crearon un símbolo que se exportó a todo el mundo. Tras el letrero de Hollywood hay todo un trabajo de mercadotecnia», apunta Clara.

Algunas de las mujeres estudiadas por Clara y Julia Kuperberg: la actriz Rita Hayworth, la cineasta Dorothy Arzner y la actriz, productora y directora Ida Lupino / D.R.

También de propaganda. El negocio del celuloide ha sido determinante en la extensión del poder de EE.UU. en el mundo. Sus películas han colonizado el planeta, extendiendo el American Way of Life. «El cine no sólo ha exportado la Coca-Cola, sino todo un estilo de vida consumista, así como un sistema de valores, extremo que se plasma en el género del western, muy maniqueo, de buenos y malos», propone Clara como ejemplo.

En las décadas que han sido su objeto de estudio, imperaba el racismo, la homofobia y el machismo, con protagonistas codificados en arquetipos. «Los personajes debían responder a los estereotipos WASP (blanco, anglosajón y protestante), porque ese era el grupo social que acudía mayoritariamente al cine, ya que EE.UU. era segregacionista», expone Julia.

Wichita Films produjo un documental dedicado a la discriminación nipona tras el bombardeo de Pearl Harbour, L'ennemi japonais à Hollywood, donde denuncian la práctica yellowface, esto es, la dinámica habitual por la que los actores blancos se caracterizaban como asiáticos. Marlon Brando, Katharine Hepburn y Mickey Rooney fueron solo algunos de los actores que se prestaron a la mascarada de prótesis y de acentos impostados. Cualquier cosa antes que contar con interpretes asiáticos. No fue la única comunidad estereotipada y expoliada, como probaría la escasa representación latina o negra.

«En Hollywood nos dicen que somos las únicas que se interesan por su cultura, por su patrimonio»

El proceso inverso fue el vivido por estrellas de rasgos étnicos para ajustarse al físico de la élite caucásica, como Margarita Carmen Cansino, nombre de cuna de Rita Hayworth, sometida a un proceso de blanqueamiento y transformación estética antes de erigirse en estrella glamurosa y aceptable para los estándares de Hollywood. Ese caso en concreto las hermanas Kuperberg lo han documentado en un monográfico sobre la mujer que escandalizó al mundo quitándose un guante en Gilda. «Con ese nombre y ese aspecto parece la quintaesencia de la estrella estadounidense, pero en realidad era española», comparte Clara.

Su documental, titulado La creación de un sex symbol, revela cómo la obligaron a adelgazar, le arrancaron las muelas para afinar su rostro y la sometieron a dolorosas sesiones de electrólisis para eliminar el exceso de vello en la frente.

Las hermanas Kuperberg se han enfrentado a no pocos obstáculos para discernir realidad de mito. A fin de despertar la admiración del público, Hollywood inventaba nuevas identidades y reescribía las vidas pasadas de las estrellas. «Las historias de amor entre los actores eran casi todas falsas, se ocultaba su homosexualidad, se inventaban parejas, y los tabloides eran fundamentales para forjar esas leyendas», se extiende Clara con conocimiento de causa, porque también dedicaron una película a las periodistas más cotillas de los años 30, 40 y 50, las inmisericordes Hedda Hopper y Louella Parsons, a su vez enemigas íntimas entre ellas.

A pesar de toda la falsedad, las hermanas prefieren cualquier tiempo pasado a lo que han precipitado las redes sociales. «Todas las estrellas están en Instagram como simples mortales. Se fotografían en casa, desmaquillándose… Las redes han matado el star system, porque deconstruyen los mitos», se lamenta Clara. Julia la secunda: «Antes, el poder estaba en la discreción y en el misterio, pero ahora, cuantas más stories cuelgan en pijama, más suben los seguidores. Es un poco triste, sentimos nostalgia de cuando las estrellas eran glorificadas».

Su historia de amor con Hollywood tiene que ver con su misma génesis, con la etapa en que Los Ángeles era una tierra de naranjas y magnolias que incorporó un sinfín de innovaciones replicadas en las cinematografías de todo el mundo. «Cada vez que rodamos un documental nos surgen ideas para diez más. Es interminable, un siglo de historia donde hay traiciones, violencia, discriminación de raza y de género, pasos formidables para la emancipación de la mujer... Es la leyenda la que nos hace soñar y no la actriz preparando un pastel en su cocina».

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