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Dice Rebecca Solnit (Bridgeport, Estados Unidos, 1961) que la ficción está sobrevalorada. Ella prefiere y practica una literatura mucho más comprometida. Ensayista multipremiada e intelectual combativa, es, sin duda, una de las pensadoras feministas más importantes del mundo.
Su obra, que a menudo mezcla la experiencia personal con el análisis cultural y el periodístico, saltó a la fama hace una década con Los hombres me explican cosas, en el que acuñó el término mansplaining, la odiosa manía de algunos hombres por explicar el mundo de manera condescendiente a las mujeres que les rodean.
Pero su compromiso político y medioambiental va mucho más allá de haber bautizado un fenómeno. Por algo el New York Times dice de ella que es la «voz de la resistencia». Lo demuestra otra vez en su último libro: El camino inesperado (editorial Lumen), un volumen de ensayos en el que se hace preguntas filosóficas («¿cuáles son los matices del hielo?») y sus respuestas nos muestran que siempre hay alternativas.
Mujerhoy. De su nuevo libro se ha dicho que es un antídoto contra el desconsuelo. ¿Era esa la idea cuando decidió escribirlo?
Rebecca Solnit. Ese ha sido mi objetivo desde el ensayo sobre la esperanza que publiqué en 2004. Cómo ayudar a las personas a entender el mundo y el poder que tiene la gente común para cambiarlo. Consiste en darles herramientas para participar, resistir y ejercer ese poder.
Últimamente, no es sencillo mantener el optimismo. ¿A qué se aferra usted?
La esperanza es para los tiempos difíciles. Si hay un principio básico, es que las cosas cambian: España ya no está gobernada por un dictador, la Unión Soviética no existe, los países del Este se liberaron, los dictadores sirios fueron expulsados en diciembre, los estudiantes en Bangladesh derrocaron al gobierno autoritario el verano pasado… El mundo cambia, para bien y para mal. Y el antídoto contra las malas historias son las buenas historias, las que le recuerdan a la gente el poder que tiene. Cuando Donald Trump fue elegido en 2016, asumí una responsabilidad personal por defender la esperanza y no voy a detenerme ahora.
¿Optimismo y esperanza son lo mismo?
No. Optimismo es la idea de que todo va a ir bien. Eso no exige nada de nosotros, porque significa que el futuro es inevitable. Yo veo el futuro como algo que estamos creando en el presente. Hacer las cosas que ayudarían a construir un futuro mejor depende de si tenemos esperanza en nuestro poder, si nos organizamos, si nos mantenemos firmes y si somos capaces de aprender del pasado.
Afirma que la imaginación es el territorio más importante que hay que conquistar. ¿Por qué?
Mucha gente no es capaz de imaginar que nuestro mundo podría ser diferente, que hay una alternativa al capitalismo. El mundo era muy diferente hace cien años y será muy diferente dentro de otros cien. En muchos aspectos es peor, particularmente en lo que tiene que ver con la tecnología y su manipulación, pero también ha mejorado en derechos humanos, igualdad, democracia, descolonización o en cómo entendemos nuestra interconexión con la naturaleza. Sé que el cambio no es solo posible, sino inevitable. Y si trabajamos, podemos decidir cuál será. Donald Trump es presidente porque un tercio de los americanos no votó, quizá porque no entendían lo que amenazaba con hacer y cómo de peligrosos y destructivos eran sus planes. Los países que han sobrevivido a guerras, revoluciones y dictadores recuerdan que las cosas pueden cambiar drásticamente. Estados Unidos ha tenido un gobierno estable desde el siglo XVIII hasta ahora. La gente piensa que las cosas no cambian y, por eso, no prestaron atención.
Isabel Allende se plantea irse de Estados Unidos; Lauren Groff, que también lo consideró, ha decidido quedarse y luchar. ¿Se le ha pasado por la cabeza dejar su país?
Tengo un pasaporte irlandés desde 1986, así que si quisiera, podría marcharme. Pero no tengo intención de hacerlo a menos que sintiera que mi bocaza me ha metido en tantos problemas que podría ir a la cárcel. Si así fuera, me iría y seguiría luchando.
En su libro, cita a Einstein: «Todo debería ser lo más simple posible, pero no más simple» ¿A qué hay que aplicar esa regla?
A todo. No hago más que ver gente contando historias que son mucho más simples que la realidad. Es ese empeño por el blanco y negro, cuando el mundo ni siquiera es una gama de grises, sino que hay todo tipo de colores. Y eso nos impide entender cómo hemos llegado hasta aquí y adónde podemos ir.
Se ha dicho de usted que es la «voz de la resistencia». Tras las elecciones, la oposición a Trump parecía desinflada. ¿Se ha recuperado el pulso?
Todo el mundo en Europa me pregunta por qué los estadounidenses no están oponiendo resistencia, pero sí lo estamos haciendo. Desde políticos demócratas a personas que se enfrentan a la policía de inmigración, funcionarios que se niegan a cooperar con la administración o las protestas contra Tesla, en las que yo misma he participado. Se han presentado cientos de demandas y cada una de ellas es una forma de resistencia. No es una revolución, no les ha detenido, pero están pasando cosas.
De todas las políticas anunciadas por Donald Trump en estos meses, ¿cuál le inquieta más?
Los ataques contra los inmigrantes son horribles: secuestran a gente para mandarla a ese gulag de El Salvador. Pero quizá lo peor, lo que menos se entiende, es que están literalmente destruyendo el país, saboteándolo. La administración Trump es como una enfermedad autoinmune en la que el cuerpo empieza a atacarse a sí mismo. Temo que el gobierno federal colapse y que el país se disuelva en el caos. La combinación del desprecio absoluto por la ley y ese empeño por tratar de destruir la funcionalidad del gobierno federal son el tipo de cosas que les gusta hacer a los autoritarios.
Usted vive en San Francisco. ¿Qué opina del dominio político y cultural que han conseguido consolidar los magnates tecnológicos como Musk, Bezos o Zuckerberg?
El momento para regular la industria tecnológica habría sido la década de los 90 o, tal vez, durante la era Obama. No fue así y ahora tenemos a estos hombres, más ricos de lo que nadie ha sido nunca, que en lugar de ser felices y grandes benefactores, se han convertido en personas miserables, codiciosas y destructivas para el planeta. En el caso de Musk y Zuckerberg, para la democracia y los derechos humanos. Es muy típico del fascismo que el gobierno y las corporaciones se fusionen y que los hombres de negocios se conviertan en parte de esa élite que ayuda a los autoritarios a consolidar un poder antidemocrático. Silicon Valley, que para mí siempre ha sido un lugar siniestro, solo ha empeorado con las criptos, la Inteligencia Artificial y la vigilancia que es parte del modelo de negocio de Google, Meta... Esa élite tecnológica no cree en la democracia y tiene una visión muy sombría sobre la naturaleza humana. Piensan que son superiores y que deberíamos vivir en una especie de feudalismo en el que ellos, un puñado de hombres, controlen al resto. También creo que puede volverse en su contra.
Por cierto, ¿qué le sugiere el impacto de la IA en el ámbito de la creación cultural y artística?
Siento que el término Inteligencia Artificial es una mentira marketiniana: mucho de lo que sale de la IA es una estupidez. Además, solo está concentrada en el producto: quieres tener una novela con tu nombre en lugar de escribir una novela. Es como si quisieras que alguien tuviera sexo por ti o probara tu comida. Si es para escribir un anuncio, quizá no importe, pero ¿quién quiere recibir una carta de amor o un poema escrito por una máquina? Como escritora, para mí el proceso es muy importante: es donde me reto a mí misma, donde trato de entender el mundo, donde exploro lo que el lenguaje es capaz de hacer. ¿Por qué querría cederle eso a un espectador pasivo?
Existe una tendencia, abanderada por Musk y otros, que insiste en la necesidad de que las mujeres tengan más hijos. ¿Cómo la interpreta?
Descalzas y embarazadas en la cocina. Así se decía que los hombres querían a las mujeres cuando yo era joven. Esa idea de que las mujeres tengan muchos bebés se refiere sólo a las mujeres blancas, es una idea supremacista. Tiene que ver con decir que Estados Unidos pronto será un país de mayoría no blanca si no sellan las fronteras, aterrorizan a los inmigrantes y los deportan y obligan a las mujeres blancas a dedicarse a criar hijos. Esa es la agenda, pero no creo que muchas mujeres quieran formar parte de ese programa.
Por cierto, ¿los hombres siguen explicándole las cosas?
¡Por supuesto! A veces, lo hacen on-line y la gente les recuerda que escribí un libro titulado Los hombres me explican cosas. Pobrecitos, no saben mantener una conversación saludable... Uno de los casos más sangrantes que conozco es el de un hombre que intentó explicarle a una campeona olímpica cómo debía entrenarse. Así que sí, los hombres todavía nos explican las cosas. Es algo que viene de suponer que debemos ser un público dispuesto al asombro o que, sencillamente, somos inherentemente ignorantes y tenemos que complacerles.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.