IN MEMORIAM
IN MEMORIAM
Ha sido un duro golpe para toda la familia, pero especialmente para Álvaro Vargas Llosa, primogénito de Mario Vargas Llosa. Su muerte ha dejado huérfanas a las letras de habla hispana. Su mujer, Patricia Llosa, de la que se había divorciado, pero con la que pasó los últimos años de su vida, sus otros dos hijos, Gonzalo, ex novio de Genoveva Casanova, y Morgana, así como sus nietos, le llevarán siempre en el recuerdo.
Álvaro Vargas Llosa ha dedicado un emotivo artículo a su padre en El País, el que fuera uno de los medios de referencia del autor de La fiesta del chivo, Las travesuras de la niña mala y La tía Julia y el escribidor. Se titula Elogio fúnebre de mi padre, Mario Vargas Llosa, y en él comparte con los lectores lo que le dijo poco antes de morir y después de su fallecimiento.
En este artículo descubrimos que en el momento de la muerte de Vargas Llosa, la pareja de su hijo Álvaro y futuro marqués de Vargas Llosa, la libanesa Nada Chedid Ziade, decidió regresar a su país para siempre, sin una despedida o una explicación. Lo que podemos interpretar como una separación o una ruptura definitiva. Recordemos también que está divorciado de Susana Abad, con quien estuvo casado durante tres décadas y con quien tuvo tres hijos, Julio, Leandro y Atiana.
En esta emocionante carta desvela que se ha traído una parte de sus cenizas a Europa para llevarlas en privado con su familia a un lugar que ya tenían acordado. Como es sabido, la otra parte se quedó en Lima, capital de Perú, donde pasó momentos felicísimos de su prolífica vida en la que se convirtió en un astro de la literatura que le hizo acreedor del premio Nobel.
Álvaro Vargas Llosa desvela que se contó con un sacerdote para un responso, porque habían decidido de antemano que no habría ceremonia religiosa. También que fueron sus hermanos quienes decidieron que se encargara él de decir unas palabras antes de la despedida definitiva y, por último, destacó que en ese pequeño discurso era fundamental hablar de la inmortalidad sin mencionar el alma.
Según argumenta, después de la muerte de su padre lo que sobrevive es «la idea Vargas Llosa». Considera que la idea de ti renace en cada persona que te recuerda, te lee o evoca tu vida. De igual manera considera crucial en este sentido visitar los lugares que fueron tan importantes para el ex de Isabel Preysler.
En este recuerdo colectivo incluye también a sus hermanos, Gonzalo y Morgana Vargas Llosa, y a los nietos del finado, que estaban muy apegados a su abuelo, un intelectual de primer orden quien defendió con ahínco sus ideales políticos, aunque eso también le granjeó un gran número de detractores.
Álvaro Vargas Llosa destacó en su elegía tres cualidades de su padre. El iluso, el que se creía capaz de hacer frente a unos ladrones que entraron en su casa de Lima cuando él tenía solo ocho años. El franco, que decía la verdad sin tener en cuenta antes las consecuencias de sus palabras. Y, por último, el hidalgo. Descubrió esta cualidad cuando su padre le pidió perdón en un artículo por unas desavenencias políticas que habían tenido en público años atrás.
Muy emotivo es también cómo cuenta cómo sus hermanos y los nietos del finado se volcaron en los últimos meses en estar al lado del escritor. También su madre, Patricia Llosa, a quien califica como «esa santa en vida». Álvaro Vargas Llosa dice que ha perdido a su mejor amigo, pero parafraseando a Renoir asegura que «el dolor pasa, la belleza permanece».