Lucille Ball y Desi Arnaz: por qué la escandalosa vida sexual de los novios de América no sale en Being the Ricardos, la película de Amazon Prime Video con Nicole Kidman y Javier Bardem

Nicole Kidman y Javier Bardem interpretan al escandaloso matrimonio que, en los años 50, encarnaron a la pareja más adorada de Estados Unidos en el programa de televisión I love Lucy.

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Elena de los Ríos

La realidad supera a la ficción y, a veces, es justamente su contraria. Es el caso de Lucille Ball y Desi Arnaz, el matrimonio de actores que fue un modelo para la América de los años 50 gracias a su show de televisión I love Lucy. Hablamos de ellos porque Nicole Kidman y Javier Bardem los interpretan en Being the Ricardos, una película en la que narran una semana en la que la pareja se enfrenta a una triple crisis: Lucille es acusada de comunista por el FBI, Desi aparece en portada por tener un affaire y ambos tienen que encontrar la manera de seguir con su show cuando Ball se queda embarazada (hasta 1951, los embarazos no aparecían en televisión por considerarse indecorosos).

El triple drama no alcanza demasiada intensidad en la película, en la que Kidman vuelve a recurrir al maquillaje prostético (ya lo hizo en Las horas y Bombshell) y tanto ella como Bardem son rejuvenecidos gracias al retoque digital. Además, queda totalmente fuera de plano la circunstancia que llevó a esta pareja de cómicos a todas las portadas: una vida matrimonial más que turbulenta, con una vida sexual que escandalizó en la época.

La relación entre Desi Arnaz y Lucille Ball no fue, en ningún momento, tan idealmente cómica como se pretendió en I love Lucy ni, tampoco, como se retrata en Being the Ricardos. Probablemente no fue tampoco tan descarnada como se pintó en las portadas de la prensa amarilla de la época, aunque los relatos son, directamente, tremendos. La primera vez que el actor cubano y la aspirante a estrella se encontraron fue a principios de los años 40 y en los estudios RKO Pictures, una escena que aparece muy descafeinada en Being the Ricardos.

Ella tenía 28 años, ocho más que él, y estaba vestida de bailarina burlesque para el rodaje de Dance, Girl, Dance, una película con Maureen O'Hara. Al verla, Desi dijo que parecía una «prostituta de 10 centavos». Su romance comenzó inmediatamente, pero ninguno de los dos dejó de ver a otras personas. La rumorología afirma que, solo semanas antes de su boda con Lucille Ball, Arnaz le pagó a Ginger Rogers un aborto en Canadá. Ball seguía viendo a Henry Fonda, su amante desde 1939, y a algún otro 'flirt'. De hecho, la boda fue producto de un impulso típico del cubano: sin invitados, vestidos ni celebración, se celebró allí donde un juez aceptó casarlos inmediatamente: no en Nueva York sino en Greenwich, Connecticut.

Lucille Ball jamás fue, ni de lejos, la ingenua ama de casa que retrata en I love Lucy. A los 14 años comenzó una relación con un mafioso y gigoló llamado Johnny DaVita, de 23. Dicen que de su larga convivencia con él proceden sus sorprendentes maneras de gángster (Ball era muy malhablada). Empezó a presentarse a audiciones pero solo logró papeles de modelo. Sí pudo cambiar de novio, de un pequeño mafioso a otro mayor: Pat DiCicco, quien más tarde se casaría con la millonaria Gloria Vanderbilt. «Me enseñó trucos de cama que aprendió a un prostíbulo de Shanghai», le confesó Ball a la actriz Joan Blondell.

Tras dos atentados contra su vida por sus amistades mafiosas, Ball se trasladó de Manhattan a Hollywood y, siguiendo los consejos de la madre de Ginger Rogers, asumió las condiciones del llamado casting coach: aceptar relaciones sexuales con los productores para conseguir contratos, algo que tuvieron que hacer muchas estrellas de la época. Tuvo romances sonados con Henry Fonda, James Stewart y Orson Welles. Fue uno de sus amantes, el actor Milton Berle, el que la convenció del potencial de la televisión.

En sus 20 años de matrimonio, Desi Arnaz jamás ocultó su afición y asiduidad a los prostíbulos, el alcohol y el juego. De hecho, consideraba sus relaciones paralelas «pecadillos insignificantes», cuenta Darwin Porter, autor de «The Sad & Tragic Ending of Lucille Ball». De hecho, cuando Lucille Ball recibió la propuesta de protagonizar I love Lucy, insistió en que su partenaire fuera su marido: temía que si no trabajaban juntos, él le fuera constantemente infiel.

Al final no pudo evitarlo, pues él jamás renunció a las fiestas con prostitutas (nunca una sola). Lucille había soportado una década de infidelidades y contraatacado con sus propios affaires: le gustaba demasiado el sexo como para no entrar en el juego de las venganzas. En 1951 tuvo a su primera hija y, en 1952, ya grabando I love Lucy, tuvo a su segundo: fue la primera vez que se vio una mujer embarazada en televisión. Sin embargo, esa última década de matrimonio, con el éxito ya en el bolsillo, fue otro infierno de sexo, celos e infidelidades. En 1960, tres años después de termina el popular programa, Lucille y Desy se divorciaron, aunque siguieron siendo buenos amigos hasta su muerte.

En realidad, la turbulenta vida matrimonial de Lucille Ball y Desi Arnaz no sería tan significativa si no fuera por la influencia cultural de I love Lucy, una especie de Escenas de matrimonio que se emitía a las 9 de la noche todos los lunes y paralizaba, prácticamente, el país. El tono cómico de su representación tendía a la exageración, pero no puede disminuir su importancia a la hora de fijar cómo debía ser el matrimonio ideal en la década de los 50: ellas, hacendosas madres impecablemente vestidas, peinadas y maquilladas, esperaban a sus maridos en casa.

Ellos iban y venían a conveniencia, siempre con la excusa perfecta que justificaba sus sospechosas tardanzas. El malestar de las mujeres por esta situación, mujeres que además pocos años antes habían llevado la carga productiva de un país en guerra, fue descrito por Betty Friedan como «la mística de la feminidad», en un libro así titulado y publicado en 1963. Esa mística encubría un malestar profundo: aunque las mujeres podían votar, ir a la universidad y trabajar, aún debían de cargar con el trabajo de la feminidad: cuidar y guardar la casa. O sea, ser Lucy.

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Sagitario

Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.