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El tránsito a la madurez de la princesa Catalina Amalia de Orange, futura reina de los Países Bajos cuando su madre la reina Máxima le ceda el puesto, no está siendo todo lo plácido que se esperaba. Y es que, como la propia princesa reconoció al tomar posesión de su puesto en el consejo de estado de su país, lo de ser reina no se aprende en la escuela. Cierto es que a su padre, el rey Guillermo, la juventud principesca tampoco se le dio especialmente bien (no en vano le apodaron «el príncipe de la cerveza»), pero es que desde que Catalina Amalia ha salido del cascarón y el espacio hiperprotegido en la que la mantuvieron sus padres durante 17 años, la adolescente se ha convertido en la royal más gafe y con más «pilladas» escandalosas de Europa.
Tras una infancia marcada por los insultos en redes sobre su físico, llegó junio de este año con una campaña en todos los medios y en el Parlamento por algo que afectaba a la princesa y que la opinión pública de los Países Bajos consideraba un auténtico escándalo: la asignación por parte del gobierno a la heredera del trono de un presupuesto de 1,6 millones de euros cuando cumpliera la mayoría de edad. Una polémica que la princesa atajó rechazando esa asignación porque consideraba que, efectivamente, no se estaba ganando ese «sueldo» (tendrá que conformarse con los 47 millones de euros anuales que recibe al año la familia real).
Tras ese cortafuegos llegó un nuevo incendio en verano. La noticia de que en plena pandemia y con todo tipo de recomendaciones a la población sobre restringir los viajes al extranjero la princesa había celebrado el fin de curso con un viaje secreto y en jet privado a Mallorca acompañada de sus mejores amigos y sin sus padres volvió a encender la mecha sobre cuánto costaba al estado la familia real y sus continuas escapadas en el pero momento.
Pues bien, Catalina Amalia lo ha vuelto a hacer. Tras intentar reconducir su imagen pública hacia la humildad y la cercanía esta semana la han vuelto a «pillar» en un renuncio: según la revista Bunte la heredera al trono lleva seis meses enamorada de un rico heredero alemán llamado Isebrand. Hasta aquí todo perfecto si no fuera porque la presentación en sociedad de la parejita ha sido vía paparazzi y «pillada» en Nueva York, donde la pareja ha sido fotografiada de la mano y dándose besos en el célebre puente de Brooklyn.
Por si el viajecito secreto con el novio pre-cumpleaños de Catalina Amalia no había caldeado lo suficiente el ambiente, la fiesta privada de cumpleaños posterior ha sido la puntilla. Hasta la propia casa real ha tenido que reconocer que en la fiesta que la princesa celebró para celebrar sus 18 años en los jardines de palacio se saltaron las restricciones pandémicas impuestas a todo el país.
La prensa habla de 100 invitados, los servicios de información de la familia real de solo 21, pero en cualquier caso el tope de personas en las reuniones en una propiedad privada está fijado en tan solo cuatro personas, un límite que se ha pedido a la población que se respete incluso en las celebraciones familiares navideñas. Un tirón de orejas mediático para la princesa que no acaba de sentirse cómoda con su papel de royal (especialmente cuando debe cumplir ciertas reglas).
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