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Felipe de Edimburgo cumple 99 años... y más de 70 a la sombra de la reina Isabel

El marido de la reina Isabel, Felipe de Edimburgo, cumple este 10 de junio 90 años. Lo hace después de toda una vida siendo la sombra de una monarca que no tiene ninguna gana de abdicar.

El duque de Edimburgo celebra su 99 cumpleaños./gtres.

El duque de Edimburgo celebra su 99 cumpleaños. / gtres.

IXONE DÍAZ LANDALUCE

Fue una mañana fría y gris de noviembre en el Londres deprimido de la posguerra. La princesa Isabel, hija de Jorge VI, llegó a la abadía de Westminster luciendo un vestido de satén decorado con 10.000 perlas. En el altar la esperaba el apuesto Felipe Mountbatt, que saldría del templo convertido en duque de Edimburgo. La ceremonia, a la que asistieron 2.000 invitados y que fue la primera boda real retrasmitida por televisión, era la culminación de una historia de cuento. Se habían visto por primera vez en otra boda, la de la princesa Marina de Grecia, pero Isabel no se fijó en su primo tercero hasta que visitó la Real Academia Naval de Dartmouth en 1939. Sólo tenía 13 años, pero la princesa se enamoró de aquel atlético cadete que ya había cumplido 19 años y, además, era príncipe.

Por iniciativa de Isabel, ambos empezaron a mantener correspondencia mientras él combatía en la Segunda Guerra Mundial y durante aquel tiempo, la princesa desdeñó a cualquier pretendiente que intentó cortejarla. Cuando Felipe volvió a Londres en 1946, su relación dejó de ser platónica y ese verano, le pidió que se casara con él después de un mes de vacaciones en el castillo de Balmoral. Isabel, que estaba perdidamente enamorada, ni siquiera esperó a recibir el consentimiento paterno para aceptar.

Sin embargo, Felipe cumplió con el protocolo y le pidió al rey la mano de su hija. Y, aunque el monarca desconfi aba de sus intenciones y no le entusiasmaba emparentar con una familia noble venida a menos, accedió. Pero su bendición venía con condiciones. Para empezar, el compromiso no sería ofi cial hasta que Isabel cumpliera 21 años.

Formalismos para una boda

Felipe, hijo de Andrés de Grecia y de la princesa Alicia de Battenberg, tuvo que prescindir de su título de príncipe, se convirtió a la iglesia anglicana renunciando a la fe ortodoxa, obtuvo un pasaporte británico y cambió sus apellidos paternos –Schleswig Holstein– por la traducción inglesa del apellido de su madre: Mountbatten. Así, el camino hacia la abadía de Westminster ya estaba despejado. Cuentan los biógrafos de ambos que sus primeros cinco años de casados fueron los más felices. Mientras él volvía a incorporarse a la Marina después de su luna de miel, empezaron a llegar los niños: el príncipe Carlos nació en 1948 y la princesa Ana, en 1950. Más tarde, llegarían Andrés (1959) y Eduardo (1964). Isabel estaba tan enamorada de su marido que solía dejar a sus hijos al cuidado de abuelos y niñeras para viajar allá adonde él estuviera.

Siempre sijo que su trabajo era el de no fallarle nunca a su esposa

Su matrimonio funcionaba porque ambos obtenían de él lo que siempre habían buscado: Felipe le ofrecía a su mujer su apoyo incondicional. "El duque me dijo que su trabajo era, en primer y último lugar, no fallarle nunca a su esposa", contó su secretario, Michael Parker. Por su parte, ella le ofrecía una familia por primera vez en su vida. El duque había nacido en la mesa del comedor de la villa familiar en la isla griega de Corfú en 1921. Cuando tenía 18 meses, su padre, el príncipe Andrés de Grecia, fue juzgado en un consejo de guerra por el gobierno revolucionario de su país y la familia al completo tuvo que exiliarse.

Cuando cumplió ocho años, su madre fue ingresada en un psiquiátrico y su padre aprovechó la coyuntura para fugarse con su amante a Montecarlo. A partir de entonces, Felipe apenas volvió a ver sus padres. Su tío, Dickie Mountbatten, se convirtió en la única fi gura paterna de su vida mientras era enviado al internado de Cheam, en Inglaterra. Por eso, cuando en una ocasión le preguntaron qué idioma se hablaba en su casa cuando era pequeño, él contestó con sarcasmo: "¿Qué casa?".

Las primeras desavenencias

Pero la buena sintonía del matrimonio terminó precipitadamente. Cinco años después de su boda, durante un viaje a Kenia, el duque fue el encargado de comunicarle la trágica noticia a su mujer: el rey Jorge había muerto y ella se convertiría en la nueva soberana. La ascensión de Isabel al trono cambió la dinámica de la pareja. Ella se convirtió, con solo 25 años, en una soberana ocupada y él, un hombre de acción por naturaleza, pasaba a ser un mero consorte, obligado a renunciar a una prometedora carrera en la Marina. El duque se sentía ninguneado, especialmente cuando hubo que decidir cuál sería el nombre de la casa real.

Soy el único hombre en Inglaterra al que no se le permite darle sus apellidos a sus hijos"

Según la tradición británica, la nueva reina debía adoptar el apellido de su marido y la familia real sería conocida como la Casa de Mountbatten. Pero el primer ministro británico, Winston Churchill, recomendó a la reina que conservara su apellido y que su linaje siguiese atendiendo al apellido Windsor. El duque se quejó en privado: "¡No soy más que una condenada ameba! Soy el único hombre de Inglaterra al que no se le permite darle sus apellidos a sus hijos". El matrimonio vivía su primera crisis y en 1956 el duque emprendió un viaje en solitario que seinterpretó como un distanciamiento.

Al mismo tiempo, florecían los rumores sobre sus supuestas infi delidades. Aunque nunca han sido demostradas, se ha dicho que mantuvo relaciones con Daphne du Maurier, cuyo marido trabajaba en su ofi - cina, la cabaretera Helene Cordet o las actrices Anna Massey y Pat Kirkwood.

Sobre sus supuestos escarceos, el duque dijo en una ocasión: "¿Se ha parado a pensar que en los últimos 40 años no he podido moverme sin que varios policías me acompañaran a todas partes? ¿Cómo demonios podría habérmelas apañado para hacer algo así?". Una teoría que sostiene Sarah Bradford, autora de una de las biografías de la reina, es que el duque aprendió a ser discreto, manteniendo sus amistades en círculos más íntimos fuera del radar de la prensa.

Un periodo de adaptación

Pero al príncipe le seguía costando adaptarse a las obligaciones de su cargo. "Se aburría terriblemente con todos esos compromisos y apretones de manos... No era lo suyo", contó en una ocasión Michael Parker, su secretario privado. Y no le importaba que todo el mundo lo supiera. "Vámonos de aquí. Esto es una maldita pérdida de tiempo", llegaba a espetarle a su mujer en público.

Pero, con el tiempo, el príncipe se sosegó y aprendió a ejercer su cargo con profesionalidad atendiendo a más de 300 compromisos al año, visitando 150 países y participando en los patronatos de 800 organizaciones. Y es que, según sus biógrafos, después de un periodo de ajuste, su relación se convirtió en un efectivo «matrimonio de trabajo» entre dos personas que habían aprendido a apreciarse. De hecho, la reina se ha referido a su marido como su fuente de "fuerza constante y su guía". Eso sí, tienen personalidades antagónicas.

Mientras la reina es seria, fría, disciplinada y jamás se salta el protocolo, su consorte es impulsivo, dicharachero y su particular sentido del humor le ha metido en más de un problema diplomático. Con el tiempo, ella se ha acostumbrado a las impertinencias de él.

A veces, le divierten; otras, cuando él levanta la voz, Isabel II también sabe ponerle en su sitio con un "haz el favor de callarte" Tampoco comparten afi ciones. A ella le gustan los perros, las carreras de caballos y ver la televisión después de cenar. Él prefiere leer sobre filosofía y religión y en sus años mozos jugaba al polo, navegaba o salía a cazar. Cada uno tiene su propio espacio y ambos lo respetan. Tanto que ni si quiera duermen en la misma habitación. No en vano, su relación nunca ha sido especialmente afectiva.

Ni en público ni en privado. En una ocasión su secretario llegó a sugerirle que se mostrara más afectuoso con su esposa. "Me fulminó con la mirada", contó el ayudante. Dicen que su relación ha sobrevivido porque mientras en público la reina siempre ha sido la protagonista, de puertas hacia adentro, el duque ha ejercido de cabeza de familia. En especial, cuando tocaba lidiar con asuntos espinosos. Fue él quien presionó a Carlos para que se casara con Diana y el que intervino cuando el matrimonio de su hijo estaba a punto de romperse.

19 de febrero-20 de marzo

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