Los peores enemigos de Carolina de Mónaco: el playboy traicionero, el príncipe alcohólico y cualquier mujer que le haga sombra en el Principado (incluida Charlène)

Con una vida marcada por el lujo y la tragedia, es inevitable que Carolina de Monaco haya tenido y tenga enemigos de todo tipo. Uno inmerecido, otro traído por el karma y dos princesas que se ha buscado ella sola.

La biografía de Carolina de Mónaco está marcada por el escándalo, especialmente su enemistad con su hermana, la princesa Estefanía, y con la primera dama del Principado, la princesa Charlène. / gtres

Elena de los Ríos
ELENA DE LOS RÍOS

La desesperación con la que las plataformas de televisión y las productoras de ficción procesan autobiografías y novelas está injustificada: no tiene sentido que aún ninguna haya querido entrar en la vida de Carolina de Mónaco. Aunque en su sexta década de existencia parece vivir a salvo y en una relativa paz, lo suyo ha sido fuerte. Muy fuerte. Incluso haciendo caso omiso a la problemática relación de Mónaco con la mafia, su biografía es un carrusel de emociones. Amor y odio, tragedia y lujo de alta intensidad.

Solo los amantes devenidos en enemigos de Carolina de Mónaco ya suministra material suficiente para dos buenas series. Hablamos de Philippe Junot, el playboy más famoso de los años 70 y 80, y Ernesto de Hannover, el príncipe de rancio abolengo germano alérgico a la circunspección y amante del alcohol. Aunque, claro, no tiene nada que ver la Carolina que se enamoró de Junot, una niña de 19 a la que la revista 'Time' había bautizado «La novia de Europa», con la viuda de 42 que se aferró al príncipe Ernesto.

Philippe Junot 'cazó' a Carolina de Mónaco en París, mientras estudiaba filosofía en la Sorbona, en 1976. Ya entonces se le conocía indistintamente como «el emperador de la noche», si eran amigos los que hablaban de él, o «el depredador», si le describían sus enemigos. Pese a la oposición de sus padres, Carolina fue hasta el final con el flechazo y se casó el 28 de junio de 1978. Tenía 21 años y él, 35.

Aunque Junot era hijo del presidente de Westinghouse en Francia, licenciado en leyes por la Sorbona y comisionista para grandes empresas, jamás tuvo el perfil deseado por los Grimaldi: las fotos de Philippe con la camisa abierta y bailando rodeado de mujeres en la pista del club Castel de París eran demasiado para Rainiero. Efectivamente, solo nueve meses después de la boda ya fue fotografiado en Nueva York acompañado por una misteriosa joven. Mientras, Carolina esquiaba en Gastaad junto a sus padres.

En verano de 1980, un portavoz oficioso del palacio monegasco desmintió rumores y aseguró que no había «terceras personas», con tan mala suerte que en ese momento aparecieron las fotos de Philippe Junot en Turquía junto a Giannina Faccio, su despampanante secretaria costarricense. La humillación fue total, absoluta y pública. Carolina jamás le perdonó, y la enemistad entre ambos llegó a enquistarse. Junot se negó a facilitar la anulación eclesiástica del matrimonio durante más de una década.

El paréntesis de felicidad de Carolina de Mónaco con Stefano Casiraghi terminó, como todos sabemos, en tragedia. Tras la recuperación (que le costó dos años de duelo en una granja de Provenza), fue el karma el encargado de castigar a la primogénita de Rainiero y Grace con el conocido castigo chino. Efectivamente: la maldición del «cuidado con lo que deseas». Carolina deseaba conquistar el rancio abolengo antigua escuela que representaba su padre y que con tanto celo había encarnado su madre, la princesa Grace.

Carolina inició su relación con Ernesto de Hannover a pesar del mundo: no solo estaba casado, sino que estaba casado con una de sus mejores amigas, la millonaria suiza Chantal Hochuli. Contra viento y marea no solo se casó con él, sino que lo hizo embarazada de su hija menor, Alexandra. Su vida fue, en principio, placentera: cruceros, fiestas con la jet set, escapadas a Lamu (Kenia), donde los Hannover tienen una mansión… Hasta que Ernesto se aburrió.

Toda la perfección de la sangre azul que Carolina deseaba para su currículum sentimental se echó a perder con el grosero alcoholismo de Ernesto de Hannover, protagonista de peleas, agresiones y escenas de vergüenza (aquellas fotos del aristócrata orinando en la calle). El karma fue malvado con la heredera del glamour de Mónaco: soñó con un príncipe y le trajo un señor maleducado y borracho. Que, además, no cesó de humillarla hasta después de su separación. Se detestan, claro, y si continúan casados es por proteger la herencia de Alexandra, su hija.

Si Carolina de Mónaco ha tenido que enemistarse con algunas de sus relaciones sentimentales, no se ha visto sin embargo en la obligación de oponerse a Estefanía de Mónaco o Charlène Wittstock: lo ha hecho deliberadamente. De hecho, gran parte de la leyenda negra de Carolina tiene que ver con su ferocidad a la hora de menoscabar a toda mujer que pueda hacerle sombra como la mujer más poderosa del Principado.

Carolina de Mónaco siempre se ha reconocido a sí misma como la máxima heredera de su madre, la princesa Grace y, por tanto, la verdadera primera dama de Mónaco. De hecho, interpretó ese papel a la perfección cuando se padre quedó viuda y mientras que su hermano estuvo soltero o Charlène se vio obligada a permanecer en Sudáfrica por su enfermedad. La rivalidad con la primera dama de facto del Principado no solo ha provocado una guerra familiar, sino que ha obligado a Charlène a formar su propio ejército en palacio, liderado por su hermano Gareth.

Esta obsesión por figurar como la protagonista absoluta de la vida social monegasca y la guardiana de las esencias 'royal' del Principado llevó a Carolina a enfrentarse con su propia hermana, primero por celos, cuando Estefanía la relevó como 'novia de Europa', y luego por sus rebeldías. La diferencia de criterio y estilo de vida de las dos hermanas es abismal. Carolina jamás aceptó sus romances con guardaespaldas ni su mudanza al circo, que consideró impropia de una Grimaldi. Hoy apenas coinciden. Solo un par de veces al año, en el balcón de palacio.

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