REINA REGENTE
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Con el pelo rubio, muy delgada y esbelta, no fue una mujer guapa ni con el encanto que exigía la belleza de la época, pero su carácter templado y disciplinado consiguió preservar la monarquía española, desempeñando el papel de regente, hasta que el heredero, Alfonso XIII, hijo póstumo de Alfonso XII, cumplió la mayoría de edad.
María Cristina de Hasburgo-Lorena era una segunda esposa, tras una joven belleza, María de las Mercedes, que había fallecido casi recién casada y se había convertido en un mito. Y, viuda, tuvo que imponerse en una corte que la llamaba «doña virtudes» por su carácter recto, y que la despreciaba por ser «extranjera». Ella trató por todos los medios de adoptar las costumbres españolas. Y acabó siendo una de las monarcas más respetadas.
María Cristina de Hasburgo-Lorena había nacido en Gross Seelowitz, en Moravia, en la República Checa, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, el 21 de julio de 1858. Era archiduquesa de Austria por nacimiento. Sus padres, el archiduque Carlos Fernando y la archiduquesa Isabel de Austria Este-Módena, pertenecían a ramas menores de la dinastía, pero María Cristina era prima segunda del emperador Francisco José y, por parte materna, guardaba parentesco con la familia real española, ya que era tataranieta de Carlos III.
Recibió en el bautismo los nombres de María Cristina, Enriqueta, Felicidad, Desirée, Rainiera. Tuvo una infancia tranquila y una esmerada educación, similar a la de sus hermanos, algo poco corriente para la época. Con 12 años ya dominaba el italiano, el francés y el inglés, además del alemán, era una gran pianista y estudiaba Política, Filosofía y Economía. En familia, la llamaban Christa.
Con 18 años, el emperador la nombró abadesa de las nobles canonesas de Praga, una institución benéfica para damas de la nobleza sin recursos. Su hermano Federico coincidió en un internado vienés (el Theresianum,) con el entonces príncipe Alfonso de Borbón. Cuando 10 años después éste tuvo que elegir nueva esposa, tras el fallecimiento de María de las Mercedes, el joven príncipe se acordó de la hermana de su antiguo compañero.
Se le habían presentado varias candidatas, pero Alfonso optó por María Cristina, considerada una mujer culta y prudente, y muy religiosa. El presidente del Gobierno, Antonio Cánovas, veía muy positivo un matrimonio con una Hasburgo. Los novios se conocieron en Arcachon, en la costa atlántica francesa, en 1879. Durante una semana pudieron intimar. Y Alfonso encontró en la joven archiduquesa una mujer agradable e inteligente.
María Cristina se refirió a su antecesora, la reina Mercedes, que había muerto de tifus cinco meses después de la boda, asegurando que haría lo posible «por reemplazarla sabiendo que nunca podré ocupar su lugar». De vuelta a Madrid, se concertó el matrimonio. Para Alfonso era una alianza política. Sin embargo, para María Cristina sí fue una unión de amor, aunque el carácter de ambos era muy diferente –ella, discreta, él extrovertido–, y, por esa razón, sufrió con especial contundencia las constantes infidelidades del rey y sus hijos ilegítimos. El rey llegó a respetarla, pero nunca sintió por ella nada parecido al amor.
La boda se celebró en la basílica de Atocha, en Madrid, el 29 de noviembre de 1879., tras la cual hubo un gran banquete en el Palacio Real. Durante los primeros años de matrimonio, María Cristina se mantuvo alejada de la política. El rey, mientras tanto, hacía alarde de numerosas relaciones extramatrimoniales. Una de ellas fue con la cantante de ópera italiana Adela Borghi, pero la más famosa fue la que mantuvo con la cantante de ópera española Elena Sanz, con quien tuvo dos hijos, Alfonso y Fernando.
La situación se convirtió en insoportable para la reina, pero supo dominar sus celos, aunque finalmente consiguió que Elena Sanz se exiliara en París. La italiana, también, fue puesta en la frontera. Pero María Cristina seguía siendo casi una desconocida para los españoles y carecía del apoyo popular de la reina Mercedes. Sin embargo, el respeto hacia ella fue creciendo por la intachable pulcritud de su conducta. La relación matrimonial mejoró con la llegada de los hijos.
La reina enseguida fue madre: primero de María de las Mercedes, en 1880, y luego de María Teresa, en 1882. Entonces falleció el rey, con solo 27 años, en 1885, de tuberculosis. La reina estaba embarazada de tres meses y dio a luz a un niño, Alfonso XIII, el 17 de mayo de 1886. María Cristina se había convertido en regente ya en el embarazo y lo siguió siendo durante 17 años. En 1902 cedió sus poderes a Alfonso XIII, que el 17 de mayo de ese año había alcanzado la mayoría de edad. Pero María Cristina no abandonó del todo la política, convirtiéndose en consejera de su hijo.
Tras la muerte de Alfonso XII, María Cristina solo vivió para la Corona. Se levantaba casi al amanecer, escuchaba misa todos los días y, tras leer la prensa, se reunía con el presidente del gobierno y recibía a los ministros. Después llegaban las, la correspondencia, el estudio de proyectos... Casi no tenía un minuto libre.
Supo reinar sin inmiscuirse en las tareas de gobierno, repetando estrictamente el sistema constitucional. También realizó reformas en el Palacio Real para instalar agua corriente e instauró un rígido horario germánico para todos sus ocupantes. Los veranos los pasaba en Sebastián, en el palacio de Miramar que había mandado construir. Su vida no fue fácil. Sus dos hijas murieron muy jóvenes tras dar a luz. Toda su familia austriaca desapareció tras la I Guerra Mundial, muerta o en el exilio.
Durante su regencia ocurrieron algunos de los hechos más importantes de la historia de España. A la muerte del Rey, los lideres de los partidos Conservador y Liberal alcanzaron el pacto de El Pardo, para asegurar que se turnarían en el poder, para preservar la estabilidad, dando lugar a uno de los pilares de la era de la Restauración.
Se aprobó la Ley de Asociaciones, la Ley del Jurado, el sufragio universal y el Código Civil. María Cristina tenía buenas relaciones tanto con Cánovas del Castillo como con Sagasta, los líderes de ambos partidos. Pero el siglo terminó con la Guerra de Cuba y el llamado desastre del 98. Tras la boda de Alfonso XIII con la princesa británica Victoria Eugenia de Battenberg, , nieta de la reina Victoria, María Cristina fue relevada de su papel en palacio por la nueva consorte.
La relación entre ambas mujeres no fue buena. La reina madre se desesperaba por cómo se iba degradando el matrimonio de su hijo y se cernía sobre sus nietos el peligro de la hemofilia, que había llegado a la familia por Victoria Eugenia. María Cristina murió de un infarto en el Palacio Real, el 6 de febrero de 1929. Sus restos fueron trasladados a El Escorial entre las muestras de fervor popular. Con el tiempo se había convertido en una reina muy querida.
María Cristina jugó también un papel importante en otro aspecto: las joyas. A pesar de su fama de austera, constituyó uno de los joyeros personales más impresionantes de Europa, origen de las llamadas «joyas de pasar», que se repartieron entre su hijo y sus nietos, y que, en parte, hoy luce doña Letizia. Entre las piezas destacan la diadema de platino, diamantes y perlas que recibe el nombre de «La Rusa», por su diseño «kokoshnik» o ruso, y es una de las favoritas de la reina Letizia.
María Cristina la encargó el año del nacimiento de Alfonso XIII. Otra de las joyas más significativas es un alfiler con una perla rodeada de brillantes, de la que cuelgan otro diamante y una lágrima de nácar. El collar corto de perlas naturales que recibió Victoria Eugenia entre sus muchos regalos de boda, también perteneció a la reina María Cristina. Destaca también el alfiler rectangular formado por una esmeralda rodeada de una doble fila de brillantes, con pendientes a juego, que pasó a manos de la Infanta Pilar, que lo lució en las bodas de sus hijos.
La diadema «mellerio», con la que se casó la infanta Cristina, de oro, plata y brillantes y motivos florales, también fue un encargo de la reina austriaca. Parece que perteneció a un conjunto de piezas «devant corsage», una joya muy popular en el siglo XIX, que adornaba la parte baja del escote de las damas. La pieza fue vendida y, más tarde, recuperada por Franco como regalo de boda para doña Sofía.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.