Alberto II de Mónaco cumple 64 años: de su triste, trágica y solitaria infancia a su difícil matrimonio con la princesa Charlène

Alberto II, un chico desconfiado y solitario, ascendió al trono de Mónaco con el sueño de escapar de la sombra de su familia y rehabilitar la deteriorada imagen del Principado. Hoy cumple 64 años y con los escándalos personales que lo rodean, ese objetivo parece más esquivo que nunca.

Pincha para ver 10 looks de Charlene de Mónaco que quitan años y demuestran que es la royal más atrevida./Getty images

Pincha para ver 10 looks de Charlene de Mónaco que quitan años y demuestran que es la royal más atrevida. / Getty images

Elena Castelló
ELENA CASTELLÓ

Con la princesa Charlène a su lado, sus dos hijos pequeños Jacques y Gabreilla sonriendo por fin, sus hijos extramatrimoniales Jazmin Grace y Alexandre también de su parte, el príncipe alberto II de Monaco cumple hoy 64 años. Reservado, poco amigo de las confesiones personales y muy celoso de su intimidad: así es el príncipe Alberto II de Mónaco, a pesar o, precisamente, porque su vida ha estado bajo los focos desde que nació.

Criado entre mujeres – su madre y sus dos hermanas–, cinco veces campeón olímpico de bobsleigh y muy guapo, producto de una mezcla perfecta entre su madre y su padre, Alberto se convirtió desde la adolescencia en el soltero de oro de las monarquías europeas. Un peso que tuvo que sumar al de saber que un día ocuparía ineludiblemente el trono del Principado de Mónaco y que debería casarse, sí o sí, para tener un heredero. Alberto tardó mucho en hacerlo y tuvo que enfrentarse, durante años, a intensos rumores sobre su homosexualidad. La aparición de varios hijos ilegítimos pareció desmentirlo.

Alberto Alexandre Louis Pierre Grimaldi nació el 14 de marzo de 1958, en Mónaco. Era el segundo hijo del Príncipe Rainiero II y de la princesa Grace, que habían protagonizado, dos años antes, una de las bodas más esperadas de la historia de la realeza moderna, y que unía la aristocracia de la sangre con la de Hollywood. Sus padrinos fueron el príncipe Louis de Polignac y la Reina Victoria Eugenia de España. Mónaco tenía un heredero, aunque no era el primogénito, ya que Mónaco se sigue rigiendo por la ley sálica, razón por la que el príncipe Jacques será también el soberano aunque es más pequeño que su hermana melliza, Gabriella.

De niño, Alberto tuvo una gran conexión con su hermana mayor, Carolina, que tenía casi su misma edad. Sufrieron una gran soledad ante la continua ausencia de sus padres. Tuvieron más relación con su niñera que con ellos. Tanto él como su hermana comían solos todos los días, acompañados de una gobernanta. Carolina era inquieta, él, más obediente y tranquilo. Ambos se querían mucho y se protegían, aunque también se peleaban. Alberto guarda una cicatriz en la cara fruto de un golpe que le dio su hermana Carolina al lanzarle un pequeño tocadiscos.

Los dos hermanos mayores se educaron en palacio, junto con algunos compañeros escogidos en el entorno de los príncipes. Alberto se refugia en el deporte y estudia música. Habla inglés con su madre y francés el resto del tiempo. Le gustan los cómics y disfrazarse. La presión mediática acompaña a Alberto y Carolina desde el principio, algo que nunca asimilaron. Posaban para la prensa al comienzo de las vacaciones, en Navidad o en los actos oficiales, para que los «paparazzi» les dejaran en paz. Pero eso no ocurría nunca. Su hermana Carolina se rebela, pero Alberto sale al balcón de palacio desde los tres años, asiste a inauguraciones desde los seis años, corta cintas, estrecha manos. Y no deja nunca de sonreír ante las cámaras. Le encanta llevar un uniforme de carabinero, hecho a medida, heredado de su padre, un cuerpo que presidiría de mayor. En la adolescencia empieza a mostrar un ligero tartamudeo, que desaparece con el tiempo.

Sus mejores recuerdos son de los veranos en la casa familiar de Roc Agel, en los acantilados de Mónaco, donde juega rodeado de perros y de poneys. Cuando sus hermanas crecen, Alberto se queda en Montecarlo, con su padre, antes de partir a la Universidad de Amherst, en Boston, Estados Unidos, durante cuatro años, donde obtiene una licenciatura en Ciencias Políticas, en 1981. Sus compañeros le apreciaban. Luego pasará un año en la Escuela Naval francesa. Es capitán de navío en la reserva. Tras morir su madre presidió la Cruz Roja un tiempo. Y desde 1994 es el presidente del Comité Olímpico Monegasco.

Su relación con su padre siempre fue complicada. Rainiero se muestra siempre muy reservado y parece protegerse del mundo con una pantalla de dureza, algo que influyó mucho en el joven. Siempre les dice a sus hijos «no confiéis en nadie». Tras los estudios, Alberto se convierte en protagonista de todas las portadas. Según la crónica social, es un verdadero «playboy». Se le relacionó con deportistas, con modelos y con ricas herederas. En la lista están Claudia Schiffer, Julia Roberts, Sharon Stone, Brooke Shields, Catherine Oxemberg, Lisa Marie Presley, Naomi Campbell, Kylie Minogue, la «showgirl» italiana Simona Tagli, Tasha de Vasconcelos... ¡hasta Ana Obregón! Algunas fueron solo rumores, otras novias y otras probablemente amigas.

Antes de casarse, el 1 de julio de 2011, a los 52 años, con la nadadora sudafricana Charlene Wittstock, veinte años menor, Alberto había tenido como ejemplo una familia con mucho de disfuncional, que acabó con el traumático fallecimiento de su madre. Su matrimonio parecía un punto de inflexión, una oportunidad para enderezar el barco no solo de su propia vida sino del Principado. Cuando Alberto II sucedió a su padre como Príncipe Soberano de Mónaco, el 6 de abril de 2005, hizo una promesa audaz. Durante décadas, el pequeño Principado, una joya enclavada en la Costa Azul, se había convertido en sinónimo de corrupción y prácticas bancarias cuestionables.

«Lucharé con todas mis fuerzas para que Mónaco sea irreprochable», dijo en su discurso de ascensión al trono, Y añadió que su gobierno se guiaría por «la moral, la honestidad y la ética». En 2006, se convirtió, por ejemplo, en uno de los primeros soberanos en crear una fundación para la preservación de la naturaleza y el desarrollo sostenible, la Fundación Alberto II de Mónaco. Pero su vida personal no respondía a esa misma norma.

En 2005, semanas antes de que el príncipe Alberto se convirtiera en el trigésimo segundo Príncipe Soberano de Mónaco tras una ceremonia en la Catedral de la Inmaculada Concepción, un artículo de portada en la revista francesa Paris Match revelaba que el príncipe, soltero entonces, tenía un hijo secreto. Alexandre había nacido a finales de 2002, fruto de una relación que comenzó cinco años atrás, en 1997, con Nicole Coste, de soltera Tossoukpé, una azafata de Togo, África Occidental. El príncipe le había pedido su número de teléfono durante un vuelo de Air France de Niza a París.

Alberto había reconocido al niño, que ahora tiene 18 años, como parte de su familia y con derecho a su herencia. Pero no a la línea de sucesión, que Rainiero había cambiado mediante una enmienda constitucional, en 2002, para incluir a las hermanas de Alberto como herederas si tenían hijos. Esto incluía a la elegante Carolina y a la singular Estefanía. Pero la Constitución de Mónaco excluye a los niños nacidos fuera del matrimonio.

En 2006, una prueba de ADN confirmó las afirmaciones de otra demandante, Tamara Rotolo, una ex camarera de California, que durante años había insistido en que su hija Jazmin era el resultado de un breve encuentro con el príncipe Alberto en 1991, mientras estaba de vacaciones en Francia. Los intentos de Rotolo en los tribunales habían fracasado. Su hija, entonces de 14 años, fue reconocida formalmente por Alberto, mediante una declaración de sus abogados. Jazmin Grace Grimaldi tiene hoy 29 años y es actriz y cantante.

En el espacio de un año, el príncipe había subido al trono y había admitido tener dos hijos ilegítimos. Llegaron más reclamaciones de paternidad. «Si las admitiera todas, sería la persona con más hijos del mundo», le confesó en una ocasión a su amigo, el periodista Stéphane Bern. Su predisposición a reconocer a su hijos ilegítimos fue vista por muchos como un acto de honestidad, incluso de modernidad. Para otros eran los esqueletos en el armario de un principado donde reinaba la hipocresía. La situación hoy es mucho más complicada, porque Alberto tiene ya 63 años y ya no es soltero, y su esposa y él viven una estrafalaria crisis matrimonial a cuenta de una infección nasal que parece la más larga de la historia. El matrimonio con la princesa Charlene pareció aportar un aire de frescura y de modernidad al principado, pero luego se ha revelado una fuente de rumores y problemas.

El enclaustramiento de Charlene en Sudáfrica desde hace meses coincide con la reclamación de una mujer brasileña que vive en Italia, y que alega que tuvo un «affair» con el principe, en un club nocturno de Río en 2004. La historia es rocambolesca. La mujer dice que Alberto le aseguró que era un abogado y diplomático canadiense y afirma que pasaron juntos dos semanas, volando de volando por Europa, Sudamérica y Moscú. Nueve meses después, esta mujer presuntamente tuvo una hija. Ella solo quiere una prueba de ADN

Los rumores se han disparado y el príncipe Alberto, siempre sonriente, está exasperado.«Charlène no se ha exiliado, tiene un problema médico», dijo en la revista «People» en septiembre. Quienes le conocen dicen que es un hombre agradable, que sabe estar relajado, pero que siempre odió el peso de la fama y que nunca hizo alarde de su posición, ni fue nunca fue arrogante. Quizá, por primera vez, se da cuenta de que es esencial tener a la prensa cerca. En una entrevista a principios de este año, habló sobre sus hijos, que cumplirán siete años en diciembre. El príncipe heredero Jacques es «tímido y un poco más tranquilo», mientras que la princesa Gabriella es «un poco más extrovertida y definitivamente tiene el don de la palabra». Esta tratando por todos los medios de mostrar al mundo que su familia no es disfuncional.

21 de marzo-19 de abril

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