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sola en el exilio

La última visita de la reina Victoria Eugenia a España: vuelo comercial, recepción en Liria y el bautizo del príncipe Felipe

El 27 de enero de 1906, Victoria Eugenia de Battenberg llegó a España por primera vez tras comprometerse con el rey Alfonso XIII. Aquel viaje marcó el inicio de una vida que la llevaría al trono, a un matrimonio infeliz y al exilio.

La reina Victoria Eugenia de Battenberg. gtres

Fue el 27 de enero de 1906 cuando Victoria Eugenia de Battenberg pisó suelo español por primera. Iba acompañada por su madre, la princesa Beatriz de Reino Unido, hija menor de la reina Victoria, y acababa de comprometerse con el rey Alfonso XIII. Victoria Eugenia acudía a merendar con su futura suegra, la reina María Cristina de Habsburgo, en el Palacio Miramar de San Sebastián.

Iniciaba entonces una larga etapa de su vida que la llevaría al trono de España y que estuvo marcada por un matrimonio infeliz, a pesar de que ambos contrayentes dieron el paso muy enamorados, y el exilio. Tras un reinado de 25 años, tuvo que abandonar España, junto a su familia, al producirse la proclamación de la II República. Solo regresó a España 37 años después, para asistir al bautizo del príncipe Felipe, su bisnieto, y la esperanza de la dinastía. Fue un viaje emocionante y lleno de recuerdos, en el que se sintió arropada por los españoles.

Al inicio del exilio, Alfonso XIII y su familia se trasladaron a Francia y, más tarde, a Italia. El matrimonio de los reyes acabó definitivamente, tras décadas de desencuentros. La reina pasó un tiempo en Londres para estar con su familia. Se instaló en el 34 de Porchester Terrace –donde hoy se ubica la embajada de Perú– , para estar cerca de su madre. Pero, en 1939, al comenzar la II Guerra Mundial, se instaló en Suiza, un país neutral. Vivió en Lausana, en el Hotel Savoy y, en «Vieille Fontaine», un palacete a orillas del Lago Leman. Allí la visitaban sus hijos y nietos.

Una reina poco querida por su pueblo, según ella misma

A pesar de todos los años pasados en el trono, Victoria Eugenia nunca se sintió realmente querida por los españoles, que no dejaron de verla como «la reina extranjera». Además, había sido educada en una tradición más abierta y europea, con una mentalidad y unas costumbres que chocaron con la austeridad y la rigidez de la corte española. Ella, sin embargo, nunca olvidó su amor por España. Por eso su regreso, el único, al final de su vida, fue tan emocionante. Se fue con la sensación de ser querida y con la fuerte esperanza de que la dinastía recuperaría el trono de España y que ya contaba con un heredero.

Victoria Eugenia de Battenberg, en una imagen de archivo. GTRES

La ocasión para este regreso fue precisamente el bautizo del rey Felipe, de quien fue madrina, el 8 de febrero de 1968. Viajó en un vuelo comercial de Air France desde Niza. Había viajado en coche desde Montecarlo, donde solía pasar el invierno, acompañada por la princesa Grace de Mónaco. En Madrid se alojó en el Palacio de Liria, residencia de los duques de Alba, con quien tenía una relación muy cercana – Jacobo Fitz-James Stuart era el jefe de la Casa de Su Majestad la reina Victoria Eugenia en el exilio–, y a donde se acercaron unas 20.000 personas en un besamanos que duró cuatro horas y que la reina aguantó a pie firme. Estaba sorprendida y emocionada con la gente que se agolpaba en la calle, para rendirle homenaje.

Ya en el aeropuerto, el día anterior, se había sorprendido con el recibimiento, al que habían acudido centenares de monárquicos. En Niza, antes de dirigirse a Barajas, una azafata la obsequió con un ramo de flores y la reina se dejó fotografiar por los periodistas franceses. Tras cruzar los Pirineos, Victoria Eugenia, su séquito y pilotos y azafatas brindaron con champán. La reina estaba inquieta porque se preveía mal tiempo en Madrid. Pero, al aterrizar a las cinco menos diez de la tarde, se quedó perpleja con la recepción.

La esperaba su hijo, Juan de Borbón y Battenberg, familiares, varios ministros, consejeros privados de Don Juan, y una multitud que agitaba banderas de España. Se dice que hubo hasta unos 5.000 curiosos. Al pie de la escalerilla, le entregaron más flores. Iba vestida con un conjunto de visón, de abrigo y gorro, y un vestido en marrón claro y se adornaba con unas perlas, que le había regalado la Infanta Isabel, La «Chata».

Una despedida agridulce en el exilio

Ya en el Palacio de La Zarzuela, donde residían los entonces príncipes de España con su familia, tuvo lugar un té de bienvenida al que asistieron Francisco Franco y su mujer, Carmen Polo, además de los condes de Barcelona, las infantas Pilar y Margarita, y Federica de Hannover, abuela materna del recién nacido, Felipe de Borbón. Al día siguiente, la reina dio un paseo en coche por Madrid, acompañada por Cayetana Fitz-James Stuart, tratando de recuperar sus recuerdos, y, ya por la tarde, sobre las seis, regresó a La Zarzuela para asistir al bautizo de su bisnieto, al que acudieron unas 200 personas. Entró en el salón donde tendría lugar la ceremonia con el bebé en brazos.

El príncipe Felipe llevaba las mismas faldas de cristianar que había estrenado su padre en 1938, en Roma. Ofició la ceremonia el arzobispo de Madrid, Casimiro Morcillo, ayudado por el vicario general castrense. Felipe recibió las aguas del Jordán, como era tradición en la familia real, en la pila bautismal en la que fue cristianado Felipe IV, en Valladolid, en 1605. Victoria Eugenia lució un conjunto de color dorado de vestido y chaqueta con los puños ribeteados con visón, y escogió perlas y varias joyas de pasar, entre ellas un brazalete y un broche de diamantes.

Al día siguiente, 19 de febrero, la reina visitó el hospital de la Cruz Roja. Esta organización había sido una de sus favoritas y le había dedicado muchos esfuerzos cuando estaba en el trono. La recibió el presidente, Enrique de la Mata, y las damas, enfermeras, monjas, alumnas y pacientes de la institución. Por la tarde, se organizó una recepción en el Palacio de Liria para que la gente pudiera saludarla.

Victoria Eugenia junto al conde de Barcelona, don Juan, en el bautizo del entonces príncipe Felipe en 1968 gtres

Se dice que la cola llegaba hasta la Plaza de España. El 10 de febrero, acudió, sobre las seis de la tarde, acompañada por don Juan Carlos y doña Sofía, a la iglesia de San Jerónimo el Real en la que había contraído matrimonio. La reina contempló las pinturas del altar y el órgano, que había regalado a la iglesia la reina María Cristina con motivo del enlace de su hijo.

Ya el domingo 11, la reina Victoria Eugenia tomó el avión de vuelta a Niza y fue despedida por una multitud. Acudieron al aeropuerto numerosos monárquicos, los condes de Barcelona, don Juan Carlos y doña Sofía, ministros y el alcalde de Madrid, Carlos Arias Navarro. La reina se llevó un dulce recuerdo de aquel viaje, un broche a los sinsabores del exilio.

Murió en su residencia de «Vieille Fontaine», poco más de un año después, el 15 de abril de 1969. Tres meses después, don Juan Carlos fue designado por Franco sucesor a título de rey, y se cumplía así uno de los deseos más fervientes de la reina. Hoy descansa en El Escorial, donde fue trasladada, el 25 de abril de 1985, junto con los restos de sus hijos Alfonso, Jaime y Gonzalo. En octubre de 2011 fue ubicada en el Panteón de los Reyes, junto a su esposo, Alfonso XIII.