BARTLEBY Y COMPAÑÍA

Este es el escritor español que podría ganar el Nobel de Literatura este jueves: tres libros para descubrirlo

Si finalmente Enrique Vila-Matas se hace con el Nobel de Literatura, será una fiesta como el París de Hemingway y habrá que celebrarlo como el gran triunfo de lo metaliterario. Con él ganarían Walser, Kafka, Joyce y otros.

Enrique Vila-Matas llama a la enfermedad de los letraheridos El mal de Montano. ANTONIO NAVARRO WIJKMARK
Este es el escritor español que podría ganar el Nobel de Literatura este jueves: tres libros para descubrirlo
Ángeles Castillo
Ángeles Castillo

«Todo es verdad porque todo está inventado». No podía ser otro quien lo dijera que Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), un autor-personaje con una vida-libro, el más literario de nuestros escritores. Así que tarde o temprano tenía que pasar. Que se encontrase entre los favoritos a alzarse este jueves con el Premio Nobel de Literatura.

Junto al húngaro László Krasznahorkai, la china Can Xue, el japonés Haruki Murakami, el rumano Mircea Cărtărescu, la canadiense Anne Carson o el estadounidense Thomas Pynchon. De hecho, en casas de apuestas aparece entre los diez e incluso entre los cuatro primeros. Si la Academia Sueca sigue la alternancia hombre-mujer de los últimos años, le tocaría a un hombre, tras ganarlo el año pasado la surcoreana Han Kang. Por ese lado, bien.

Son ya cuarenta obras las de Vila-Matas, escritas al abrigo de Kafka, Joyce y, sobre todo, Walser, su héroe moral desde hace décadas, el escritor suizo que, según su definición, «quería ser como todo el mundo, cuando en realidad no podía ser igual a nadie». Él nunca recurriría al argumento de ninguna de sus novelas, ni de las de nadie, para hablar de ellas. Por consiguiente, nosotros tampoco caeremos en el tópico del relato biográfico al uso. Es sabido que a este autor donde se le encuentra es en el tono, en el estilo y, como no podía ser de otro modo, en los títulos.

Hay mucho Vila-Matas en Aire de Dylan (2012), una crítica al posmodernismo con un joven Vilnius completando su Archivo General del Fracaso; en Una vida absolutamente maravillosa (2011), ensayos selectos con perlas como Escribir es dejar de ser escritor; en Perder teorías (2010), en el que, invitado a un simposio en Lyon sobre novela, un doble suyo es dejado por un taxi en su hotel sin que nadie le dé la bienvenida.

Leer a Vila-Matas es jugar a la literatura

Estamos ante un ensayista-novelista hablando de la dificultad de no ser nadie en Doctor Pasavento (2005), jugando a ser Hemingway en París no se acaba nunca (2003), dando nombre a la enfermedad de los letraheridos en El mal de Montano (2002), personificada en Rosario Girondo, y glosando a los escritores que dejaron de escribir, o sea, personas que vivían y luego dejaron de hacerlo, en Bartleby y compañía (2000).

Es el literato capaz de componer su Extraña forma de vida (1997) y sus Recuerdos inventados (1994), de mezclar en El viajero más lento (1992) una entrevista falsa con Marlon Brando y una verdadera con Dalí, que todo el mundo creyó de su invención, y de dar por inaugurada la conjura shandy, por el inclasificable personaje del reverendo Laurence Sterne (Tristram Shandy), en su Historia abreviada de la literatura portátil (1985).

Enrique Vila-Matas pertenece a la Orden del Finnegans, los devotos del Ulises de Joyce. ANTONIO NAVARRO WIJKMARK

En fin, que esto parece una bibliografía, pero, realmente, es la biografía de un escritor que estudió Derecho y Periodismo, empezó como redactor en la revista de cine Fotogramas y vivió en los años 70 en París en una buhardilla que le alquiló la mismísima Marguerite Duras, aunque parezca ficción. Eso le pasa por tirar de juegos de espejos, conversaciones inventadas, recopilaciones, citas literarias y referencias eruditas. De resultar ganador del Nobel, probablemente mande a recogerlo a alguno de sus dobles, que será, seguro, un flâneur.

Por lo demás, su obra, editada en su mayoría por Seix Barral, ha sido premiadísima, aunque no tiene aún ni el Nacional de las Letras, ni el Princesa de Asturias ni el Cervantes, además de traducida a más de treinta idiomas, por lo que más allá de nuestras fronteras se le conoce y se le quiere bien. Ah, muy importante, nuestro flamante escritor, la mejor profesión del mundo para su colega Eduardo Mendoza, pertenece a la Orden del Finnegans (un pub irlandés), cuyos caballeros veneran el Ulises de James Joyce y asisten cada año en Dublín, el 16 de junio, al Bloomsday. Ya saben, por Leopold Bloom, el protagonista. La obra de Enrique Vila-Matas, por su parte, no tiene principio ni fin, algo que suena borgiano. Pero, como buenos diletantes, viajamos al centro de su tierra con estos tres.

Bartleby y compañía (2000)

Bartleby está sacado de un relato de Herman Melville, Bartleby, el escribiente, al más puro estilo vilamatiano. Ese personaje que, se le preguntara lo que se le preguntara, respondía: «Preferiría no hacerlo». Esto da pie a nuestro autor para rastrear bartlebys por el Laberinto del No, el camino directo a la creación literaria, haciendo un canon de escritores que renunciaron a escribir. La intención está clara: «Escribiré notas a pie de página que comentarán un texto invisible, y no por eso inexistente, ya que muy bien podría ser que ese texto fantasma acabe quedando como en suspensión en la literatura del próximo milenio». Fin de la cita. Tiene mucho que ver con lo que Robert Walser pensaba sobre el particular: «Escribir lo que no se puede escribir también es escribir».

Los amantes de lo literario lo disfrutarán. Salen Salinger y Rulfo, Rimbaud y Beckett, y hasta Hölderlin. Lo decía Duras: «Escribir también es callarse. Es aullar sin ruido». El libro está dedicado, siguiendo una tradición propia, a Paula de Parma, que no es otra que Paula Massot, su esposa, profesora de literatura. Y se abre con unas palabras del moralista francés Jean de la Bruyère: «La gloria o el mérito de ciertos hombres consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir». Bartleby y compañía es delicioso y el sumun de lo metaliterario.

París no se acaba nunca (2003)

Dicho por él, «la revisión irónica de los años de mi juventud que pasé en París tratando de repetir la experiencia de vida bohemia y literaria del Hemingway de París era una fiesta, que contó que allí fue muy pobre y muy feliz», siendo el narrador, por contra, muy pobre y muy infeliz. Aunque, matiza, «logró allí escribir su primera novela y, además, descubrió que, como decía John Ashbery, después de vivir en París, uno queda incapacitado para vivir en cualquier sitio, incluido París». Enredando de nuevo al lector y llevándoselo a sus aguas movedizas.

En el fondo, un intento de dar a sus seguidores (y a sus personajes) alguna noticia verdadera sobre su persona. Y, de paso, la constatación de que un relato autobiográfico es una ficción entre muchas posibles. Por ejemplo, la que sigue a Enrique Vila-Matas en sus paseos por el barrio de Saint-Germain-des-Prés fingiendo ser un escritor maldito o escuchando desconcertado los consejos de su casera, la fascinante Marguerite Duras.

Canon de cámara oscura (2025)

Su última entrega a la imprenta es otro juego metaliterario, un divertimento para letraheridos, alabado hasta por Paul Auster, en la vida real, que lo tildó de maestro. Protagonizado por Vidal Escabia, el seleccionador de libros, en un cuarto oscuro de su casa, para un canon que no se parece en nada al de Harold Bloom. Este es desplazado, intempestivo, como una locura de Nietzsche, y ligeramente inactual. Pero tal vez, en un triple salto mortal novelesco, nos hallemos ante un androide Denver-7 infiltrado entre la gente corriente de Barcelona.

Vuelve a indagar Vila-Matas en el sentido último de la escritura, sobre el tema del doble y «la misma ausencia que Eurídice le dejó a Orfeo y de la que muchos creen que nació la escritura». En una entrevista en Le Monde de 2024 se explicaba: «Pero todo esto también podemos entenderlo, enfocarlo en el sentido que Borges le dio a la literatura como un trabajo colectivo y anónimo. Al final, solo habrá lo que se ha escrito en nombre de todos o, si se prefiere, con el nombre de todos. Así que soy consciente de ser parte de un patrimonio universal que transmito a los demás».

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Sagitario

Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.