ESCAPADA OTOÑAL
ESCAPADA OTOÑAL
Siempre que salen a relucir los Alba, y acaban de hacerlo con la muy castiza boda de Cayetano Martínez de Irujo y Bárbara Mirjan, todos los ojos se van a Andalucía, sobre todo a Sevilla, y se entiende. También a Madrid, donde está, digamos, la casa madre, que es hoy el Palacio de Liria, cada vez menos encerrado en sí mismo y más abierto al pueblo con la organización de exposiciones, visitas y demás.
Pero hay una villa a dos horas escasas de Madrid, adentrándonos ya en la provincia de Ávila, que tiene mucho que ver con la casa ducal. Hablamos de Piedrahíta, donde se alza el imponente Palacio de los Duques de Alba, recordándonos de dónde viene su poderío y por qué gozan de solera tal. Aquí hay que buscar los orígenes de la Casa de Alba, entre el Valle del Corneja, cuyo señorío ostentaron, y la montaña, destacándose entre un patrimonio arquitectónico de primera. Hasta su cielo es privilegiado, elegido para los vuelos deportivos en parapente.
De vuelta a palacio, sorprende su majestuosidad, de líneas neoclásicas y aire dieciochesco, muy al estilo Borbón, el que imperaba en la corte. Lo mandó construir Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, XII duque de Alba, embajador en París, cuyas iniciales presiden la entrada. Y lo puso en manos del arquitecto francés Jaime Marquet, que lo dio por terminado en 1766. Suya es, como curiosidad, la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol, sede de la Comunidad de Madrid.
No nacía el palacio de la nada, sino que el propio solar ya tenía su abolengo pues se levantaba sobre las ruinas del que había sido castillo de los señores de Valdecorneja, tiempos en los que había que defenderse. Allí vino al mundo el III duque de Alba, el apodado Gran Duque de Alba, y II conde de Piedrahíta, Fernando Álvarez de Toledo, en 1507.
Esto le da a Piedrahíta su aire aristocrático, aunque también hay que decir que la residencia palaciega, ya en el siglo XX, tras haber sido destruida en la Guerra de la Independencia (1808-1814), fue adquirida por el ayuntamiento y convertida en colegio público, CEIP Gran Duque de Alba. Otro paso hacia el disfrute ciudadano. Así las cosas, hoy por hoy no veremos por aquí a nadie de la saga. Nada de relumbrón ni fiestas de guardar o de no guardar. Ni a Eugenia Martínez de Irujo ni a Jacobo Siruela, el conde ecologista, que tan escurridizo se muestra siempre en las cosas de la Casa.
Quien sí frecuentó el palacio y mucho, in illo tempore, fue la legendaria María del Pilar Teresa Cayetana de Silva Álvarez de Toledo (1762-1802), XIII duquesa de Alba. Ella lo asumió como casa de campo tras morir su abuelo en 1776 y haber quedado huérfana de padre a los ocho años. Y retomó la vieja costumbre de recibir en sus salones, junto a su marido, su primo José Álvarez de Toledo, XV duque de Medina Sidonia, a personajes ilustres como Gaspar Melchor de Jovellanos y Francisco de Goya.
Se sabe que este último pasó allí el verano de 1786 y pintó retratos varios de la familia ducal y, en especial, de su musa y quién sabe si amante. La inmortalizó muchas veces, hasta peinándose, pero sobre todo la dejó para la historia vestida de blanco con el fajín rojo y el lazo del mismo color en el pecho y el cabello. El aragonés tenía como mecenas a esta mujer ilustrada y muy liberal que llegó a rivalizar en estilo con la mismísima reina, María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, hasta importarse vestidos exclusivos de París. Imposible no acordarse de su descendiente, la XVIII duquesa de Alba, nuestra Cayetana, la misma que convirtió Liria en un desfile de Dior.
En cuestiones arquitectónicas, el palacio está hecho a lo grande, a la medida de la raigambre de aquella duquesa, que llegó a ostentar 56 títulos nobiliarios, con la antesala de la plaza de armas. Le añaden boato los fabulosos jardines para recreo de los nobles, hoy de los piedrahitenses y visitantes. De esos que tanto le gustaba pintar a Rusiñol, con un puente de las azucenas, fuentes, estanques y una escalinata. Cómo sería este locus amoenus -y lo sigue siendo, aunque ya sin su pátina versallesca ni sus especies exóticas- que hasta Goya y Lucientes hizo en él varios bocetos de cartones para tapices: La siega, representando el verano, y La vendimia, el otoño.
A todo esto tan principal hay que añadir un torreón anexo al palacio, al que se conoce como Torre del Reloj, al que Gabriel y Galán dedicó el poema Los dos nidos, llamándolo el «solitario torreón destruido». Por cierto, la casa en la que vivió el escritor es otro de los hitos de la villa, que también fue residencia del administrador del duque de Alba, además de estación telegráfica y consultorio de salud hasta que en 1875 pasó a ser, igualmente, propiedad del ayuntamiento, que lo destinó a escuela pública y residencia del maestro. El poeta lo fue desde 1892 hasta 1898.
Las cosas de palacio no nos pueden, sin embargo, distraer de otros monumentos que integran el conjunto histórico-artístico. Caso de la Plaza Mayor, la típica plaza castellana, casi toda ella porticada y rodeada de buenos ejemplares de arquitectura popular, palacios y casonas, de distintas épocas, donde sobresalen el ayuntamiento y la iglesia de Santa María la Mayor. Esta, en particular, data del siglo XIII y se alzó sobre el antiguo palacio de doña Berenguela, la reina madre de Fernando III el Santo, que era la primogénita del rey castellano Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, y nieta por línea materna de Leonor de Aquitania.
Otro lugar donde detenerse en Piedrahíta es el convento de las Carmelitas Descalzas, que fundó María de Vargas y Acebedo hacia 1460 y que también tiene que ver con los Alba, por benefactores, como prueba el escudo que luce en su portalón. Sin olvidar lo que queda del convento de Santo Domingo, fundado extramuros en 1371 por el señor de Valdecorneja, Fernando Álvarez de Toledo, bisabuelo del primer duque de Alba, y que fue el primer panteón familiar. Y no hay que olvidarse tampoco de la ermita de la Virgen de la Vega, patrona del Valle, ni de mirar siempre hacia la Peña Negra, como harían Goya y la duquesa, con una altitud de 1.909 metros, las estribaciones de la siempre evocadora Sierra de Gredos.