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Estrategias (que funcionan) para atraer la buena suerte

Para nadie es un secreto que, como decía la poeta Emily Dikinson, “la sonrisa de la fortuna se gana a pulso”. Ahora, científicos y ensayistas han comprobado que determinadas estrategias son eficaces para atraer a la buena estrella. Y sí, es mejor que te pille trabajando.

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En algunos idiomas, la palabra para nombrar el azar y la oportunidad es la misma. En francés, por ejemplo, el término chance tiene esas dos acepciones. Y lo que diferencia a una de la otra es simplemente una cuestión de actitud. La primera es la pasiva, la del que espera sentado a que un golpe de fortuna llegue caído del cielo para solucionar sus problemas. La otra es activa, la de quien señala un objetivo y traza un plan para conquistarlo. Es la diferencia, por ejemplo, entre creer que un triple encestado en el último segundo es cosa de la buena fortuna o, por el contrario, fruto del entrenamiento constante, la valentía de atreverse a lanzarlo, la preparación física y mental y la perseverancia para no tirar nunca la toalla.

Alex Rovira y Fernando Trías de Bes están considerados como dos de los gurús del éxito en el ámbito empresarial después de que su libro La buena suerte fuera traducido a 40 idiomas y se convirtiera en un éxito de ventas internacional. En sus páginas recogen un ejemplo parecido, el de Gary Player, uno de los mejores jugadores de golf de la historia. En su carrera de varias décadas como profesional, consiguió 18 veces algo que otros no logran jamás: acertar con la pelota en el hoyo en un solo golpe (lo que en el argot golfístico se conoce como hole in one). Cada una de las veces que logró esa proeza tuvo que escuchar aquello de “qué suerte has tenido en ese hoyo”. Un comentario al que él contestaba con una frase que se ha convertido en célebre: “Efectivamente, cuanto más practico, más suerte tengo”. A través de una sencilla fábula con magos, caballeros, brujas y gnomos, los autores dejan clara la diferencia entre la suerte entendida como puro azar –efímera, caprichosa, impredecible– y la buena suerte que es, por el contrario, duradera y está al alcance de nuestra voluntad. Porque es un valor que se crea, se trabaja y se desarrolla.

En lo que se refiere al trabajo y al éxito profesional, el 22% de los españoles cree que la suerte es un factor determinante. Tanto, que la sitúan por delante del talento y de la formación (aunque por detrás de los contactos). Si alguno de ellos escribiera en su curriculum, entre su retahíla de experiencias y conocimientos, la habilidad de atraer la buena suerte, cualquier reclutador de personal que sepa lo que se trae entre manos debería tomárselo muy en serio. Porque esa destreza trae consigo un compendio de valiosas cualidades que nada tienen que ver con la alianza de astros ni las artes esotéricas.

La receta de la buena estrella

Elena Huerga es experta en Recursos Humanos y coach especializada en desarrollo profesional y búsqueda de empleo, y su propia trayectoria es un magnífico ejemplo de lo que significa labrarse su propia suerte. Ella tenía un buen puesto en el sector de la banca, uno de esos trabajos para toda la vida, con un buen salario y un horario envidiable. Se sentía segura, pero poco realizada, así que decidió dar un golpe de timón a su vida y cambiar de rumbo aventurándose fuera de su zona de confort. Lo dejó todo, se arriesgó y se labró un nuevo futuro en el campo del coaching y los recursos humanos.

Su experiencia y la de las muchas personas a las que ha ayudado a retomar las riendas de su vida profesional le han dejado claro que la suerte puede provocarse y que depende, fundamentalmente, de dos factores determinantes: “Estrategia y perseverancia son las dos claves para que salgan bien las cosas. Ser estratega consiste en saber lo que quieres, cómo lo puedes conseguir, qué pasos te van a acercar a ese camino. Y, por otro lado, es necesario ser perseverante y no dejar de visualizar el objetivo y apostar; así es más fácil que la suerte nos acompañe. Esos han sido mis dos grandes aliados, aunque también he tenido golpes de suerte, cosas que me han caído del cielo sin mucho esfuerzo y que han sido fantásticas”.

¿Por qué algunas personas tienen tanto éxito? eric giriat

Entender la diferencia

El 90% de todo lo que nos sucede depende de nuestra actitud y nuestra forma de ver el mundo”.

De todo lo que nos sucede, este tipo de cosas caídas del cielo que quedan fuera de nuestro control apenas representa un 10%. El 90% restante depende de nuestra actitud y nuestra forma de pensar y de ver el mundo. Esa estimación está firmada por el profesor Richard Wiseman, de la Universidad de Hertfordshire (Reino Unido), considerado como el mayor experto internacional en la materia y que, por cierto, fue mago antes de convertirse en un prestigioso psicólogo social. Tal vez por esa afición personal, el profesor puso todo su empeño en demostrar que, detrás de lo aparentemente inexplicable, no hay magia, sino una combinación de predisposición personal, circunstancias y habilidades. Y eso se puede aprender, entrenar y mejorar.

Sus investigaciones comenzaron a raíz de una observación con la que estaremos de acuerdo: parece que a nuestro alrededor hay personas que nacieron con estrella y que aciertan a estar siempre en el lugar adecuado, en el momento preciso y a las que todo siempre les sale según sus deseos; y otras a las que, sin embargo, parece que les persigue una nube gris. El profesor no se limitó a encogerse de hombros ante tal observación, sino que quiso darle una explicación científica.

Inició así un proyecto al que dedicó 10 años de estudio y que llamó Luck school [Escuela de la suerte]. Puso anuncios en periódicos y revistas para reunir a un grupo de 400 personas que o bien se sentían muy afortunadas o completamente gafadas. Y diseñó una serie de experimentos y entrevistas para tratar de comprender las leyes científicas que rigen la buena o la mala suerte.  Les pidió, por ejemplo, que contaran cuántas fotografías aparecían en un periódico que repartió entre ellos. En una de las páginas, insertó un anuncio: “Dile al profesor que has visto este mensaje y ganarás 100 libras”. Muchos de los que se consideraban afortunados vieron el mensaje y no desaprovecharon la oportunidad de embolsarse el dinero; otros no lo vieron. ¿Mala suerte? No. “La mayoría de la gente simplemente no está abierta a lo que le rodea”, concluyó.

La tensión, la ansiedad y el temor a equivocarse hace que muchos no estén atentos a lo que pasa alrededor”.

La tensión y ansiedad con la que muchos se aplican a sus tareas y el temor a equivocarse les impide estar atentos a lo que sucede alrededor, a las circunstancias cambiantes y a las oportunidades que surgen. Ser receptivos, flexibles y estar abiertos a las nuevas experiencias son algunas de las cualidades en las que coinciden las personas afortunadas.

La conclusión número dos fue que la gente con suerte toma decisiones escuchando a sus intuiciones y corazonadas que, al fin y al cabo, son fruto de la observación, la experiencia y la sensibilidad. Además, se esfuerzan en  potenciar sus habilidades en este sentido, por ejemplo, meditando y aprendiendo a dominar el estrés y la tensión. Además, evitan la rutina y siempre buscan la manera de incluir la diversidad en su día a día (desde hablar con personas desconocidas en un evento a variar por sistema de lugar de vacaciones). Eso les permite no solo conocer a más gente y más diversa, sino también ponerse a tiro de nuevas circunstancias, lo que multiplica las oportunidades. El trabajo del profesor Wiseman demostró que las personas afortunadas tienden a ser extrovertidas, que conocen a un gran número de personas y se mantienen en contacto con ellas. La construcción y el mantenimiento de tales redes aumentan la probabilidad de tener un encuentro casual afortunado.

Que te pille trabajando...

Otra de sus conclusiones fue que la gente con suerte está convencida de que el futuro está lleno de buena fortuna. El optimismo les ayuda a persistir cuando fracasan y a no renunciar tras los errores. Mientras que repetirse a uno mismo que tiene mala suerte y que todo saldrá mal, conduce al desánimo y al temor de intentarlo siquiera.

“En mi caso, tenía miedo de estar tirando al traste un trabajo tranquilo y emprender un proyecto que no sabía cómo iba a salir –explica Elena Huerga–. Pero, simplemente, la ilusión pudo más. Me daba más miedo continuar en la senda en la que estaba. El miedo siempre pulula y cada uno intenta aparcarlo con armas distintas”. Armas que, por cierto, también pueden aprenderse y trabajarse.

Porque puede que parezca que a los suertudos todo les cae del cielo, pero lo cierto es que de manera más o menos consciente, están creando todo tipo de estrategias para aumentar sus posibilidades de atraer la buena fortuna. Abriendo sus mentes a lo inesperado, rompiendo rutinas, venciendo el miedo y trabajando sus relaciones y contactos. Están creando las circunstancias y sembrando oportunidades.

Elogio del fracaso (o cómo convertir la mala suerte en buena)

En la era del culto al éxito, hay quienes se atreven a confesar publicamente sus fracasos y hasta incluir en sus currículums las pruebas de acceso que no superaron, los proyectos que no lograron sacar adelante, los premios que no ganaron. Es arriesgado, pero los reclutadores expertos y sagaces sabrán hacer una lectura positiva.

En Silicon Valley, la meca del éxito precoz, no se esconde (aunque tampoco se pregona) que el 80% de los proyectos se hunden. Allí nació y se celebró durante años la FailCon [Conferencia del fracaso], donde los dueños de esas ideas que no funcionaron exponían abiertamente su experiencia para extraer conclusiones y borrar el tabú.

Existen también escuelas de fracaso. En la Failure School de Londres se enseña a los alumnos a dominar las herramientas psicológicas para sobreponerse a los reveses e incluso utilizarlos para impulsarse. También se entrena el pensamiento crítico y se aprende a preguntarse el por qué, a hacer autocrítica y asumir responsabilidades. Con esta actividad de introspección se contempla el error como una oportunidad de cambio y mejora. “Es una de esas frases que utilizamos mucho: si lo que estabas haciendo hasta ahora no te ha funcionado, hay que cambiarlo. Este es el enfoque: no se puede pensar que haciendo lo mismo se llegará a conseguir resultados diferentes”, afirma Elena Huerga.

Cuentan las crónicas que Thomas Edison realizó más de 1.000 ensayos antes de crear la primera lámpara incandescente. En cierta ocasión, un colaborador le dijo: “¿No se siente un fracasado tras haber realizado más de mil ensayos y no haber conseguido nada?”. Edison respondió: “¡En absoluto! Ahora ya sé más de mil maneras de cómo no hay que hacer una bombilla”. Poco tiempo después, culminaría su brillante invento.

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