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¿Por qué nos cuesta tanto dejar las redes sociales?

A pesar de la utilización ilícita de nuestros datos, de los bulos y del ambiente de agresividad que se respira en ellas, seguimos conectados. Políticos y famosos anuncian el cierre de sus cuentas pero vuelven poco después. ¿Qué armas usan las redes para mantenernos cautivos?

Haz click en la imagen para descubrir a todos los famosos que han desaparecido (o lo han intentado) de las redes sociales en alguna ocasión./sean mackaoui

Haz click en la imagen para descubrir a todos los famosos que han desaparecido (o lo han intentado) de las redes sociales en alguna ocasión. / sean mackaoui

Lola Fernández
LOLA FERNÁNDEZ

Estamos atrapados en las redes. Tanto que, cuando alguien anuncia que las abandona, genera asombro y noticia. El último -de momento- ha sido Robert Habeck, estrella emergente de la política alemana y colíder del Partido Verde, quien anunció hace unas semanas que dejaba las redes tras un autoanálisis que nos podríamos adjudicar cualquiera. " Twitter me hace más agresivo, más estridente, polémico y afilado. Y todo a una velocidad que dificulta que haya un espacio para la reflexión -confesó-. No hay ningún otro medio con tanto odio y malevolencia". No es un caso excepcional. En España, anunciaron su desconexión de Twitter, Facebook o ambas Jordi Sevilla, Elena Valenciano, Fátima Báñez, José Antonio Monago o Màxim Huerta. Pero todos volvieron a abrir sus perfiles en menos de 12 meses.

En las redes, los personajes públicos que interactúan de forma más ingenua o espontánea se exponen a más riesgos: las discusiones, imprecisiones y meteduras de pata pueden convertirse en un infierno de insultos, amplificados por el resto de los medios de comunicación. La agresividad es selectiva: según un estudio de Amnistía Internacional y la start up de inteligencia artificial Element AI, las periodistas y políticas son atacadas mucho más que ellos: en Twitter, cada 30 segundos. Alexandra Ocasio-Cortez, gran esperanza del partido demócrata estadounidense, que además se ha revelado como un talento en el manejo político de las redes, aconseja y practica la restricción: no ceder a la tentación narcisista de mantener constantemente atenta y entretenida a la audiencia digital.

"Hay muchísimos tuits que no ven la luz del día, muchísimos -ha confesado Ocasio-Cortez a New York Magazine-. Mi consejo es usar la red para enseñar e inspirar en vez de para instigar y quejarse". Anne Hathaway, una de las actrices de Hollywood que más ensañamiento han sufrido por parte de sus haters, ha confesado que no publica nada directamente en Instagram. Antes, envía la foto o vídeo con su texto a alguien de confianza, que le da una segunda opinión. "Esa mirada externa, fresca, me da seguridad -ha confesado-. Una vez que lanzas tu mensaje ahí fuera, ya no hay vuelta atrás". A falta de autocontrol, cualquier tipo de filtro, incluso delegar en un equipo de comunicación, es buena idea. Genís Roca, socio director de la consultora de transformación digital Roca Salvatella y experto en la cultura de internet, coincide: "No puede ser que un político o un personaje público no sepan manejarse en redes sociales. Si es así, es mejor que las ponga en manos de profesionales, como hacen muchos de nuestros políticos. En realidad, el problema no es tanto la herramienta como la torpeza a la hora de usarla. Es difícil que los políticos renuncien a las redes sociales, porque les interesa demasiado poder comunicarse sin intermediarios. Prefieren dar su versión, tener línea directa, que explicarse ante un periodista y ser interpretados. Quieren controlar el titular. Apuesto a que Habeck vuelve en menos de seis meses".

Ladrones de datos

Pese a su apariencia intrascendente y hasta infantil, las redes sociales funcionan de forma opaca desde corporaciones inexpugnables y con una complejidad tecnológica que dificulta su análisis. En sus 15 años de vida, hemos pasado de compartir ingenuamente casi todo a comenzar a reconocer que podemos haber sido, como poco, timados: somos nosotros quienes trabajamos para las plataformas compartiendo contenidos y no viceversa. En 2018 se cayó definitivamente el filtro amigable que cubría Facebook: supimos que la empresa extrajo, almacenó y vendió datos de sus usuarios a compañías que los usaron para influir en la campaña presidencial de EE.UU. y, según los diarios británicos, en el referéndum del Brexit.

Podemos pensar y hasta decidir darnos de baja de las redes, pero ni por esas estamos a salvo del tráfico de datos personales. David García, investigador de la Escuela Técnica Federal de Zurich (ETH), descubrió que estas plataformas pueden averiguar datos tan íntimos como la orientación sexual de personas que no están en estas redes, pero que se relacionan a través del correo electrónico u otro medio digital con alguno de sus clientes. Construyen así los llamados "perfiles fantasma". La capacidad extractiva de estos dispositivos digitales es tal que deja de tener gracia que el acrónimo en el negocio bursátil para Facebook, Amazon, Netflix y Google sea fang (colmillo).

"El principal reto al que se enfrentan las redes son las garantías -explica Genís Roca-. Se están cometiendo verdaderos atropellos en la privacidad y la gestión de la información y los datos que generamos con nuestra actividad. Pero no es solo un problema de las redes sociales. Facebook sabe mucho de nosotros, demasiado, y no está claro qué hace con ello. Tampoco está claro que el Gobierno lo pueda controlar y garantizarnos que no se produzcan malas prácticas. Pero lo mismo pasa con los bancos, los operadores telefónicos o las aseguradoras".

La rapidez de las mentiras

Los bulos se retuitean un 70% más que las noticias reales. La ira nos mueve.

Otro abismo que nos mira desde las redes está protagonizado por los bulos, un arma político-mediática que juega con nuestra credulidad para incidir no solo en nuestro voto, sino en nuestra visión del mundo. Una reciente investigación del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), que ha analizado 126.000 noticias desde 2006 hasta 2017, constató que los bulos se retuitean de media un 70% más que las noticias contrastadas, y que estas últimas tardan seis veces más en llegar hasta 1.500 personas por Twitter. Por desgracia, las mentiras, ficciones y conspiraciones nos parecen más novedosas e interesantes que la información veraz. El estudio descubrió, además, que los picos de difusión de bulos coincidieron con el atentado del maratón de Boston en 2013, el Tercer Concilio Vaticano en 2014, los ataques terroristas de París en 2015 y las elecciones presidenciales de EE.UU. en 2016. Este detalle es crucial: la gasolina que impulsa las redes son las emociones, cuanto más alteradas, mejor.

Los científicos sociales han descubierto que la excitación aumenta considerablemente la posibilidad de que compartamos una información en las redes sociales. A los que convierten el tráfico en ingresos les interesa mantenernos en un estado de cierta conmoción y no en la serenidad de ánimo que caracteriza el comportamiento racional. Las investigaciones coinciden en que la tristeza y la ansiedad nos hacen proclives a compartir menos, y la ira y el miedo, más.

En las redes sociales, agresividad y viralidad van de la mano. Y aun así, cada vez más personas las usan: según Statista, el 1 de noviembre de 2018, Facebook tenía 2.271.000 usuarios activos (300 millones más que en 2017); Instagram, 1.000 millones (200 millones más); y Twitter, 326 millones (13 millones más). Invertimos 2 horas y 15 minutos diarios en redes sociales, 45 minutos más que hace cinco años, según Global Web Index. En el mundo, una de cada tres personas está conectada a una red.

Comida basura para adictos digitales

Un estudio de cuatro economistas estadounidenses revela que nuestro apego a Facebook tiene un precio: 1.000 euros para los adultos y unos 1.812 euros para los jóvenes. Víctor Sampedro, Catedrático de Opinión Pública y Comunicación Política en la Universidad Rey Juan Carlos, plantea en Dietética digital (Icaria) un símil entre las redes sociales y la comida basura que quiere ser disuasorio: "Son industrias altamente contaminantes que precarizan la mano de obra hasta niveles insoportables, que forman legiones de consumidores desde edades tempranas y que están disponibles en todo momento y lugar. Se hace necesario un cambio de hábitos y una regulación del sector, porque lo que tenemos son monopolios de facto,con costes e información sesgados".

Pasamos, como media, 2 horas y 15 minutos diarios en las redes sociales

Sabemos qué nos atrapa en la comida basura: una combinación de azúcar y grasas inédita en la naturaleza y que enciende las zonas de recompensa del cerebro como un árbol de Navidad. Pero, ¿cuál es el secreto adictivo de las redes? Se llama Modelo Conductual de Fogg y lo inventó el 1998 el profesor de Stanford B.J. Fogg. Él descubrió que la tecnología puede servirse de tres factores persuasivos: la motivación, la habilidad y el desencadenante. Por eso las redes son tan fáciles de utilizar (todos somos hábiles en ellas) y por eso satisfacen necesidades básicas como la conexión, el entretenimiento o la necesidad de gustar.

El desencadenante que reclama nuestra atención también es obvio: el tintineo incesante de las notificaciones, con sus lucecitas, su vibración y sus números rojos. Atrapan nuestra voluntad como las campanitas de las máquinas tragaperras la de los adictos al juego."Cada icono y cada ruido generan dopamina, una hormona que engancha, relacionada con los estados de euforia inducidos por las drogas o con los comportamientos irreflexivos de la adolescencia. Estamos literalmente enganchados a un canal de comunicación que nos gratifica para hacernos dependientes" explica Sampedro, quien valora además factores emocionales para explicar nuestra adicción. "Escapamos al mundo feliz de las redes donde, gracias a los algoritmos, escuchamos los mensajes que nos complacen. Allí nos refugiamos de las carencias y la precariedad, y por fin podemos ser lo que pretendemos bajo un formato básicamente exhibicionista".

Emociones en positivo

Aun así, no seguiríamos en las redes si no nos proporcionaran ventajas positivas, como el intercambio de conocimiento o la conexión con personas y colectivos afines. Nos falta quizá sacudirnos la dependencia indeseada y empoderarnos frente a ellas, un gesto de la voluntad racional que ya ha comenzado. Un reciente estudio liderado por Mark Stremberk, miembro del Complexity Science Hub Vienna, ha confirmado por primera vez, gracias al análisis de 5,6 millones de mensajes en redes sociales, la llamada undoing hypothesis: que las emociones positivas revierten los efectos fisiológicos de las negativas.

Hoy ya sabemos empíricamente que los usuarios de las redes tienden a usar emociones positivas como antídoto contra la agresividad, la tristeza o el miedo. Y funciona. ¿Podremos convertir las redes en estructuras que nos sustenten en vez de enfadarnos?

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