vivir

¿Por qué nos siguen gustando los 'chicos malos'?

"Sabemos (o creemos saber) que un macarra no nos conviene. Sin embargo, no siempre actuamos de acuerdo con lo que sabemos".

Haz click en la imagen para descubrir las mejores fantasías sexuales que aumentan el morbo./getty

Haz click en la imagen para descubrir las mejores fantasías sexuales que aumentan el morbo. / getty

Valérie Tasso
VALÉRIE TASSO

Cuentan los evolucionistas que la vida no desprecia nada. Ni siquiera lo estúpido o inoperativo. Si el proceso evolutivo considera oportuno mutar una oveja para que nazca con dos cabezas, lo hará sin importarle nada, ni la propia oveja. Pero lo verdaderamente curioso es que la inutilidad de esa mutación no evitará que la madre naturaleza vuelva recurrentemente a generarla... Nunca se sabe, quizá un día las ovejas con dos cabezas cumplan una función como la de perpetuar la especie, pues solo ellas serán capaces de adaptarse a un cataclismo.

Con la cultura pasa algo similar. Una creencia, por irracional, pasada o estúpida que sea, nunca acaba de desaparecer. Pierde su hegemonía, se minimiza y queda reducida a ciertos círculos, pero no desaparece del todo. Se queda solapada por las hegemónicas. Pero, nos demos cuenta o no, no pierde la posibilidad de volver a emerger.

El atractivo de los chicos malos es uno de esos vestigios culturales que no acaba de morir, que en ocasiones, repunta con más vehemencia y que sigue conformando, sin que nos demos cuenta, nuestra forma de entender el mundo. A las mujeres nos cuesta comprender por qué aún sentimos atracción, no solo sexual sino incluso de emparejamiento prolongado, por lo que calificaríamos como un canalla. Sabemos (o creemos saber) que un macarra no nos conviene. Sin embargo, no siempre actuamos de acuerdo con lo que sabemos.

“Sé lo que es mejor y lo apruebo; sin embargo hago lo peor”, pone Ovidio en boca de Medea, en el libro VII de Las metamorfosis. Y esa condición irracional de la tragedia humana se manifiesta con demasiada frecuencia en nuestras elecciones afectivas. Eso demuestra no solo la complejidad de nuestra condición, sino que hay creencias y condicionantes culturales que creemos desactivados porque no están de moda, pero que siguen latentes y dispuestos a emerger en cualquier momento.

El modelo de subjetivación de un canalla entronca con una concepción de excelencia de lo masculino forjada hace mucho, que se llamó virilidad y a la que nunca dimos la extrema unción.

¿Cómo era (y cómo es) el hombre viril?

Virilidad es un término latino que se apoya en el prefijo vir, que se refiere a los genitales masculinos, al hombre en genérico o al esposo. Pero más allá de su etimología, se trata de una construcción cultural, una caracterización de género y un modelo de cómo debe ser, moral y físicamente, el hombre ideal. En cada cultura, esta construcción ha tenido particularidades, pero también características comunes.

En primer lugar, la virilidad surge como respuesta a una concepción del mundo en guerra. Frente a esa idea, se decide que los hombres están más dotados que las mujeres: se les considera más fuertes, más hábiles en el manejo de armas, más rápidos y biológica y culturalmente más propensos a la pelea. Tras esa decisión que coloca a lo masculino como preponderante, se pretende optimizar su potencial. Ese proceso, esa escuela del guerrero, es la virilidad.

En segundo lugar, hay algunas propiedades físicas y, sobre todo, morales que han caracterizado al sujeto viril. Por ejemplo, su vigor y su actitud ante el sexo: puede penetrar (sin importar el género), pero no ser penetrado; se le debe practicar sexo oral, pero él nunca lo realizará; tiene que dominar, pero no ser dominado; tiene que satisfacerse, pero no primará la satisfacción del otro. Para él, el sexo es la guerra (y la guerra es el sexo). Por eso, debe dominar al otro, que más que amante es contrincante, para que su único deseo sea satisfacerle.

El mundo como campo de batalla

Ese deseo de satisfacción no solo ocurre en el terreno sexual, sino en todos los órdenes sociales y afectivos. Él es dueño de la guerra y por tanto de la sociedad, la política y la familia. La mujer es un útil, una propiedad o un antojo que no posee (ni podrá tenerla, por más que se esfuerce), su excelencia viril. Si no actúa así, no será un hombre (y una mujer no lo reconocerá como tal) sino un afeminado.

Puede parecer que esa excelencia de lo masculino no tiene ya mucho que ver con nosotros y que todos (por ejemplo, nosotras con nuestras elecciones) hemos reescrito otro tipo de masculinidad. ¿Seguro? Aun aceptando que quedan varones que siguen las peores líneas de esos trasnochados dictados y se convierten en machitos posesivos, violentos y dominantes, ¿por qué nos resultan atractivos? Pues porque, posiblemente, esa idea arcaica no está enterrada y nos sigue condicionando. A los hombres, forzándoles a ser lo que no son; pero también a las mujeres, que aspiramos secretamente a alcanzar lo que siempre nos han negado (ser un “hombre de verdad”). Y lo que es peor, sigue condicionando nuestras preferencias amorosas, afectando a las relaciones entre los sexos e interfiriendo en nuestras elecciones.

Elecciones ciegas o condicionadas

Al hablar de la caracterización original de la virilidad, decíamos que una mujer no reconocía como tal a un hombre que no se ajustara a esos patrones. Eso explica que, además de reafirmar el modelo, nuestras elecciones están condicionadas por capas y capas de mensajes (algunos muy oscuros y que creemos que no nos afectan).

Y también explica la aparente ceguera frente a estos sujetos, cuando decidimos convertirlos en compañeros de existencia. Todo el mundo parece darse cuenta que estamos con un canalla… menos nosotras. No porque estemos ciegas (porque, como con la infidelidad, somos las primeras en intuir el desajuste), sino porque el enorme peso que hizo que nuestras madres y abuelas eligieran a ese hombre de verdad, nos condiciona a creer que es la persona óptima. Hasta que la realidad nos abra los ojos y confirme nuestra intuición.

No solemos verlo porque nosotras también formamos parte de una sociedad que sigue creyendo que el mundo es un campo de batalla. Un terreno plagado de rivalidades en el que solo se coloca el más fuerte, donde las asociaciones afectivas son destruidas y sustituidas por intereses mercantiles, y donde la economía, la utilidad y el rendimiento han sustituido al humanismo como guía de lo que debemos llegar a ser.

Eso es un pésimo síntoma para todos y hace que parezca que nuestra nueva y progresista idea sobre la igualdad es un mero maquillaje que no puede lidiar con las exigencias competitivas (bélicas) que exige el mundo cotidiano. Y lo peor es que, cuando creemos que necesitamos a alguien a nuestro lado que se considera omnipotente para que arregle las cosas con determinación castrense, a guantazos o navajazos, quizá estamos olvidando que el primer objetivo bélico siempre somos nosotras mismas.

No te pierdas...

-¿Qué le pasa al amor cuando ella ganas más?

-¿Por qué algunas mujeres se enganchan a la seducción?

-¿Qué nos hace sexualmente atractivas a las mujeres?

20 de abril-19 de mayo

Tauro

Como elemento de Tierra, los Tauro son muy trabajadores, inteligentes, honestos y organizados. Les encanta la estabilidad y disfrutan mucho de la naturaleza. Pero son posesivos y celosos. Y un poco intensos. Así que no intentes discutir con un Tauro porque esa guerra dialéctica está perdida de antemano. Ver más

¿Qué me deparan los astros?