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El papel del hombre en el vaginismo

Cuando esta dificultad se produce en pareja, su “asociado” masculino es también un elemento afectado por la dificultad y que hay que saber tratar y no dejar de lado en la recuperación terapéutica de la mujer con vaginismo.

Valérie Tasso
VALÉRIE TASSO

Ya hemos explicado varias veces que las dificultades comunes sexuales de una persona, pocas veces son de una persona. Con ello, queremos decir que esas dificultades casi siempre se suelen producir y reproducir en un entorno asociativo que viene marcado por una relación con un “otro” concreto o genérico. La eyaculación precoz o la dificultad eréctil en varones así como la anorgasmia femenina o el deseo “hipoactivo”, por ejemplo, siempre tienen en su raíz el estar en relación con los demás, bien como decíamos porque se está en relación con otro concreto o simplemente porque se puede estar (porque existe la posibilidad de estar) con alguien que no soy yo.

Si uno estuviera sólo en el mundo, difícilmente tendría dificultades sexuales. Por eso, cuando en consulta aparece una persona con una dificultad de este tipo, inmediatamente preguntamos si mantiene una asociación afectiva, porque en tal caso, nuestro paciente clínico (el tema que afrontar porque allí reside el problema y la posibilidad de su anulación) no es María o Juan sino la relación entre María y Juan, la pareja que forman. De ahí también, y en los casos en los que las personas no tienen pareja (sólo la posibilidad de emparejarse), la importancia de esa figura ambigua pero de enorme utilidad terapéutica que es la del suplente sexual; la de la persona que, en cuestiones eróticas y en un entorno terapéutico, podría desempeñar el papel de la compañía que no tiene pero que aspira a tener. En el vaginismo, esa dificultad en la que la mujer no puede ser genitalmente penetrada, el “otro”, el elemento activador en cuya relación real o posible se produce el bloqueo, es casi siempre el elemento susceptible de penetrar; prioritariamente, el varón.

El vaginismo es una dificultad exclusiva de las mujeres en su manifestación pero no en su etiología

Así, el varón (nuevamente como genérico o como individuo concreto) tiene mucha significación a la hora de abordar el asunto pese a que se pueda pensar lo contrario en una dificultad exclusiva de las mujeres (es exclusiva en su manifestación pero no en su etiología). Además, cuando esta dificultad se produce en pareja, su “asociado” masculino es también un elemento afectado por la dificultad y que hay que saber tratar y no dejar de lado en la recuperación terapéutica de la mujer con vaginismo. Un varón que en muchas ocasiones se siente responsable directo de lo que le sucede a su compañera, pero que combina esa culpabilidad con sentimientos de impotencia, desprecio y hasta de rencor. Sentimientos, todos ellos, que pueden producir ideas y conductas tendentes a la indiferencia como medida de “reciprocidad” (tú no quieres, pues yo tampoco), a la impaciencia (querer solucionar el tema rápido y a las “bravas”), una reclamación insistente y poco empática o hasta disfunción eréctil normalmente primaria (no quiere “lastimar” a una pareja que padece en sus encuentros). “Soluciones” todas ellas que, como se entenderá y desde la menos intrusiva hasta la más determinante,sólo empeoran la manifestación sintomática de su pareja femenina, es decir, sólo agravan el vaginismo. Si en la mujer se descartan elementos anatómicos que dificulten la mera posibilidad del coito (mediante el análisis por parte de una o un ginecólogo/a…exploración que, por cierto, también suele resultar difícil por el mismo rechazo a dejarse inspeccionar genitalmente de manera “entrometida”),o elementos biográficos que reflejen un traumatismo de este índole (una violación o un intento de violación, por ejemplo), la tarea del sexólogo debe centrarse en el elemento aprensivo (la mujer) y en el temido (el varón) y, como venimos diciendo, en la relación que entre los dos se establece a partir de ese condicionante. A partir de ahí, no existe una solución estándar más allá de los ejercicios tendentes a una dilatación progresiva y no traumática de la vagina con dilatadores - dildos de tamaño progresivos- (que enseñe al cuerpo de la mujer y a su concepción bloqueante que “no pasa nada”, que tanto su organismo como su entendimiento de la situación están preparados para ellos). Esa falta de “estandarización” en el tratamiento se debe, en gran medida,a lo amplio y variado de las causas que pueden producir el vaginismo; existen a veces y por ejemplo, condicionantes de partida de orden moral (el haber conformado la sexualidad de ella o la de ambos en base a creencias que hacen del placer o del coito no meramente reproductivo un motivo de culpa), y hasta nos encontramos a veces con que el vaginismo es una involuntaria respuesta reactiva para amortiguar la culpa que siente su compañero por una dificultad sexual que entiende como propia (eyaculación precoz o disfunción eréctil) o con que esas relacionales coitales heterosexuales se producen en un entorno en el que uno de los miembros no tiene claras sus orientaciones sexuales.

Otro elemento que conviene que no descartemos es la falta de voluntad por parte de uno de los miembros o de los dos de solucionar la dificultad; viven su situación con cierta inquietud pero, en el fondo, ya les va bien que sigan así las cosas porque el propósito final está, de manera normalmente inconsciente, más allá de normalizar las relaciones con penetración (por ejemplo, el objetivo es, aunque ni siquiera lo sepan, el tener un motivo para separarse).

Y así, mil motivos más que pueden propiciar esta disfunción y que hacen que la terapeuta tenga que andar con la nariz muy fina y con el entendimiento muy abierto y no descarte, en ningún caso, al hombre, pues aunque nos cueste entenderlo en este caso y en muchos otros, en nosotros, los humanos, lo “mío” es casi siempre lo de los otros.

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