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La revolución sexual del siglo XXI

"No puede darse una revolución sexual sin que operen, en coordinación, otras revoluciones: política, social, económica..."

Haz click en la imagen para descubrir 10 fantasías sexuales que aumentan el morbo./getty

Haz click en la imagen para descubrir 10 fantasías sexuales que aumentan el morbo. / getty

Valérie Tasso
VALÉRIE TASSO

Una revolución sexual nunca es “solo” una revolución sexual: cambia la forma en que nos concebimos y en que nos relacionamos con el mundo. Lo mismo pasa con la maternidad: tener un hijo nunca es “solo” dar a luz; es que se trastoque y se reoriente el sentido de nuestra existencia, que concibamos de manera distinta las relaciones, los afectos y el mundo.

No puede darse una revolución sexual sin que operen, en coordinación, otras revoluciones: política, social, económica... Tiene que trastocarse el sentido que el ser sexuado tiene de su condición; o, lo que es lo mismo, debe surgir una nueva forma de entendernos a nosotros mismos. Esto implica una nueva forma de entender nuestra identidad y la manera de manifestarla (la sexualidad); una nueva manera de concebir cómo nos relacionamos y nos seducimos (nuestra erótica); y una nueva forma de elaborar las fórmulas, valores y principios con los que interactuamos sexualmente (nuestra ars amandi). Implica reestructurar la manera en la que entendemos nuestra condición sexuada. Es, por lo tanto, un asunto importante, que no hay que tomarse a la ligera; especialmente las mujeres, sobre las que tiene que pivotar el cambio.

A hombros de revoluciones pasadas

Desde mediados de los años 60 y hasta finales de los 70 del siglo XX, vivimos un momento parecido al actual. Las mujeres, en su intimidad y en la forma de construirse, se alejaron de lo que habían sido sus madres y con su metamorfosis cambiaron el mundo. La caída de los grandes relatos religiosos y sociopolíticos tradicionales propició una revalorización del cuerpo y del cuerpo que goza (incluido, por primera vez, el de la mujer); una revalorización de los afectos, la solidaridad y la cooperación; y una revalorización en la consideración de las minorías. Las estructuras tradicionales de asociación afectiva (el matrimonio, por ejemplo) se cuestionaron; la igualdad entre sexos se convirtió en una meta política de máxima urgencia y las eróticas consideradas pecaminosas o patológicas (como las homosexuales) comenzaron a oírse y normalizarse.

Fueron importantes la píldora anticonceptiva (que nos daba, por primera vez, autoridad sobre nuestra capacidad de gestar); la posibilidad de un “amor libre”, promiscuo, hedonista y sin las ataduras de fidelidad y exclusividad; la consolidación de las leyes de divorcio o las primeras regulaciones sobre el aborto…

Pero también fue la década de la segunda ola del feminismo (verdadero agente dinamizador de los cambios), de los movimientos pacifistas, de la reivindicación política, del deseo frente a la represión... ¿Puede, en las próximas décadas, darse un cambio de esa amplitud y magnitud? ¿Es posible una revolución sexual en el siglo XXI?

Señales de cambio

Una revolución siempre pilla por sorpresa. Es cronológicamente impredecible e incierta en sus efectos. Pero, aunque sea un desajuste en la historia, siempre se cocina en el seno de ella. Y, en el día a día, va burbujeando. Con las revoluciones, pasa un poco como con el Sol: no podemos mirarlo de frente y de él percibimos solo sus efectos cotidianos. El problema es que la mayoría estamos tan acostumbrados a los efectos de su calor que apenas les prestamos atención.

Con el fuego lento de la revolución ocurre lo mismo. Solo los oídos expertos oyen el movimiento de placas tectónicas que, en materia sexual, se está produciendo bajo nuestros pies y que anuncia el seísmo.

Y las placas se están moviendo. No me refiero al parloteo en torno al hecho sexual, con su sarta de lugares comunes enmascarados de neologismos. Eso no es el ruido de fondo, sino lo que nos impide oírlo. Me refiero a cuestiones que remueven las profundidades de nuestro ser y, por lo tanto, las raíces de nuestra condición sexuada. Por ejemplo, la llamada “ ideología de género”: concebir los sexos no como algo natural, sino como una construcción cultural hace que el propio significado de “género” pierda sentido. Si el género (hombre y mujer) es un constructo cultural, cada uno puede “construirse” como quiera, con tantas identidades sexuales como desee. Sin d ualismo hombre/mujer, las posibilidades son infinitas. Los avances en biotecnología, farmacología e ingeniería genética (y no solo los planteamientos teóricos de género) cada vez permiten más ese “hágase usted a la carta”. Ser mujer apunta a convertirse en una elección, y a la histórica lucha contra la desigualdad social se le podrá sumar la lucha biotecnológica contra las “desigualdades naturales” (que, por ejemplo, unos nazcan física o cognitivamente disminuidos frente a otros). Eso supone, por ejemplo, que las mujeres podremos ser tan fuertes, altas y rápidas como ellos (el discutible “sexo débil” perdería todo fundamento).

Tomemos también la cada vez mayor necesidad de transparencia, pulcritud y precisión en la relación entre sexos y la voluntad de desvelar y destruir cualquier tabú sobre el hecho sexual. Todo –voluntades y hechos– debe volverse diáfano, olvidando quizá que sin ambigüedad no puede existir erotismo, al menos como lo entendemos. También se oye ahí el chirriar de las vigas que sustentan el edificio. ¿Y el amor? ¿No estamos dándole nuevos significados? La relación amorosa (y, con ella, las dependencias, responsabilidades y obligaciones que yo, como mujer, establezco) se ordenará desde otras premisas, en las que nosotras tendremos más derechos y más responsabilidad.

Hablemos, como conclusión, del feminismo: sin él es impensable una revolución sexual. El feminismo –y con él tú, yo y todas las mujeres–buscará la igualdad de derechos entre géneros cada vez más difusos y tendrá que caracterizar qué va a ser lo femenino (algo sobre lo que ahora titubea, porque aspira en exceso a ser lo masculino) y en contraposición o complementa-riedad a qué.

Un sentido distinto

En todos esos terrenos, y en muchos otros, avanza inexorable una nueva revolución sexual, con una virulencia que amenaza con dejar en pañales los cambios hasta ahora conocidos. Una revolución que, para bien o para mal, de manera evolutiva o involutiva, dará un sentido distinto a lo que somos, a lo que son esos animales humanos que desean, aman y besan.

De nosotras, de ti y de mí, y de nuestras hijas, dependerá lo que finalmente decidamos ser, la forma en que nos relacionaremos, la estructura humanista y feminista que crearemos y, con todo ello, el mundo que nos espera. Sí, el siglo XXI traerá, entre simulacros, una estruendosa revolución sexual que, ni atados al mástil y con tapones en los oídos, podremos dejar de escuchar.

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