Cacheo y pérdida de la dignidad en un estadio de fútbol

Así fueron los cacheos (abusivos) a los aficionados del Deportivo de A Coruña a la entrada del estadio del Eibar.

Anita Guerra
ANITA GUERRA

Escribo no sé si desde el cabreo, desde la decepción o desde la impotencia, pero lo hago no como una simple aficionada que va, tranquilamente, sin hacer daño a nadie, a ver un partido de fútbol de su equipo, sino como alguien que se ha sentido vejada y humillada. Lo hago en primera persona porque lo viví, pero no fui la única. El relato es el mío, pero también el de decenas de personas que asistimos el pasado domingo, como visitantes, representado a la hinchada del Deportivo de A Coruña en Eibar.

11.37 de la mañana de un domingo soleado. Torno de acceso al Estadio de Ipurúa. Como es costumbre se me registra la mochila. Yo no tengo nada que esconder y enseño mis bufandas. La pancarta no entra. Bueno, vale. Podemos estar más o menos de acuerdo, pero ni es la primera vez ni es el lugar para discutirlo.

No te asustes, que voy a meter las manos"

Y empieza el cacheo. En un principio, nada fuera de lo normal. Me resigno una vez más, a pesar de que me parece que, ya dando nuestros DNI previamente al hacer la petición de la entrada y enseñando lo que llevamos encima debería ser suficiente para demostrar una inocencia que, se dice y se rumorea, se presupone hasta que se demuestre lo contrario. Pero bueno... Abro las piernas y, de repente, la trabajadora de turno de la seguridad privada del club local me dice: "No te asustes que voy a meter las manos". ¿Cómo? Sí, la señora introduce sus manos por debajo de mi ropa interior.

No, señora, no me asusto, porque a mis 33 años, estoy lo suficientemente vivida como para que me asuste que me metan mano. Pero, ¿sabe lo que pasa? Que yo decido quién, cómo y cuándo puede pasar el límite de lo tolerable en mi intimidad, en este caso, la goma de mis bragas. Porque, con esto que se permitió a las puertas de su estadio, yo sentí, auténticamente, que se violaba mi honor y la ya mencionada intimidad. O como dirían en mi tierra: na miña cona non manda ninguén.

Este es solo mi caso. Como yo, muchas otras compañeras -también algún que otro compañero, pero las quejas que escuché eran mayoritariamente femeninas- que, después de meterse cientos de kilómetros entre pecho y espalda para ver al Deportivo, soportaron una 'inspección' que pasaba la raya de lo tolerable.

Al final se trata de que no todo vale. Que hay límites que no debe permitirse que se rebasen. De que, mientras vendemos esta como la mejor competición del mundo, se maltrata al aficionado de a pie y se le señala como un delincuente.

Para que lo entendamos mejor: no se nos puede llenar la boca diciendo que esta es la mejor Liga del mundo cuando el respeto a las personas -a alguno le puede parecer increíble, pero sí, somos seres humanos con nuestras familias, nuestros trabajos y nuestras responsabilidades, no bandas organizadas de vándalos-, simplemente, no existe.

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