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Marcados por el primer amor

Las razones para elegir a pareja son un enigma que hunde sus raíces en el juego de identificaciones y deseos de la infancia. ¿Es todo encuentro un reencuentro?

Una pareja de adolescentes en el cine. / trunk

Isabel Menéndez
ISABEL MENÉNDEZ

El corazón tiene razones que la razón no comprende. Si hay sentimientos que no podemos dominar voluntariamente, son los que tienen que ver con el amor, porque nunca son claros, se mezclan con otros afectos y acumulan la historia vivida desde nuestro nacimiento. Los encuentros amorosos en la edad adulta son, en parte, reencuentros con los misteriosos lazos que nos unen a nuestros primeros objetos de amor: la madre, el padre, los hermanos y otras personas.

Si todo fue bien con ellos, el afecto y la ternura quedaron enlazados y aprendimos a querer a los otros. Con el tiempo, el primer amor infantil hacia la madre se irá desplazando hacia otras personas. Y, si bien conserva algunos rastros y huellas de esa relación, esta tiene que encontrarse lo suficientemente alejada y diferenciada para permitir la plenitud de un encuentro amoroso satisfactorio.

Mónica tenía una cita en la consulta de su psicoanalista. No le apetecía ir, pues en la última sesión había sentido que la terapeuta la culpaba de lo que le estaba sucediendo. "Venía oyendo en la radio del coche una canción que no se me va de la cabeza -dice-. Aunque solo me acuerdo de una estrofa: "Y aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor". Tras pronunciar aquella frase, las asociaciones que se le habían ido ocurriendo la condujeron a desentrañar una maraña de conflictos inconscientes que habían determinado sus relaciones amorosas.

Repetir lo que se detesta

La primera parte de la frase a la que hacía referencia Mónica aludía al rechazo que había sentido por su psicoanalista, al transferir hacia ella lo que había vivido con su madre. Nunca se abía sentido querida por ella. La ambivalencia de amor y odio que había sentido hacia su progenitora, y que no había podido resolver en su momento, inundaba sus relaciones amorosas. Mónica elegía hombres protectores y cariñosos, buscando lo que añoró en la infancia.

Pero luego, no sabía por qué, sentía que la dominaban y se sentía asfixiada por su protección. Sin saberlo, repetía con sus parejas el guion amoroso que habñia organizado en su infancia. Los colocaba en el lugar de una madre protectora, pero se sentía poco querida. Descubrir cómo sus deseos jugaban en la relación de pareja la liberó y la alargada sombra de la relación con sus padres, que impregnaba su forma de amar, se fue modificando para vivir su relación de forma más adulta.

Puede que repitamos con la pareja una relación como la que tenían nuestros padres. Si fue buena, nos habrán transmitido una ley interna que nos permitirá tener éxito con los siguientes amores. En caso contrario, debemos tener cuidado, porque también se repite lo que se detesta. Si hemos sufrido inhibiciones en la evolución emocional, el proceso de emancipación respecto a la figura paterna y materna no se producirá de forma adecuada.

La elección amorosa depende de la actitud inconsciente frente a los padres y de cómo elaboramos psiquicamente los primeros amores. Esa elaboración queda en el inconsciente como el molde donde se formará la relación amorosa. El margen de libertad para componer la pareja que deseamos está en el grado de maduración psicológica. Conocer las claves de cómo elegimos pareja puede ayudarnos en un conocimiento interior que nos permitirá organizar una relación más placentera.

La idealización del primer amor de la adolescencia o juventud se promueve porque produce la añoranza de una relación frustada, que no pudo ser, y moviliza intensas emociones. Esta fuerza se extre de lo que inevitablemente fue frustado en el comienzo de nuestros primeros amores infantiles, ya que no todo lo que quisimos pudo ser. En el juego de identificaciones y deseos que el niño y la niña organicen con su padre y su madre se sentarán las bases del mapa amoroso que cada uno construya con su pareja en su vida adulta.

Evitar errores

Construimos la relación amorosa sobre los cimientos de lo que vivimos en nuestra infancia. Los primeros amores de nuestra vida (el de la madre, el del padre...) nos son dados. Después los sustituimos por otros que elegimos desde nuestros deseos. Podemos acabar escogiendo a alguien que evoca a uno de nuestros progenitores para así poder resolver algo que no pudimos elaborar.

Qué podemos hacer

Aceptar que gran parte de nuestra vida amorosa se mueve en márgenes inconscientes, que no podamos controlar. Pero, aunque no somos culpables de lo que nos pasa, sí somos responsables, por lo que debemos intentar resolverlo. Si idealizamos el primer amor, conviene que reflexionemos sobre nuestra tolerancia a resistir las frustaciones que el amor adulto impone.

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