Hay un coach en mi Tinder

He contratado un coach experto en relaciones de pareja on line. Me ha convencido su curriculum y su foto de hombre curtido en mil batallas y con buen gusto para los trajes. Su trabajo será intervenir en la preselección de mis presuntos candidatos porque dice y cito que "confundo la realidad con el deseo" y "las churras con las merinas".

También promete convertirme en una mejor versión de mi misma. Dice que redactar un perfil es una operación de marketing y que hay que ser "aspiracional". Léase mentir razonablemente.

Ante mi leve intento de defender la honestidad de las relaciones humanas, el coach argumenta que en internet no hay hombres calvos, sino empresarios de éxito. Sostiene que, a pesar de mi dedicación, no tengo una estrategia sostenida y no soy coherente en el tipo de pareja que busco.

En este punto del análisis, casi rescindo el contrato con el coach: todo el que conozca bien el mercado sabe que, si te pones sibarita y coherente, el mundo se vuelve contra ti y los sapos a besar se multiplican. Me pareció extraño que un experto se mostrara tan ingenuo ante la cruda realidad. Afortunadamente, aclaró que no estaba el asunto para ponerse tiquismiquis, pero que había que crear una actitud de la abundancia. Ir por la vida de sobrada, es decir: "Actuar como si tuvieras una larga cola esperando y convertirse en un objeto de deseo, en una pieza de caza". Eso dijo.

Desde entonces, gestiona los tiempos en mis perfiles de Tinder y Meetic. Cuando recibo un flechazo de un macho alfa y quiero hacer lo habitual, es decir, tirarme en plancha y gritar con mayúsculas y muchos signos de admiración, el coach toma el mando, y a pesar de mi angustia vital, decreta la estrategia del silencio. Hasta que el macho alfa no da al menos otra señal de vida inteligente, este nuevo objeto del deseo en que me he convertido no contesta. Cuando lo hace, solo articula un parco: "Hola".

Mi nuevo yo (pieza de caza) chatea poco y se prodiga menos. Mi guía espiritual me ha prohibido reírme de todos los chistes. "Debes dosificar la simpatía". Desde que soy una diosa, no he vuelto a quedar con nadie porque dice mi guía espiritual que la reflexión, el retiro y la abstinencia son buenos para el cutis. Yo había escuchado lo contrario, le dije. Pero me tuve que callar.

Si tuviera que tomar medidas extremas para domar mi impaciencia, un protocolo establece cuál sería el orden de acción. Por ejemplo, ponerme una orden de alejamiento del móvil, esconderlo en un cajón bajo la ropa interior o incluso cargar con el router a su casa. Así que en seis meses, gracias a mi coach, dejaré de ser Miss Dramas para empezar a ser una mujer disciplinada que sabe esperar con elegancia al hombre de su vida. Aviso.