Elizabeth Strout, autora de 'Ay, William': «En mi cabeza hay un lector que me hace pensar en lo que necesita en cada momento»

La autora que sublima lo cotidiano habla sobre el poder del no, sus problemas para recordar que tiene lectores reales, el peso del pasado y su última novela, Ay, William.

¿No sabes qué leer? Te traemos esta selección de libros recomendados, novedades literarias que enganchan, enseñan y emocionan a partes iguales./Joss McKINLEY

¿No sabes qué leer? Te traemos esta selección de libros recomendados, novedades literarias que enganchan, enseñan y emocionan a partes iguales. / Joss McKINLEY

Marita Alonso
MARITA ALONSO

Tendemos a glorificar la prosa complicada y los libros que cuesta terminar. También aquellos de ritmo frenético que avanzan mediante giros de guión. Sin embargo, el éxito de Elizabeth Strout (Portland, 1956) radica precisamente en sus sutiles y minimalistas textos en los que la acción es nimia. Aparentemente. Más complicado que sorprender es atrapar con personajes y tramas comunes, pero si Strout se centra en ellos es porque son los que le empujan a escribir cada día. «Como crecí en un pequeño pueblo, no veía a muchas personas, y, por eso, siempre me ha embelesado la gente. Jamás he encontrado algo más fascinante que la gente normal y corriente, o que imaginar lo que se siente siendo otra persona. Desde pequeña, comprendí que los libros son capaces de hacernos sentir lo que los demás sienten», asegura la escritora.

Hija de unos padres extremadamente religiosos, se crió en la ciudad de Portland, Maine (EE.UU.), en una casa en la que no había televisores, pero sí libros, aunque ninguno de ellos era infantil. Su primera lectura fue Plumas de paloma, de John Updike, que le hizo querer crecer cuanto antes para experimentar las aventuras que componen la vida adulta. Se enganchó el placer de descubrir por su cuenta a los clásicos y encontró en la escritura su fórmula para vivir otros mundos.

«Mi imaginación me da la libertad de hacer lo que quisiera. Mi mente me ayudó de pequeña a liberarme y a ir a otros lugares», explica Elizabeth, que en Ay, William (Alfaguara) retoma al ya conocido personaje de Lucy Barton, con quien comparte tantas cosas (provienen de una infancia de aislamiento, son escritoras, se han divorciado de sus primeros maridos y llegaron a Nueva York en los 80) que resulta complicado no pensar que se trata de su reflejo literario. Su casi alter ego (aclara que ella no es Lucy, pero asegura que su voz le es verdadera) nació en 2016 con Me llamo Lucy Barton, la novela que hizo más conocida a Strout en España, pese a que en 2009 ganó el Pulitzer con Olive Kitteridge, que fue llevada cinco años después por HBO a la pequeña pantalla, protagonizada por la actriz Frances McDormand.

Imagen de la serie Olive Kitteredge, adaptación de la novela de Strout.. / HBO

LA MAGIA DEL DETALLE

«Como soy novelista, tengo que escribir esto casi como si fuera una novela, aunque todo es cierto: tan cierto como me es posible», escribe Strout en su última novela. Le preguntamos si, al juntar cada uno de sus libros, podríamos, de alguna forma, conocer a Elizabeth Strout y su historia, puesto que quizás comparte con su personaje, Lucy, esa incapacidad de narrar sin que sus propias vivencias se inmiscuyan de algún modo… «No, no soy ninguno de mis personajes, pero creo que los conozco bien. Hay una pequeña parte de mí en cada uno de ellos. De lo contrario, no sería capaz de crearlos. Creo que en realidad escribo sobre la gente que he observado a lo largo de mi vida. No conozco a ninguna Lucy Barton ni a ninguna Olive Kitteridge, pero cada cosa que he observado termina creando a mis personajes. Siempre he sido una gran observadora», responde.

También comparte con Lucy esa cualidad: la de observar lo minúsculo. En Ay, William, la protagonista reflexiona sobre la existencia, explora la cantidad de sentimientos que hay en todos los matrimonios, incluso en los que ya se han terminado, y saca a la palestra la pérdida. Asemeja la soledad con la que se vive la pena con «resbalar por la fachada de un edificio de cristal muy alto cuando nadie te ve», pero no cree que la pérdida se esconda. «Lo que sí pienso es que es un proceso tan personal que es complicado compartirlo, por lo que la literatura es una buena forma de superarlo. Si lees sobre la pérdida de otra persona y consigues identificarla con la tuya, te puede ayudar», asegura Elizabeth.

«En mi cabeza hay un lector que me hace pensar en lo que necesita en cada momento. No puedo visualizarlo, pero siento su presencia».

En la novela, Lucy, que acaba de perder a su esposo, acompaña a su exmarido, William, en un viaje transformador que demuestra que el pasado siempre es el copiloto de nuestras escapadas. «Podemos intentar huir de él, pero dudo que lleguemos demasiado lejos. La fuerza del pasado es muy poderosa y moldea a cada persona de una forma distinta. La madre de William, Catherine, parece haber sido capaz de escapar con éxito de su pasado, pero no sabemos si lo ha logrado. Lucy, en cambio, siempre está marcada por su pasado, ese que nunca la abandona», explica Elizabeth.

Su personaje procede de una familia humilde que conoció la pobreza extrema, pero la mayor pobreza que ha experimentado es la emocional. Los abrazos no recibidos de su madre es lo que marca el devenir de un personaje que consigue cruzar las fronteras entre clases, un asunto que a Elizabeth siempre le ha interesado. ¿Creer en el sueño americano puede resultar, sin embargo, peligroso? «No lo creo, pero sí pienso que tiene diferentes caras que pueden resultar alarmantes, como creer que el dinero es la respuesta. En mi opinión, la gente tiene que creer en algo, y en realidad ni sé lo que realmente es ya el sueño americano… Lo que hace de Lucy un personaje enérgico es que se desenvuelve por Nueva York como una mujer exitosa, pero siempre se encuentra cercana a la tristeza de la que proviene. Eso es lo hace que la gente sea interesante: que, si la vemos pasear por la Gran Manzana, no sabemos lo que ocurre en su interior. La diferencia es que la lucha entre la vida interior y la exterior, en el caso de Lucy, es más acusada que en los demás», explica Strout.

UN ÉXITO INCREÍBLE

Hablando de sueños (no necesariamente americanos), el de Lucy siempre fue publicar un libro, pero el éxito le llegó con cierto retraso. Enviaba relatos a la revista New Yorker que eran rechazados, estudió Derecho, obtuvo un máster en Gerontología, fue camarera de cócteles (no solo los actores llevan bandejas mientras sueñan con enamorar al gran público) y ejerció de abogada durante seis meses. «Era malísima. Recuerdo que en una ocasión aparecí en el juzgado sin tener ni uno de los documentos que necesitaba», dice entre risas. «Creo que el haber sido rechazada tantas veces me ha ayudado, las historias que escribía no eran lo suficientemente buenas. Han ido mejorando con el paso del tiempo, y supe comprender que tenía que continuar escribiendo para poder conseguir mi meta. Experimentar el rechazo es lo que me ha hecho escribir buenos libros», cuenta.

Elizabeth confiesa no sentirse (pese a ser la reina de los best sellers y tener un Pulitzer) una escritora exitosa. «Nunca consigo tener la sensación de éxito, y es algo triste, porque soy consciente de que lo tengo. Aunque me encanta escribir, cuando el libro por fin se publica, soy incapaz de percibir lo que los lectores piensan de él. Siempre experimento cierta desconexión cuando publico, y me preocupo de que no haya salido bien». Cuando comenzamos a hablar acerca de su legión de lectores y nos adentramos en el proceso de escritura de Strout, hace innecesario, sin saberlo, que le hagamos la pregunta con la que íbamos a cerrar la charla: si ya está inmersa en su siguiente novela. «Disfruto escribiendo y siempre pienso en mis lectores al escribir.

En mi cabeza hay un lector que me hace pensar en lo que va necesitando en cada momento. ¡Me encanta hablar con mis lectores mentales! No tienen un género concreto y aunque no puedo visualizarlos, siento su presencia. Soy realmente afortunada, porque me doy cuenta de que justo cuando estoy terminando un libro, surge uno nuevo en el horizonte». Solo podemos exclamar una cosa: ¡Ay, Elizabeth!.

21 de marzo-19 de abril

Aries

Como elemento de Fuego, los Aries son apasionados y aventureros. Su energía arrastra a todos a su alrededor y son capaces de levantar los ánimos a cualquiear. Se sienten empoderados y son expertos en resolver problemas. Pero son impulsivos e impacientes. Y ese exceso de seguridad en sí mismos les hace creer que siempre tienen la razón. Ver más

¿Qué me deparan los astros?