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Cómo hacer espiritismo literario en la biografía de los genios: el caso de Shakespeare, su hijo Hamnet y la escritora Maggie O'Farrell

La intervención mágica de Maggie O'Farrell en la biografía de William Shakespeare nos descubre al personaje más fascinante de la vida del bardo: su mujer, Anne Hathaway.

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Conocemos al menos tres razones para correr a la biblioteca ahora mismo con el nombre de Maggie O'Farrell escrito en un post-it. La primera es Tiene que ser así, una gran novela de amor que reflexiona sobre la ausencia del padre. La segunda nos impresionó aún más: es Sigo aquí, una biografía maravillosamente contada a través de dieciséis experiencias cercanas a la muerte (efectivamente: la vida desde la posibilidad de perderla). La tercera figura en todas las listas con los mejores libros de 2021 con otro experimento cercano a la muerte: se llama Hamnet, la novela que explora la vida familiar de William Shakespeare y Anne Hathaway a raíz del fallecimiento de su hijo de 11 años. Se llamaba Hamnet, a solo una letra de distancia del Hamlet que hizo inmortal al escritor cuatro años más tarde, en 1573.

Las que hemos devorado biografías de Shakespeare sabemos del papel que los investigadores y ensayistas han solido adjudicarle a Anna Hathaway y, en general, a la vida privada del bardo. La inculta, vieja y poco agraciada Anna de los relatos canónicos se transforma en Hamnet en un espíritu libre, ingobernable, casi salvaje y con un conocimiento experto sobre plantas medicinales (en otras palabras, una de esas mujeres sabias a las que se temía por brujas). Si la muerte de Hamnet se despacha como inevitable en tiempos de peste bubónica, una pérdida casi rutinaria («una nota al pie de página», se ha quejado Maggie O'Farrell), la escritora le convierte en el eje sobre el que gira toda su investigación literaria. Una investigación que se pregunta, entre otras cosas, cómo tantos estudiosos han podido pasar por alto el dolor de perder a un hijo, de perder a Hamnet, en Hamlet.

En el desarrollo literario de la vida familiar de Shakespeare, el escritor importa lo mínimo, como corresponde a un patriarca del siglo XVI que, además, se gana la vida como dramaturgo de éxito lejos del hogar. En el territorio doméstico son ellas las que cargan con la intendencia, las plagas y las cuarentenas, haciendo una magia de andar por casa que, sin embargo, no está tan lejos de la que ocurre sobre los escenarios de The Globe, el mítico corral de comedias londinense. Toda la narración es un prodigio de sensibilidad, con un final memorable y una recreación de la vida en la época isabelina impactante, como si O'Farrell se hubiera trasladado mágicamente allí. Tan impactante, que ni nos importa que el nombre de Shakespeare no aparezca ni una sola vez en todo el libro.