fenómeno literario
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Quizá hayas tenido alguna entre las manos o descargada en tu e-book y puede que no hayas caído en la cuenta. Primera pista: son libros sobre mujeres escritos por mujeres. Segunda: suelen tener rasgos autobiográficos. Y una más: en TikTok y en los circuitos literarios más comerciales se les conoce como sad girl novels. O novelas para chicas tristes.
La protagonista es una mujer de veintitantos años, a menudo insatisfecha con su trabajo de 9 a 5, frecuentemente una escritora frustrada, casi siempre con un historial amoroso complicado a sus espaldas, con una intensa vida interior y rasgos que van desde el egoísmo y el ensimismamiento al aburrimiento y el comportamiento ligeramente autodestructivo.
Hablamos, en realidad, de existencias relativamente normales y no excesivamente dramáticas, pero sí bastante melancólicas. La etiqueta la acuñaron los propios fans de un fenómeno protagonizado por personajes que no están simplemente tristes, sino que coquetean peligrosamente con el desastre y el caos en cada página. También son, casi siempre, mujeres blancas, privilegiadas y universitarias.
Sally Rooney, la autora superventas de Gente normal o Conversaciones entre amigos, es uno de los exponentes más claros de este tipo de literatura, pero también Ottessa Moshfegh y su libro Mi año de descanso y relajación, que adaptará Margot Robbie a la gran pantalla y cuya portada es la representación estética más fidedigna del género. Pero también novelistas anglosajonas actuales como Coco Mellor, Toni Jordan, Naoise Dolan, Eliza Clark, Meg Mason…
Si hubiera que destacar a una representante española del género quizá Sara Mesa, autora de Un amor o Cicatriz, encajaría en el molde. Pero este tampoco es un fenómeno moderno. Ahí están escritoras como Sylvia Plath y su La campana de cristal o Joan Didion para demostrarlo.
Y ni siquiera está acotado al universo literario. Si pensamos en música para chicas tristes, Lana del Rey es una referencia clara. ¿Una serie? Fleabag, la tragicomedia que lanzó a Phoebe Waller-Bridge al estrellato. ¿Una película reciente? Una joven prometedora. Y suma y sigue.
Pero, ¿por qué están tristes las chicas tristes? Al desafío habitual que implica despedirse progresivamente de la juventud y estrenar la madurez, se suman factores generacionales como la crisis climática, la situación política o las dificultades contemporáneas para alcanzar objetivos vitales (léase la vivienda o la maternidad) que antes se daban por sentadas a esa edad.
El año pasado, la autora australiana Pip Finkemeyer decidió coger el guante y titular directamente su debut literario así. Sad Girl Novel cuenta la historia de una escritora de 27 años, su obsesión por su agente literario, sus sesiones de terapia, sus múltiples traumas y su relación con su mejor amiga y compañera de piso, que espera un hijo de un donante de esperma.
La novela es, al mismo tiempo, un tributo a la literatura para chicas tristes y una crítica mordaz a la etiqueta. «Hay algo problemático en que mujeres millennials privilegiadas lean sobre mujeres millennials privilegiadas que escriben libros sobre mujeres millennials privilegiadas. Se convierte en una serpiente que se muerde la cola», ha explicado la propia Finkemeyer.
La etiqueta también es problemática porque, de alguna manera, sirve para estigmatizar la obra de escritoras jóvenes afanadas en explorar las complejidades de la experiencia femenina: su deseo, su rabia, sus angustias, sus ambiciones y sus miedos. Y para acusarlas de una cosa y la contraria: de ser demasiado intensas y demasiado frívolas; de utilizar un lenguaje excesivamente sencillo o de caer en la pedantería.
Pero también porque, por supuesto, esa clase de categorías nunca se utilizan para describir las novelas que escriben ellos. ¿O es que los chicos tristes no leen? Finkemeyer lo tiene claro: «Si estos libros estuvieran escritos por hombres, se llamarían simplemente literatura».