ENTREVISTA
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En Parecido a un asesinato, Antonio Hernández invita al espectador a visitar un territorio donde lo psicológico y lo sobrenatural se entrelazan. La película, con Blanca Suárez y Eduardo Noriega al frente, explora cómo los fantasmas del pasado pueden condicionar el presente y deformar la percepción de la realidad. A través de un triángulo formado por un padre, una hija y una mujer atrapada entre ambos, el relato se adentra en los límites de la memoria, el perdón y la identidad.
Rodada en escenarios naturales que acentúan su atmósfera inquietante, la cinta combina el suspense con un drama íntimo muy humano. Suárez encarna a una mujer que intenta rehacer su vida, mientras Eduardo Noriega da vida a un hombre que esconde más de lo que muestra. Hablamos con ambos sobre cómo se prepararon para interpretar a sus personajes, qué aprendieron del proceso y por qué siguen disfrutando del oficio con la misma ilusión que al principio.
Parecido a un asesinato habla de secretos, miedos y de cómo el pasado siempre vuelve. ¿Qué fue lo primero que pensasteis al leer el guion?
Eduardo: Lo primero que pensé fue que era muy difícil interpretar lo que sucedía en la película. Había determinadas secuencias tremendas, intensas, dramáticas. Pensaba: «Madre mía, ¿cómo se hace esto?». Y lo siguiente fue que iba a hacer una peli con Blanca. Tenía claro que debía trabajar el vínculo con mi hija, nuestra relación, complicidad y dependencia. Luego lo demás surgiría a partir de ese vínculo, pero ese vínculo tenía que ser real. No podía ser un actor y una actriz haciendo como que se quieren, en este caso padre e hija; eso tenía que estar construido de verdad para que aflorara luego en la película.
Blanca: En mi caso fue un poco igual. Creo que es una de esas pocas películas que, cuando haces una primera lectura del guion, te engancha como si estuvieras leyendo una novela. Estaba casi visualizando la película en mi cabeza, y una vez que cierras el libreto, te preguntas por dónde empezar. Sientes que se te queda grande hasta que empiezas a ordenarlo todo.
Blanca, tu personaje, Eva, carga con un trauma enorme. ¿Cómo te preparaste emocionalmente para darle esa veracidad sin que te pasara factura?
Blanca:Estudiando mucho hasta dónde había que bucear. No queríamos, ni yo ni Antonio (el director) ni Tamal (Novas), que ese trauma del pasado se apoderara del personaje. Evidentemente, tiene que estar presente y muy arraigado porque condiciona el resto de su vida y todo lo que le ocurre en la película. Pero no queríamos que fuese el protagonista.
Es el origen de sus reacciones, porque ella achaca todo lo que le va pasando —las cosas raras que ve a su alrededor— a ese pasado, como si fuese un tsunami silencioso y oscuro que está a punto de engullirla todo el rato. Ella se siente así, pero no queríamos que fuese una película sobre eso. La temática es otra. Lo que le ocurre a los personajes es otra cosa, aunque ese pasado sea un punto fundamental en la creación del personaje de Eva.
Eduardo, interpretas a Nazario, un escritor de éxito. ¿Qué te atrajo de este personaje y de sus capas ocultas?
Eduardo:Precisamente eso. Primero, el vínculo tan poderoso que tiene con su hija, que es lo que determina todo lo que le sucede en la vida. Su hija es pieza fundamental. Nazario está enamorado de Eva, del personaje de Blanca, pero su núcleo familiar incluye a la hija; lo que quiere es formar una nueva familia junto con Eva.
Lo importante era construir ese vínculo con la hija y también trabajar todo lo que él ha decidido ocultar: asuntos del pasado que quiere esconder o de los que incluso se ha olvidado. Desgraciadamente, cuando no cierras bien una herida, se vuelve a abrir, y ese pasado irrumpe con fuerza.
El thriller suele ser un género muy exigente en cuanto a atmósfera y tensión. ¿Cómo era el ambiente real en el set? ¿Más risas de las que imaginamos o todo muy intenso?
Blanca: Sí, fue muy exigente. Pero este rodaje tuvo esas cosas extrañas que a veces pasan en nuestra profesión: estás haciendo un thriller que te exige psicológicamente una presencia muy concreta y una energía muy densa, pero detrás de las cámaras ocurría todo lo contrario. Antonio Hernández provocaba un estado de calma, de alegría, de sentido del humor, de mucha paz. Se preocupaba mucho por que todo el mundo se sintiera contento y a gusto haciendo su trabajo. Era muy contradictorio: tener ese ambiente tan relajado detrás de las cámaras mientras hacíamos una película tan intensa.
Eduardo: Sí, Antonio Hernández se entusiasma haciendo cine. Es como un niño pequeño. Transmite ese entusiasmo, esa alegría, su sentido del humor. Logró un clima maravilloso dentro de una película muy exigente emocionalmente, muy dura, muy densa, con sucesos trágicos. Pero el ambiente de rodaje era muy relajado. Me encanta que Claudia, la actriz que debutaba, haya vivido este ambiente. Pobre, se va a creer que todo el cine es así, tan buen rollo y con lugares tan maravillosos donde rodamos.
Tenéis escenas muy físicas y otras de gran carga psicológica. ¿Qué resultó más duro de rodar: el cuerpo o la mente?
Blanca: Cuando estás ahí, en caliente, no eres muy consciente ni de una cosa ni de la otra. Es cuando pasa un rato, después del «corten», cuando te enfrías, llegas a casa y notas las cosas.
Eduardo: Tanto las físicas como las emocionales. Lo que hacemos es muy exigente, porque tanto en lo físico como en lo emocional, el rodaje multiplica la intensidad. Cuando tienes que pelearte o discutir a gritos en la vida real, el clímax dura segundos o minutos. Pero cuando tienes que rodar eso, estás horas y horas a gritos. Es un desgaste tremendo. Llegas al hotel y parece que te ha pasado un tren por encima. Y si es algo físico, igual: pasas horas con el cuerpo en tensión, recibiendo golpes, repitiendo movimientos. Es alargar momentos que en la vida duran segundos.
El entrenamiento del actor consiste en reproducir eso durante horas, días o semanas. Si son situaciones trágicas emocionalmente, incluso meses. Por eso es tan importante que haya buen ambiente, porque los rodajes en sí son agotadores. Hay que estar en buena forma física y mental para afrontarlos.
Blanca, llevas años moviéndote entre televisión, cine y proyectos internacionales. ¿Qué buscas hoy en un papel que quizá no buscabas al principio de tu carrera?
Blanca:Creo que sigo buscando lo mismo: primero, que haya trabajo. Si lo hay y tienes la suerte de que sean varios proyectos, puedes elegir. Eso ya es una rareza. Ahí puedes ponerte más exigente o pensar qué has hecho últimamente, qué te falta o qué camino te apetece elegir.
Pero no es tan habitual hacer una lista a los Reyes Magos y que se cumpla. A veces simplemente tienes que coger lo que viene con la mayor ilusión y responsabilidad, exprimir ese personaje y hacerlo lo mejor posible en ese momento.
Eduardo, has trabajado con directores que ya forman parte de la historia del cine
Eduardo:Cada director es distinto, cada género exige una expresividad diferente. Aprendes. Esta es una profesión en la que nunca terminas de formarte. Siempre hay algo que aprender: de los compañeros, de los directores, incluso de alguien que debuta. Yo no he perdido mi entusiasmo; sigo siendo como un niño pequeño en un rodaje porque me apasiona.
Disfruto mucho, pero también estoy muy abierto a seguir aprendiendo y creciendo como actor. Todos los directores tienen algo que aportar. Me encantan los que, como Antonio, viven con entusiasmo su trabajo. Esta profesión es muy exigente, y lo único que pido es que a la gente le vaya la vida en esto, que demos todo en el rodaje. Sino, no tiene sentido. Si te da un poco igual, no vales para esto.
Si tuvierais que elegir un personaje de vuestra filmografía que os gustaría revisitar con la experiencia que tenéis ahora, ¿cuál sería?
Blanca: Creo que el primero, por aquello de poder apuntalar algunas cosas que quizá estaban un poco verdes.
Eduardo: Tesis, claro. Sería imposible, pero si jugamos a imaginar… Sí, hay millones de cosas que harías distinto cuando empiezas. Pero creo que las películas hay que dejarlas como están, que sigan su recorrido.
De hecho, cuando veo alguna de hace muchos años, al principio me costaba mucho. No me gustaba verme. Ahora, con la distancia, las disfruto como si viera a otra persona. Digo «ese soy yo», pero ya puedo verlo sin juzgarme, lo cual está bien. Así que no las tocaría.
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Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.