Amigos para siempre

Una semana más, Anne Igartiburu nos ofrece una reflexión.

Anne Igartiburu
ANNE IGARTIBURU

En vacaciones, los perfiles de amigos y conocidos están más vivos que nunca. La vida que nos cuentan en verano aquellos que seguimos en las redes, nos la ilustran con puestas de sol, playas y encuentros de amigos llenos de momentos para el recuerdo. Los álbumes de fotos de los días de descanso están abiertos de par en par y nos alegra ver lo bien que lo pasa aquel que veremos en septiembre de vuelta al trabajo o en un lugar habitual durante el resto del año. Y es que ahora, quien más quien menos, se apunta a la moda de compartirlo casi todo en ese álbum-escaparate. Tener una o más cuentas en la redes sociales es toda una experiencia. Es como salir a la plaza mayor de cualquier lugar y dejarse ver justo en medio de ese espacio común. Cada usuario utiliza el soporte para mostrar facetas de su vida en las que puede expresarse y aspectos que quizá nadie conocía. Claro que ahí también ha habido una etapa de poner límites y, ahora, parece que ya se entienden las pequeñas normas y claves de respeto fundamentales para salir a la palestra.

Reflexiono sobre la soledad del usuario que no tiene casi tiempo para ahondar en la amistad verdadera.

También es cierto que, mostrarse así, permite vivir una vida ficticia o, incluso, paralela a la vida real. Tengo la ligera sensación de que esto va para largo, pero también presiento que va a llegar a cansar. Dejando a un lado personas populares con millones de followers o seguidores hambrientos de saber de ellos y de sus influyentes vidas, reflexiono sobre la soledad de aquel usuario que tiene tantos amigos, pero no tiene casi tiempo para ahondar en la amistad verdadera. Nos conformamos con ojear fotos y leer comentarios sobre aquel que nos parece interesante, pero no nos permitimos profundizar más, bien por falta de tiempo o porque tememos decepcionarnos con lo que encontremos en ese acercamiento.

Y puestos a tomar conciencia, parece que nos creemos parte de esta especie de juego de rol en que participamos también aportando nuestro granito de arena, dando pistas sobre nuestra propia identidad y, a menudo, jugando a ser alguien que no somos, sin casi percatarnos de ello. Me viene ahora una idea muy propia de esta época estival: esos bares que cada vez abundan más, por desgracia para la estética de las bellas calles de nuestras ciudades. Aquellos que cuelgan en sus fachadas las fotos de manjares con aspecto cuestionable y que no siempre merecen nuestra confianza, pero que nos hacen salivar de manera instintiva durante unas décimas de segundo, por el apetito del momento, pero que, poniendo cabeza, sabemos que quizá no sea lo más recomendable. Todo tiene una medida y, a ratos, este entretenimiento que roba tiempo es desmedido y, por qué no decirlo, tan sin sentido, que llega a estresar al navegante. Nada es tanto lo que parece en la mayoría de los cuentos que leemos y puede pasar lo mismo en este ‘País de las Maravillas’ en el que paseamos cual Alicia, sin rumbo, pero totalmente entregados a la sorpresa. Pero si nos detenemos un poco, algo nos dice que no todo es tan espontáneo. Que a menudo hay un excesivo interés por querer manifestarse, posicionarse, expresar y sorprender de manera original.

Es momento de aceptarnos como somos y vivir más en el ahora.

Cuánta soledad se suple sientiéndose acompañado por vidas ajenas. Utilizar estas ‘ventanas’ permiten a uno jugar con su vida. No deberíamos pasar tanto tiempo ajustando los que somos de cara a la galería. Es momento de aceptarnos como somos y vivir más en el ahora que en lo que queremos ser. Maravillosa ventana al mundo la que nos permite mostrarnos a los demás, pero sin quitar naturalidad y, sobre todo, sin robar tiempo al bello instante, verdadero y presente, solo por capturarlo y compartirlo. Es momento de tomar distancia y seguir disfrutando, pero esta vez de verdad. De todo. Del instante y del Instagram, del Twitter y del Facebook, pero, sobre todo, de nuestra vida, que es ante todo nuestra. Y valiosa y original ya antes de mostrársela al mundo. Así que celebremos la amistad no solo en las redes sociales, sino, sobre todo, alrededor de una buena mesa o en una salida al monte con amigos con los que no hace falta darle a ‘me gusta’ en sus publicaciones, porque los tenemos en frente para decírselo con un abrazo o un beso. Bienvenidos a la era real.

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