El rey derrochador
El rey derrochador
Apenas hace unos días nos enteramos de la jugosa suma a la que asciende la fortuna personal de Carlos III. Según la lista anual de millonarios británicos que publica el Sunday Times, el monarca ha duplicado ya la herencia recibida de su madre, a base de acertadas inversiones, caballos de carreras o parques eólicos, para totalizar un patrimonio de 760 millones de euros. Pero pese a todo, el esposo de Camilla se ha ganado a pulso una fama de derrochador que choca con las austeras costumbres de Isabel II.
A diferencia de su madre, que una vez ordenó que una rodaja de limón sin tocar se devolviera a la cocina para evitar el despilfarro, el rey Carlos parece tener mucha más facilidad para gastar libras esterlinas sin control. Su fastuosa coronación ya le costó a los contribuyentes 85 millones de euros, entre numerosas críticas por ese gasto excesivo.
Según afirma Tina Brown, experta en los Windsor, Carlos III «opta por emular a su abuela, que gastaba mucho, e insistió en vivir en la grandeza eduardiana, manteniendo cinco casas con todo el personal». Según fuentes de Buckingham, su nieto –que no hace tanto hablaba de «adelgazar la monarquía»– aspira incluso a superar a la reina madre en cuanto a «elegancia y esplendor».
Brown pone como revelador ejemplo que poco antes de visitar a un amigo que vivía el noroeste de Inglaterra, el monarca envió a su personal un día antes con un camión cargado de muebles para sustituirlos por los de las habitaciones de invitados. Al parecer, el camión contenía los dormitorios completos de Carlos y Camilla, incluida su cama ortopédica, junto con sus propias sábanas y su propio asiento de inodoro.
Además de emplear a noventa personas en el palacio de St James y en Highgrove, los trajes de Carlos III, de los que tiene sesenta, cuestan más de 6.500 euros cada uno, mientras que sus camisas, todas hechas a mano, cuestan 1.500 euros y de esas tiene más de doscientos. Puestos a gastar, los refuerzos de sus cuellos son de oro macizo. Como guinda del pastel textil, su colección de corbatas supera las quinientas. Se sabe también que un miembro de su equipo saca brillo a diario a las botas y los zapatos del soberano, cincuenta pares, cada uno de los cuales cuesta más de 3.000 euros, y una criada lava a mano su ropa interior de seda.
Este tipo de comportamientos recuerdan a los de Isabel Bowes-Lyon, la reina madre, que organizaba cenas fastuosas, con lacayos suntuosamente vestidos detrás de cada silla y la propia anfitriona agitando una carísima campana de perlas de Fabergé para llamar al servicio. Un menú típico podía consistir en soufflé, croquetas de langosta, cordero poco hecho y frambuesas con crema de Jersey o merengue con cerezas negras en licor. Todo regado con champán Krug, a 350 euros la botella.
La royal era también conocida por gastar alegremente su dinero en joyas y caballos de carreras, lo que la llevó a poseer tan solo 9 millones de euros cuando murió en 2002. Se cuenta que de sus sesenta empleados –entre amas de llaves, mayordomos, lacayos, pajes, cocineros, doncellas, damas de compañía, jardineros o chóferes–, al menos la mitad de ellos vivían sin pagar alquiler. También se daba por hecho que la reina madre no tenía ni idea de lo que costaban las cosas y no llevaba nunca dinero en efectivo.
Cuando Carlos III subió al trono dijo que «adelgazaría» la monarquía para reducir costes. Pero a día de hoy, sus finanzas privadas siguen siendo el tema más espinoso para la familia real británica. Pese a los datos recién revelados sobre su patrimonio, una investigación realizada por el diario The Guardian en 2023 estimaba que su fortuna podría ser incluso mucho mayor. Este medio la situaba en unos impresionantes 2.300 millones de euros, incluyendo coches de alta gama, sellos muy valiosos, caballos de carreras, colecciones de joyas y obras de arte.
El hecho de mantener las cuentas reales en secreto, así como sus inversiones y participaciones en empresas, se ha achacado tradicionalmente a que el conocimiento público de dónde decidían invertir el monarca y su heredero podría influir no solo en el mercado, sino también perjudicar comercialmente a las empresas debido al inevitable aumento del escrutinio sobre ellas.
Actualmente, Carlos III administra sus propios ingresos y activos privados, incluido el Ducado de Cornualles, además de recibir una subvención del Gobierno para cubrir los gastos de sus funciones oficiales. Pero es habitual que sus gastos superen a esos ingresos anuales y por ejemplo el último año hubo que inyectar un extra de 23 millones de euros.