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REFUGIO EN EL CAMPO

Así superó el duelo Carolina de Mónaco tras la tragedia de Stefano Casiraghi: un retiro secreto de silencio con sus hijos en la Provenza

La trágica muerte en una competición off-shore de Stefano Casiraghi destrozó la vida de Carolina de Mónaco. Para huir de la prensa y vivir su luto en privado, la princesa se instaló con sus hijos en una casona campestre en La Provenza.

Carolina de Mónaco junto a su difundo marido, Stefano Casiraghi. GTRES

El 3 de octubre de 1990, con solo 33 años, Carolina, de Mónaco perdió a su marido, el empresario italiano Stefano Casiraghi, de 30 años, en un trágico accidente náutico frente a las costas de Saint-Jean-Cap-Férrat, en la Costa Azul. Rota de dolor decidió refugiarse con sus hijos en un antiguo aprisco provenzal situado en la localidad de Saint-Rémy, en la región de Les Alpilles, llamado Mas de la Source. Quería estar lejos de los medios, los recuerdos y las agendas oficiales.

Esta construcción del siglo XVII situada en mitad del campo se convirtió en un refugio discreto y acogedor en el que Carolina de Mónaco quiso pasar el luto y educar a sus tres hijos. Lejos de la atención pública. Rodeada por el canto de las cigarras y el oloroso matorral mediterráneo, Carolina vivió lo peor de su luto en una casona rural. Y, lo mejor: hacía vida en el pueblo cercano con total naturalidad.

En aquel complica momento de duelo, Andrea, Carlota y Pierreeran todavía muy pequeños. Andrea, el mayor de los hijos de Casiraghi, apenas tenía cinco años. Todos ellos hicieron sus estudios primarios en la escuela pública del pueblo. Saint-Rémy está a tres horas en coche de Montecarlo, lo que permitía a Carolina acudir a algunos actos públicos en Mónaco, sin tener que pasar noche allí. Carolina y sus hijos permanecerán diez años en ese paraíso privado.

De Montecarlo a una granja perdida en el campo

Hasta ese momento, Carolina y su familia habían vivido en Clos Saint-Pierre, una propiedad en el corazón de Montecarlo que había sido un regalo de sus padres por su primer matrimonio con Phillipe Junot. Carolina cerró la casa y se instaló en aquel tranquilo rincón de campo, en Saint Rémy, sin pensarlo. Allí los habitantes respetaron su privacidad y fueposible ver a la princesa y a sus hijos montando en bicicleta con otros lugareños, haciendo la compra en las tiendas locales y en el mercado acarreando grandes cestas de mimbre o paseando entre los rebaños de ovejas.

Carolina de Mónaco y Stefano Casiraghi, junto a sus hijos Andrea y Carlota. GTRES

A menudo, Carolina vistió el traje regional de la Provenza. La relajada etiqueta del lugar le permitió llevar pañuelos en la cabeza, pareos en lugar de faldas, sencillos vaqueros y sandalias planas de cuero. Sin agenda, sus actividades se resumían en acudir al mercado de flores o llevar y recoger a sus hijos en el colegio. Una vida tan tranquila, bucólica y sencilla que permitió a Carolina de Mónaco transitar su dolor y secar sus lágrimas, mientras sus hijos crecían como cualquier niño de la zona.

«Nunca fuimos mimados por preceptores privados», contó Carlota Casiraghi a 'Madame Figaro', en 2020. «Enseguida nos adaptamos al colegio público local y fue muy enriqueceder relacionarse con todo tipo de gente desde el punto de visto humano y social». Carlota recordaba el soplo del mistral, el viento de la región, y el sonido de las contraventanas golpeando la fachada de su casa. 'Le Mas de la Source', así se llamaba, era una construcción típica de la zona, de piedra caliza de color blanco, contraventanas azul pálido y orientada al sur.

Desgarro al dejar la vida en la campiña

Los hijos de Carolina guardan un recuerdo imborrable de aquellos años. Carlota ha confesado que sintió un gran desgarro cuando se mudaron de nuevo a Mónaco, pues sus rutinas fueron salvadoras. Montaba a caballo en un centro ecuestre del pueblo. Los fines de semana visitaba la tienda de prensa del lugar para aprovisionarse de revistas y libros. También recibió lecciones de piano con una profesora de Arles.

Carolina de Mónaco y Stefano Casiraghi, en una imagen de archivo. GTRES

A pesar de la discreción con la que Carolina de Mónaco condujo su vida en aquellos años, la prensa descubrió en 1992 que la princesa tenía una nueva pareja. Se publicaron varias fotografías en la que se veía su complicidad con el actor francés Vincent Lindon, que se instaló en su casa. La pareja oficializó su relación al acudir juntos al Gran Prix de Fórmula I de Mónaco, pero seis meses después terminaron. El actor estaba profundamente enamorado de la princesa.

Con la llegada de sus hijos a la adolescencia, los más jóvenes del clan Grimaldi se matricularon en otros centros escolares cerca en París y Carolina regresó a Mónaco, a Clos Saint-Pierre. 'Le Mas de la Source' quedó como lugar de vacaciones y de reuniones familiares, un lugar importante en el que todos se ponen en contacto con sus recuerdos. Tan importante, que Carlota se casó hace seis años con Dimitri Rassam en un monasterio cercano.