REINAS EN EL BANQUILLO
REINAS EN EL BANQUILLO
Algo que separa a España y Reino Unido en lo que se refiere al sentimiento monárquico es la celebración desprejuiciada de sus royals. Donde los británicos se vinculan a la familia real desde un sentido pop de la vida, aquí todo nos lo tomamos a lo trágico. De hecho, la trascendencia y empaque con la que aún se habla y escribe de los Borbón llega a dormir a las ovejas. Un ejemplo de divertimento llega a los quioscos británicos en estos días: una portada que, seguramente, sería del todo imposible si estuviera dedicada a la infanta Elena.
La portada está dedicada a Ana de Inglaterra, una figura que guarda algunos paralelismos con la infanta Elena, pues ambas quedaron segundas en la carrera hacia el trono, aunque por distintos motivos. La princesa británica tuvo la mala o buena suerte de nacer después del actual monarca, Carlos III, mientras que Elena de Borbón y Grecia pudo ser reina de España, si su padre el rey Juan Carlos no hubiera preferido que ocupara su lugar Felipe VI, hermano menor.
Conocemos de sobra la historia de la última y accidentaba sucesión al trono español, desde aquel terrible comentario del rey Juan Carlos que determinó la no idoneidad de la infanta Elena, hasta la accidentada abdicación del emérito. De hecho, es la personalidad y el carisma del padre de Felipe VI lo que puede impulsar la corriente de simpatía que continúa rodeando a la infanta, tantas veces señalada como la verdadera heredera del carácter Borbón. Si existe una figura de culto en la familia más allá de Letizia, es la de Elena.
La princesa Ana y la infanta Elena no solo son figuras secundarias, pero de culto, dentro de sus respectivas familias reales. Además, ejercen un infinito poder de fascinación sobre sus respectivas ciudadanías nacionales gracias a una personalidad que no han tenido que disimular para adaptarse a las exigencias de la diplomacia real. Las dos son mujeres fuertes, con opiniones distintivas y una manera de hacer las cosas que no conoce contemplaciones.
Gusta, y mucho, identificarse con cierto temperamento nacional en figuras como las de Ana de Inglaterra y la infanta Elena, comedidamente incorrectas, cultivadoras del casticismo correspondiente y trabajadoras estajanovistas. Es, precisamente, este sentido del deber lo que da sustento a la genial portada con la princesa heredera británica que publicará la revista del diario The Telegraph, probablemente el más monárquico de la prensa londinense. Recordemos: la hermana del rey Carlos III es, año tras año, la royal que más actos oficiales preside.
Con una imponente foto de una juvenil princesa Ana tocada con una delicada tiara (su favorita: la Festoon), la revista británica titula: «Celebramos los 75 años de la Princesa Real. La mejor reina que jamás tendremos». Todo un halago, si tenemos en cuenta que la historia de la monarquía británica cuenta con monarcas fabulosas. Por supuesto, podemos empezar citando a su propia madre Isabel II, la reina con los mayores índices de popularidad de su tiempo y la que tuvo el reinado más largo: 70 años y 214 días en el trono.
Sin quitarle méritos a Ana de Inglaterra, tenemos reinas más que míticas en la historia de la monarquía británica. Sin ir muy lejos en el tiempo, la mismísima reina Victoria, apodada 'la abuela de Europa' debido a sus numerosos descendientes, casados con miembros de otras casas reales, y protagonista de un luto mítico que duró 40 años. O, más atrás, una leyenda: Isabel I, 'Elizabeth' para el cine, apodada 'la reina virgen' porque no se casó. Aunque dicen que tuvo mucho más que una amistad hasta con el pirata Walter Raleigh.
Evidentemente, la portada dedicada a la princesa Ana utiliza la exageración como divertimento y ganas de provocar una conversación. Desde luego, cogemos el guante, aunque a nosotros nos interese más preguntarnos por qué aquí sería casi imposible contemplar una portada como esta, dedicada a la infanta Elena. No solo porque nuestros periódicos aún traten con cierta circunspección a la familia real, sino porque la hija mayor de los reyes Juan Carlos y Sofía no ha tenido, en verdad, la oportunidad de mostrar sus talentos.
Para desgracia de alguien que fue educada a la griega, esto es, con un sentido del deber para la Corona innegociable, la infanta Elena no ha podido ejercer su labor de apoyo como seguramente habría querido. De hecho, cabe preguntarse ahora que han pasado los años si el rey Felipe VI tomó una buena decisión al prescindir de ella en 2014.
¿Ha desaprovechado la Casa Real un activo al dejar de contar con la infanta Elena? Evidentemente, una figura como la de Elena de Borbón, simpática y castiza, pudo haber conectado con una ciudadanía que no termina de mirarse en la ejecutiva perfección de la reina Letizia. Y haber aliviado a esta de las tensiones y críticas de gran parte de la aristocracia y del establishment que la cuestionó. Por no hablar de la conexión de Elena con toros, ferias y flamenco, expresiones de nuestra cultura con las que Letizia no conecta.