La trágica historia de la reina Astrid de Bélgica: amor verdadero, it girl de la época y una muerte inesperada en un accidente

Vivió una vida corta, pero plena. Su historia de amor fue una de las más románticas de la realeza europea. Los belgas siguen adorando a su reina Astrid, a la que perdieron de manera trágica.

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Elena Castelló

La reina Astrid de Bélgica vivió una vida corta pero feliz antes de su muerte en un accidente de coche durante unas vacaciones en Suiza. Los belgas todavía lloran su recuerdo que ha quedado como un mito del verdadero amor y de la entrega a su país. Nacida el 17 de noviembre de 1905, en Estocolmo, donde pasó su infancia, Astrid fue la tercera hija y la menor del príncipe Carl de Suecia y de la princesa Ingeborg de Dinamarca.

Tanto ella como sus hermanas, Margaretha de Dinamarca y Martha de Noruega, conocida por su activismo durante la II Guerra Mundial, recibieron una educación estricta y se criaron sin muchos lujos, en un internado donde se impartían lecciones en francés. Después de la escuela, Astrid asistió a una academia para señoritas antes de dedicarse a trabajar para causas benéficas, como se esperaba de la realeza sueca. La princesa Astrid escogió trabajar en un orfanato en Estocolmo, ayudando a cuidar a los niños. En general, tanto ella como sus hermanas fueron educadas para ser independientes y saber cuidar de sí mismas. Astrid era deportista y muy tímida, pero de carácter amistoso y dulce y fuerte cuando quería defender sus posiciones.

Con sus hermanas, le gustaba salir de compras por Estocolmo, sin acompañamiento. También le gustaba mucho cocinar.

Por su belleza y talante, Astrid se convirtió en seguida en una de las princesas más deseadas de Europa. Se habló de ella como posible prometida de Eduardo de Inglaterra, príncipe de Gales, que dejó el trono por Wallis Simpson, y de Olav V de Noruega. El pretendiente que consiguió su objetivo fue finalmente el Príncipe Leopoldo de Bélgica, Duque de Brabante y heredero de la corona de los Belgas. Fue el destino quien cruzó sus caminos, durante un viaje de Leopoldo a Suecia. Leopoldo había sido presentado a una princesa sueca que se pensaba que era una pareja adecuada. Sin embargo, en marzo de 1926 conoció y se enamoró profundamente de la princesa Astrid. Juntos recorrían el país de incógnito y se escribían apasionadas cartas. Su primer encuentro oficial fue en el bautizo del príncipe Miguel de Borbón-Parma, en septiembre de 1926. El anuncio de sus nupcias fue publicado, poco después, por el palacio real belga en nombre del rey Alberto I y de la reina Isabel de Bélgica.

«La reina y yo», afirmaba Alberto, «queremos anunciarles el matrimonio inminente entre el príncipe Leopoldo, duque de Brabante, y la princesa Astrid de Suecia. Estamos convencidos de que la princesa traerá alegría y felicidad a nuestro reino. Leopoldo y Astrid han decidido unir sus vidas sin presiones ni razones de Estado». Fue una auténtica historia de amor, una verdadera unión entre personas con las mismas inclinaciones. Un matrimonio libre, en el que no se arregló nada y en el que no prevaleció ninguna consideración política. Ambos príncipes se habían elegido mutuamente.

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La boda se celebró dos meses después de anunciarse el compromiso. Hubo dos ceremonias: una civil en Estocolmo, el 4 de noviembre, y otra religiosa, el 10 del mismo mes, en Bélgica. Para ésta, la novia llevó un velo de encaje de Bruselas de herencia familiar, un vestido bordado de perlas y una tiara, regalo del Gobierno belga, creada por el joyero belga Van Bever. Era un «bandeau» de estilo griego coronada por 11 grandes diamantes dispuestos como espigas. Recibió un anillo de con un gran diamante de parte de Leopoldo. En la ceremonia civil lució un sencillo tocado de mirto, como era tradicional entre las novias suecas y una sola joya: un collar de brillantes, regalo de su padre. La princesa Astrid fue rápidamente adoptada por los belgas, porque su esposo la adoraba y porque ella mostró su iniciativa y su dulzura, con las que conquistó a todos.

La pareja tuvo tres hijos: la princesa Josefina Carlota, en 1927, futura Gran Duquesa de Luxemburgo, el príncipe Balduino, en 1930, y el príncipe Alberto, en 1934, actual rey de los belgas. El rey Alberto I murió en un accidente de escalada el mismo año que el nacimiento del tercer hijo de los príncipes, en 1934, y por eso lleva éste el nombre de su abuelo.

El príncipe Leopoldo ascendió al trono y Astrid se convirtió en reina. Astrid se caracterizó desde el principio por su practicidad. Trabajaba en estrecha colaboración con la gente de la calle, ocupándose especialmente de las mujeres y de los niños en riesgo de pobreza. Pero su vida feliz y productiva terminó abruptamente un año después de ascender al trono. Murió en un trágico accidente de coche, dejando a su marido de luto y a los belgas conmocionados.

Todo comenzó con unas vacaciones. Era el mes de agosto, y la pareja real decidió pasar unos días en Suiza y dejó al menor de sus hijos, Alberto, en Bruselas, mientras se llevaba a Josefina Carlota y a Balduino. Disfrutaron del aire libre, practicando senderismo. Antes de regresar, los reyes enviaron de vuelta a sus dos hijos

el 28 de agosto y se quedaron para disfrutar de un tiempo a solas. El 29 de agosto la pareja decidió hacer una última excursión por las montañas antes de regresar a casa.

Hay dos versiones sobre lo que sucedió. Según la primera, el rey Leopoldo conducía el automóvil con la reina Astrid junto a él, mientras ésta observaba un mapa y el chófer iba sentado en la parte de atrás del vehículo. Parece que la Reina le había señalado algo a Leopoldo y que él había apartado la vista de la carretera un segundo, lo que provocó que perdiera el control del coche y éste se precipitara por una empinada pendiente, chocando contra un árbol. Parece que la reina Astrid, que había abierto la puerta para intentar salir del vehículo, salió disparada del coche con el impacto y murió instantáneamente. Solo tenía 29 años. El rey Leopoldo también fue arrojado del vehículo y, según un informe policial, solo sufrió heridas leves, incluidos algunos cortes en la cabeza.

HORÓSCOPO

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Sagitario

Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.