El emérito y las infantas
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Desde que, hace cuatro años y medio, don Juan Carlos se instalara en Abu Dabi, en Emiratos Árabes Unidos, ha quedado en evidencia que la familia Borbón está claramente dividida. Don Felipe y doña Letizia se muestran ajenos a los movimientos del rey emérito, aunque algunos de ellos han causado indignación y revuelo.
Por su parte, las infantas Elena y Cristina han cerrado filas en torno a su padre y muestran una unión inquebrantable con él, al que visitan a menudo en su exilio y acompañan cuando éste visita en España. Este apoyo dista de la relación que don Juan Carlos tuvo con sus hijas en su infancia y adolescencia, incluso con sus matrimonios, bastante fría, y supone un gran contraste con el vínculo que forjó con su heredero, el rey Felipe.
De niñas, Elena y Cristina vivieron siempre a la sombra del entonces príncipe Felipe, el hermano menor, pero destinado al trono. Las infantas, al llegar a la adolescencia empezaron a desempeñar un importante papel de representación y, casi siempre, juntas. Se convirtieron en las jóvenes estrellas de la realeza española. Habían absorbido desde niñas el deber y el compromiso con la Corona. Vestían siempre iguales, pero, desde la pubertad, cada una elegía su «look», a menudo diseñado por Margarita Nuez, la modista de cabecera de la reina Sofía.
Sin embargo, el rey Juan Carlos, no estaba del todo satisfecho. Consideraba que sus hijas vestían de forma poco adecuada para su edad, con diseños y joyas que les añadían años –llevaban los mismos pendientes de brillante y perla– y reforzaban su timidez. Don Juan Carlos trató de que la reina Sofía se diera cuenta y trató de ponerle solución, aunque sin mucho éxito.
Con el tiempo, cada una definió su estilo: Elena, más clásico, y Cristina, más actual. La percepción que la opinión pública tenía de una y otra era diferente. La infanta Elena era vista como la «convencional» de la familia. Taurina, apegada a tradiciones como la Feria de Abril, la Semana Santa de Sevilla o la peineta. Sus gustos a la hora de vestir –perlas, trajes de chaqueta, alta costura francesa– eran más tradicionales.
Algo que se vio incluso a la hora de escoger marido, Jaime de Marichalar, hijo de los condes de Ripalda. La boda fue en Sevilla, en el Altar Mayor de la Catedral de Sevilla, en la primavera de 1995. Y el vestido, de Petro Valverde –un clásico de la alta sociedad andaluza–, un diseño de estilo princesa con bordados en tono beige.
Cristina era la moderna, la independiente, la que buscaba abrirse camino más alejada de los tópicos de la realeza. Fue la primera de su familia en pasar por la Universidad y se enamoró del deportista de élite Iñaki Urdangarín, guapo y encantador, de una familia bien de Vitoria, pero sin conexiones con la aristocracia. Escogió Barcelona para celebrar su boda, al final del verano de 1997, lo cual tenía un importante significado para la Casa Real. Además, optó por el diseñador nupcial del momento, Lorenzo Caprile, que se convirtió en íntimo amigo suyo.
Las diferencias en la educación respecto de su hermano fueron importantes. Su formación fue menos exigente que la de Felipe y estuvo en manos de su madre, la reina Sofía, mientras era su padre quien supervisaba la educación militar y universitaria del heredero. Pero, si hay algo que no ha cambiado con el tiempo es la complicidad entre ambas y hoy, en los momentos difíciles del exilio de Don Juan Carlos, las dos han apoyado sin fisuras a su padre.
Aprovechan vacaciones o puentes para viajar a Emiratos. Es lo que han hecho esta última Semana Santa. También le visitan en su cumpleaños o en Navidad. Acuden solas o acompañadas de sus hijos. Viajan en vuelo regular desde Madrid o desde Ginebra.
La relación de ambas con su padre, que no fue especialmente cariñoso, parece haberse estrechado en estos últimos años. Ellas le apoyan en todas las controvertidas decisiones que ha tomado, como las denuncias interpuestas contra el expresidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, y Corinna Larsen, a quien reclama los 65 millones de euros que ella dice que son un regalo.
Don Juan Carlos se queja, ante sus íntimos, de no recibir el apoyo necesario de La Zarzuela. Por eso, la presencia de sus hijas se ha convertido, para él, en una prueba de que Zarzuela se equivoca y de que él no está solo. Quizá este apoyo de las infantas no hubiera sido tan fácil si hubieran seguido casadas. Pero ambas están solteras y han cerrado ese capítulo de sus vidas, que el rey Juan Carlos nunca aprobó del todo.
Jaime de Marichalar nunca le entusiasmó y lo trató con distancia. Sin embargo, cree hoy que se ha comportado dignamente con su discreción desde el divorcio de la Infanta. Iñaki Urdangarín parecía el yerno perfecto, pero fue una gran decepción para don Juan Carlos y, tras el caso Nóos, el rey emérito se distanció de él. De Cristina se dice que se sintió poco apoyada por su padre cuando le exigió que se separara de su marido. Pero todos estos desencuentros ya están superados.
También ha quedado atrás la indignación que sintieron al enterarse, en 2007, de que Larsen era la amante de su padre. Don Juan Carlos se siente hoy más padre y abuelo que rey. Su foco está también puesto en sus nietos. Y, al igual que él, las infantas creen que el nombre del emérito ha sido injustamente dañado, algo que quiere remediar con la autobiografía que está escribiendo junto a la periodista Laurence Debray y que sus dos hijas apoyan.
Quizá con quien guarda una mayor cercanía es con la infanta Elena. En sus escapadas a España, para participar en las regatas, es, sobre todo, ella quien le acompaña. Cuando se les ha fotografiado juntos, se ha puesto en evidencia su cercanía y complicidad, por sus miradas y sus gestos. Siempre se ha dicho que la infanta Elena era la más Borbón de los hermanos. Tiene un sentido del humor parecido al de su padre, aficiones comunes, como son los toros (al contrario que Cristina, Felipe y doña Sofía), donde más de una vez se les ha visto juntos, el esquí, el campo y la caza.
Elena también ha heredado de su padre su carácter afable, con un don para las relaciones, y cercano. Ambos también son aficionados a la buena mesa, especialmente la española. Les gusta hacer gala de su españolidad y tienen la lágrima fácil, aunque, salvo raras excepciones, nunca lloran en público.
Elena se ha convertido en un apoyo indispensable para su padre y en un nexo con el resto de la familia. Ella siempre le ha admirado y quiere protegerlo. Ni Elena, ni Cristina, piensan que el emérito haya hecho algo incorrecto y consideran que sus escarceos amorosos son perdonables, algo que don Felipe parece no aceptar, por el daño hecho a su madre.
La prueba del cuidado de don Juan Carlos hacia sus hijas es que habría establecido una fundación, radicada en Abu Dabi, para blindar su futuro económico, según ha publicado El Confidencial. El objetivo de dicha fundación sería dar a conocer la figura de Juan Carlos I, financiando actividades educativas y culturales, pero, al mismo tiempo, serviría para que el emérito pueda centralizar su fortuna fuera de España y dejársela en herencia a sus hijas.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.