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El brutalismo está de moda. Y esta afirmación resulta hasta paradójica, teniendo en cuenta que este estilo nunca ha dejado de estarlo desde que Le Corbusier transformara la visión de la arquitectura moderna a principios de los años 50 del pasado siglo con su imponente Unitè d´Habitation en Marsella, obra fundacional del movimiento.
Según definen desde Casa Decor, el término brutalismo «deriva del francés «béton brut» (hormigón crudo) y es un estilo arquitectónico que se caracteriza por estructuras de hormigón, formas geométricas y un diseño que prioriza la funcionalidad sobre la estética decorativa«.
Pero el brutalismo es mucho más. Tal y como se refieren a este movimiento en A-Cero, el estudio de Joaquín Torres y Rafael Llamazares, se trata de una «arriesgada apuesta que nos empuja a relacionarnos con los edificios en su estado más puro, en los que el material habla por sí mismo. Así, masa y materialidad son dos de las señas de identidad de este tipo de edificaciones, que a menudo incluso llegan a exponer a la vista las instalaciones o los medios empleados en su construcción«.
Los ejemplos en nuestro país son muchos, y buenos. Y aunque quizá el edificio de Torres Blancas, en Madrid, obra maestra de Sáenz de Oiza, sea el más famoso, no podemos pasar por alto otra de las joyas del brutalismo patrio: la Casa Carvajal, en el exclusivo barrio de Somosaguas, también en la capital.
Proyectada y construida por Javier Carvajal a mediados de los años 60, esta imponente construcción, icono del brutalismo, es el escenario donde se ha fotografiado la sesión a Mariela Garriga para protagonizar la portada del número de junio de nuestra revista Mujerhoy. Y no hemos podido resistirnos a recorrerla a través de las curiosidades que encierra a un lado y otro de sus rotundos muros de hormigón.
Esta vivienda poco convencional es una de las grandes perlas del brutalismo español, pero también una suerte de ensayo, ya que Javier Carvajal la proyecto y construyó junto a la casa de sus suegros, en Somosaguas, para ser su propio hogar familiar. Vivieron en ella una década, a modo de «ejercicio de máxima depuración arquitectónica, proponiéndose a sí mismo para experimentar personalmente el resultado de su obra«.
Aunque a primera vista no lo parezca, la Casa Carvajal está inspirada en La Alhambra de Granada. Y es que más allá de sus muros de áspero hormigón, que nos podrían recordar más a Le Corbusier o a Sáenz de Oiza, encontramos una sucesión de patios íntimos, fuentes, una gran chimenea como elemento central de la vivienda, y la sensación de que todo está conectado.
Al contrario de lo que ocurre normalmente, la Casa Carvajal está completamente adaptada al terreno sobre el que está construida, y no al revés. Su única planta está construida en pendiente sobre tres plataformas que se pegan a la superficie del suelo y los desniveles, salvados por dos o tres escalones, son los que van delimitando los espacio.
Tanto la luz, que se cuela suave por los ventanales y parece un elemento arquitectónico más, como la naturaleza en la que se mimetiza, juegan un papel fundamental, y esto es algo clave en el estilo brutalista. «Es muy interesante vivirla, porque parece como si brotase, como si fuese una montaña que sale desde el suelo. Sientes que formas parte de la naturaleza, te trae al exterior todo el rato, está conectada con las estaciones y con los diferentes momentos del día», decía de ella la fotógrafa Cristina Rodríguez de Acuña Martínez, que vivió junto a su familia en la Casa Carvajal durante más de 25 años y publicó sobre ella el libro «Miradas cruzadas. La Casa Carvajal« (Ediciones Asimétricas).
Aunque los más jóvenes reconocerán este espacio de hormigón imponente por el exitoso tiny desk de C. Tangana, esta joya arquitectónica, declarada Bien de Interés Cultural (BIC) como Monumento Patrimonio Español ha sido también protagonista, literalmente, de una película: en La Madriguera, de Carlos Saura, Geraldine Chaplin desarrolla una inquietante relación con el edificio. Tanto, que la Casa Carvajal aparece en los créditos de la cinta como un actor más.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.