El pueblo portugués perfecto para una escapada de verano: es el Santorini del Algarve y no está lleno de turistas

Ana Calvo Actualizado · 12 de junio de 2025, 16:57 h

Cada una tenemos una forma de entender las vacaciones y eso va a ser lo que determine el tipo de destino que buscaremos. Playa, montaña o ciudad. Días de relax o jornadas frenéticas haciendo turismo. Descanso, aventura o fiesta. Pareja, amigas o familia. Eso sí, sea cual sea nuestro gusto, hay rincones que nos conquistarían a todas, y uno de ellos lo hemos encontrado mucho más cerca de lo que imaginas.

Si pensamos en un verano mediterráneo, es probable que nuestra mente viaje hasta una de las pintorescas islas griegas, con sus azules y blancos salpicando el paisaje. La intrahistoria de estos destinos es que, detrás de cada foto paradisiaca de Mikonos o Santorini, se esconden miles de turistas atestando cada rincón y convirtiendo la experiencia en algo mucho menos mágico de lo que se muestra en Instagram.

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Ahora, te proponemos un cambio que va a marcar la diferencia. Para encontrar esa magia, cambiamos el Mediterráneo más turístico por la costa Atlántica y nos trasladamos al Algarve portugués para descubrir Burgau, un pequeño pueblo pesquero que ha sabido mantener intacta y en secreto esa esencia que un día encumbró Santorini como paraíso en la tierra.

Con apenas 500 habitantes, Burgau no es de esos pueblos costeros que en verano se atestan de visitantes y multiplican su población por mil. Al contrario, parece que el tiempo se ha detenido en sus calles empedradas y que las ordas de turistas han pasado de largo por la carretera N125, de Lagos a Vila do Bispo. Gracias a ello, la vida sigue su curso a cámara lenta. ¿Será eso lo que buscan los viajeros slow que mantienen en secreto este destino?

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La esencia pesquera se respira en cada esquina de Burgau, y su vista desde el salvaje Atlántico nos deja una pequeña playa de arena dorada salpicada de barquitas de colores y aparejos de trabajo en la mar, ya que esta pequeña ensenada bien resguardada y casi sin olas funciona también como puerto de la localidad, donde todavía se practican formas artesanales de pesca.

A su alrededor, encrespados acantilados que definen el entremado de un pueblo cuyo trazado se adapta a la naturaleza en estado puro. Si caminamos desde la playa (en la que ondea la Bandera Azul), descubrimos intacto el encanto de un pueblo que no ha querido rendirse al turismo de masas. Sus calles empedradas, casi todas ellas en cuesta, están flanqueadas por casas encaladas de un blanco puro que contrasta con sus coloridas puertas y las frondosas buganvillas que se cuelan por todos los rincones.

Además, al otro lado del acantilado, está Cabanas Velhas, que debe su nombre a las cabañas de pescadores que un día ocuparon la arena. Aguas cristalinas, un arenal para disfrutar y caminos por los que adentrarse más allá de los barrancos que la protegen para disfrutar de las vistas desde lo alto o acercarse hasta las ruinas del Forte de Almádena, datado en el siglo XVII.

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En la misma playa y en los restaurantes del pueblo, después de la faena de los pescadores, podrás probar el pulpo, la morena o el sargo recién pescados. Y, con permiso de las cataplanas algarvías, los percebes, auténtica joya gastronómica de la zona, que se arranca de las rocas y se disfruta a poquitos acompañado de un vino fresquito de alguna de las pequeñas bodegas locales.

Como un viaje en el tiempo, disfrutar de una escapada a Burgau (siete horas y media en coche desde Madrid y 1:25h. en avión volando hasta Faro) es vivir a cámara lenta durante unos días para disfrutar con los cinco sentidos de una de las perlas escondidas en la costa atlántica. Pero mantengamos el secreto entre nosotras.

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