los pueblos con más encanto de españa
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Enclavado en la comarca de la Axarquía, en el corazón del Parque Natural de las Sierras de Almijara, Tejera y Alhama, rodeado de aguacateros, mangos, cañas de azúcar y olivos, se erige, blanco y radiante, Frigiliana. Este pueblo que mira al Mediterráneo desde dentro (está a escasos minutos del mar), con sus casas encaladas, sus buganvillas y geranios, y sus empinadas calles empedradas demuestra que Málaga es mucho más que el lujo y la ostentación de la Costa del Sol. Y que la Andalucía interior, la más desconocida y auténtica, merece una escapada esta primavera.
La herencia morisca se refleja en su sinuoso trazado, en sus calles empedradas, en sus adarves, en un casco histórico pintado de blanco y repleto de casas bajas encaladas con sus puertas azul mar (o cielo) y sus balcones rebosantes de flores, típicas de la arquitectura andalusí. Gracias, todo, a que hace 30 años Frigiliana ganó el premio de embellecimiento de los pueblos de España, en una época en la que el turismo rural se reducía a irse al pueblo con los abuelos durante el verano. En Frigiliana empezó el boom de las escapadas de interior, y sigue mereciendo ser una de nuestras primeras opciones cuando de viajar por España se trata.
Con un clima propio casi tropical, con inviernos templados e intensos veranos, es la primavera el mejor momento para visitar Frigiliana. Sus patios y sus flores están en plena efervescencia de color, contrastando con intensos fuscias, azules, rojos y verdes las fachadas blanquísimas, huele a fruta y aceituna, y la tradición y el folclore nos transportan a otros tiempos en su Semana Santa o en las Cruces de Mayo.
Los que buscan la parte más artística y monumental en su escapada, también la encontrarán en Frigiliana, donde sigue funcionando la única fábrica de miel de caña que queda en Europa (de estilo renacentista) y donde aún se conservan los restos de un castillo árabe y permanecen casi intactas construcciones del siglo XVII y XVII (el Palacio de los Condes de Frigiliana, la Casa del Apero, la Fuente Vieja, los Reales Pósitos, la iglesia de San Antonio) o la plaza de las Tres Culturas. Además, están el museo arqueológico (con restos neolíticos), el jardín botánico y unas vistas que dejan sin aliento: aunque se trata de un pueblo de interior, esta villa de unos 3.000 habitantes se erige sobre un monte a 300 metros sobre el nivel del mar y el Mediterráneo azul se funde con el cielo despejado a solo seis kilómetros.
La gastronomía más tradicional de Málaga se saborea también en Frigiliana (el gazpachuelo, la porra antequerana y el ajoblanco, las berenjenas con miel de caña, los pescaítos, los espetos de sardina) pero tienen sus propios platos típicos, del choto frito en salsa de almendras, al potaje de coles o hinojo, las tortillas de huevo y harina mojados en miel de caña típicas de Semana Santa, las migas con pescado fresco (o chorizo y morcilla) que se comen los días de lluvia o dulces como la arropía y las marcochas. Todo, aliñado con su aceite de oliva y regado con sus moscateles de la tierra. ¿Dónde probar estas delicias no aptas para estar a dieta? En El Adarve, El Jardín, La domadora y el león, El lagar o La bodeguilla.
Y para dormir, nada mejor que La Posada Morisca, un encantador hotel rural de inspiración árabe con vistas impresionantes organizado en pequeños cortijos que mezclan estilo andalusí con notas rústicas y provenzales y que dispone de infinity pool y un restaurante con terraza imponente.
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