Puntadas para la historia
Puntadas para la historia
María Estuardo, reina de Escocia, llegó al país que dirigió durante 25 años con 45 juegos de cama, 36 alfombras turcas, 23 conjuntos de tapices, 81 cojines, 24 manteles y diversas cortinas bordadas. Su ropero constaba de 58 vestidos y 35 sayas acolchadas, además de camisolas, capas, y cofias. María no tenía problemas a la hora de hacer la maleta, no la llenaba de «porsiacasos», simplemente vivió en una época en la que el bordado era una forma de comunicación, con símbolos y códigos personales plasmados a través de la costura y también de las telas.
Que su poder dinástico y su derecho divino a convertirse en reina se reflejaban en todos los tejidos que le rodeaban lo acabó de confirmar su caída en desgracia: mientras estaba en la cárcel bordaba, para preservar su individualidad y continuar ejerciendo su poder, expresarse con la libertad que no le permitían las cartas. Cuando la llevaron al cadalso lo hizo únicamente ataviada con unas enaguas y unas mangas en rojo sangre, el color del martirio católico.
Con este interesante punto de partida, que revela la importancia que la costura tuvo en la vida de la polémica monarca escocesa, Clare Hunter arranca Hilos de vida, un precioso recorrido sobre costura, bordados y las personas que, con hilo y una aguja, hicieron oír su voz, dejaron su relato plasmado sobre tela para que no se perdiese, reivindicaron un mundo mejor o, simplemente, hicieron de sus comunidades lugares más agradables en los que vivir. Y por eso, este es el libro de no ficción que tienes que leer antes de que acabe el verano.
Publicado en España por Capitán Swing y con poco más de 300 páginas, Hilos de vida, nos lleva desde la Escocia que no confiaba en el poder de las mujeres a los paños historiados de China, pasando por las colchas que se han utilizado en diversos países para transmitir de generación en generación un relato familiar o la importancia del bordado para aquellos pueblos que lo han perdido todo.
En cada uno de sus 16 capítulos, Hunter nos regala una apasionante historia sobre la importancia de la costura, de los bordados o de las telas. Porque coser puede ser un acto individual, pero tiene una fuerza colectiva cuando se convierte en una tradición o cuando se lleva a las prisiones o los centros comunitarios.
Por ejemplo, en el siglo XIX la filántropa Elizabeth Fry introdujo el bordado en las cárceles inglesas, donde las mujeres estaban encerradas en unas condiciones degradantes. Tras poner en marcha su plan en Londres, las mujeres adquirieron unas habilidades que les permitieron acceder a un trabajo respetable después de cumplir su condena, un éxito que fue replicado por todo el país.
Un siglo más tarde y en la otra punta del mundo, Ethel Mulvany convenció a los guardias de las cárceles en las que eran prisioneras de la II Guerra Mundial, para crear colchas que ofrecieran confort a los pacientes de la prisión. En realidad, con cada una de sus puntadas, bordaron el patriotismo, la esperanza, la rebeldía y el amor que les animaba a seguir adelante día a día durante su cautiverio.
El código de señales sociales del bordado y la vestimenta tradicional Palestina, las costumbres tejedoras de las amish estadounidenses, que introducen errores en sus colchas para que Dios no las considere soberbias o los retazos de tela basta que los monjes budistas japoneses cosen en sus túnicas en señal de humildad son buenas muestras en la importancia cultural que coser tiene, a muchos niveles, en diversos lugares del mundo.
El relato de Hunter, tan detallado como interesante, arranca en cada capítulo con una anécdota personal, un punto de partida que plasma la importancia que para ella tiene el bordado que aprendió siendo niña, para convertirlo en algo universal a través de una idea central. La protección, la conexión, el poder, el valor o la voz, son logros que la costura ha alcanzado para muchas personas, la mayoría de ellas mujeres, que encontraron en la costura «una forma accesible y barata de hacerse oír«.
Las arpilleras de Chile, las colegialas estadounidenses que en el siglo XIX aprendían geografía bordando el globo terráqueo, las mujeres que bordaron colchas en la travesía del ferrocarril subterráneo o las bordadoras artísticas que fueron tan relevantes a comienzos del siglo XX, todas ellas tienen algo el común. El poder que una aguja y un hilo les otorgaron, mucho más importante que el de remendar una prenda o ajustar un botón. Una relevancia a la que Hunter otorga en Hilos de vida la trascendencia que se merece.