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¿Te avergüenza quitarte la ropa durante el sexo?

Si hay algo enrevesado casi a la altura de si Dios existe o no y de la fórmula para transmutar el plomo en oro, es intentar averiguar por qué nos pone lo que nos pone.

Si quieres ver los desnudos de los famosos en Instagram, pincha en la imagen/UNSPLASH

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Valérie Tasso
VALÉRIE TASSO

El deseo humano y toda su secuencia de correspondencias simbólicas que lo activan (cuando creemos desear algo no es en realidad ese algo lo que deseo sino a otro algo que, simbólicamente me remite y así sucesivamente) es de una complejidad infernal que ni siquiera el “Big data” y todos los algoritmos del mundo serán nunca capaces de descifrar.

Con todos esos mecanismos con los que el mercado intenta descubrir nuestros deseos para vendernos en mayor cantidad eso deseado (con el saber nuestras preferencias de búsqueda, nuestras inclinaciones, aficiones, gastos y procesando correctamente toda esa información), todo lo más que se obtiene (que ya es mucho) es saber si a servidora o a la categoría en la que el algoritmo coloque a servidora, nos gustan o no los yogures de plátano o si usamos o no bragas de blonda…

Pero el “por qué” deseo esas cosas y descarto otras permanece siendo un secreto infranqueable. Y lo es no para el cálculo mercantil, sino que lo es hasta para la propia servidora. Y si una no sabe el por qué desea lo que desea, mucho menos puede pretender descubrir lo que le hace a una deseable para el otro.

La inmensa mayoría de las mujeres no cumplimos ni un diez por ciento con el modelo idealizado

Sí es verdad que las exigencias estético/culturales de una sociedad nos pueden dar una pista en esto de tener éxito en despertar la libido del personal, pues se muestran como un paradigma impositivo que, a cambio de esas pistas, nos obliga a seguir fielmente unos criterios estéticos que vienen determinados por los mismos que hacen negocio proporcionando el modelo de mujer deseable.

Así, si ahora se lleva (está de moda, se impone como criterio estético) el tener el pubis depilado, o construirse un cuerpo fibroso que elimine grasas superfluas o los “ stilettos” de tacón rojo, las posibilidades de que esos elementos despierten el relato deseante de nuestros correligionarios y, con ello, nuestra propia autoestima pueden ser mayores, pero eso es sólo una posibilidad. Lo cierto sigue siendo que cuando tienes a un amante delante, ni tú ni él tenéis idea (por más que lo creáis saber) de lo que os pone del otro y de lo que de vosotras le pone a él.

Y pasa una cosa más; si el adaptarse a esos patrones de “lo que se lleva” hace que, por ejemplo, una modelo de “ Woman’s Secrets” pueda tener mucho más público objetivo que yo (cuantitativamente, hay más gente que la desea), la inmensa mayoría de las mujeres no cumplimos ni un diez por ciento con ese modelo idealizado… Y no nos quedamos sin follar y posiblemente cualitativamente mucho mejor que doña perfecta en su desfile.

Así, si crees que tienes más michelines que el muñeco de “Goodyear”, que no has tenido tiempo de depilarte convenientemente los sobacos, que te parece que un cuarenta y dos de pie va a ser mucho pie, que crees que tus tetas van buscando el suelo como un perro la sombra en Agosto o que tienes un culo que no te cabe en el pitillo… pues, ¿y qué? ¿Qué carajo sabes tú de lo que va a encender al otro?

Y es que el deseo que sustenta una interacción sexual se activa y la sostiene a partir de cuestiones insospechadas, normalmente anómalas o que se salen del patrón formal establecido (una cicatriz, un particular aroma, un sonido gutural…). A partir de ahí, de esa activación misteriosa que ni un algoritmo ni todos los manuales de autoayuda del mundo ni Dios Padre es capaz de determinar, lo que hará bueno el propósito es la puesta en práctica de una amatoria, la tuya. ¿Y si nada lo activa?, pues que cierre la puerta de casa desde fuera… Largo y a por otro/a.

Follar bien e incluso que ese follar bien se prolongue con otras aspiraciones en el tiempo es algo que, por más que a una le cueste meterse en la cabeza, depende de factores insólitos, incontrolables e independientes de tu criterio, y por supuesto de algo mucho más complejo y sublime que la “calidad”, adaptación al modelo y “perfección” de tu cuerpo desnudo. Pero, si aun así no te convenzo y te sigue dando pudor, recelo o inseguridad, desnudarte, pues no lo hagas. Folla vestida, pues hasta en esa situación estarás apelando al mayor activador erótico: la prohibición, el interdicto de ver. Recuerda que hasta la llegada de Praxíteles en la escultura griega y su “Afrodita de Cnido”, ningún ciudadano griego había podido ver nunca desnuda a una diosa… Y eso no les había ido nada mal a las diosas y a su deseante culto.

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