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Por qué las millennials se han apropiado de la sororidad como si las mujeres de otras generaciones hubiesen sido enemigas mortales

La sororidad se ha convertido en el argumento fetiche del feminismo de la cuarta ola, tanto que parece que la amistad entre mujeres ha sido un invento millenial. ¿De dónde viene esta necesidad de recuperar unos lazos que siempre han estado ahí?

Pincha en la foto para ver 5 tipos de amigas tóxicas que te quitan la energía (y a las que quieres matar a veces)./D.R.

Pincha en la foto para ver 5 tipos de amigas tóxicas que te quitan la energía (y a las que quieres matar a veces). / D.R.

Elena de los Ríos
ELENA DE LOS RÍOS

Es una de las palabras fetiche del feminismo de la cuarta ola, una especie de gran mandamiento para las nuevas generaciones feministas que han aprendido feminismo en los libros de autoayuda y divulgación rápida, las revistas de tendencias y las series de Netflix. Hablamos de la sororidad o, en este uso tipo lema de camiseta que prolifera en las campañas de publicidad, la amistad entre mujeres. Tanto insisten los anuncios, los reportajes con actrices o creadoras, y las influencers todas en esta cuestión de la sororidad, que pareciera que no hubiera existido jamás una buena relación entre mujeres. Como si antes del advenimiento millennial no hubiéramos sido amigas, sino enemigas. Contrincantes. Adversarias. Rivales. Malas entre nosotras.

Efectivamente: las millennials no han inventado la amistad entre mujeres, un refugio que siempre ha funcionado como una red de seguridad que nos ha permitido enriquecer la existencia y superar barreras sociales, problemas vitales, pérdidas irreparables o desengaños sentimentales. ¿Por qué entonces esta necesidad de subrayar algo que para muchas es tan obvio? ¿A qué viene esta necesidad de sentir que las mujeres que te rodean no son enemigas? ¿Cuál es la magia, en suma, de la sororidad?

El mito de la rivalidad entre mujeres aún corre en gran parte de la cultura pop. / D.R.

Probablemente, esta gozosa reafirmación de la sororidad que hacen hoy conocidas millennial tiene mucho que ver con la desarticulación de lo colectivo y su solidaridad que se produjo a partir de los años 80 y 90, con los discursos individualistas que insistían en la superación personal, la competitividad y el modelo de la mujer empoderada o la 'superwoman', esa mujer perfecta que debía ser una madre entregada, una esposa atenta, una amante salvaje y una profesional impecable. Al precio que fuera.

El máximo ejemplo de mujer 'superwoman' fue Sheryl Sandberg, autora en 2013 de la biblia de la mujer competitiva, un ensayo del que se retractó en 2018. / D.R.

En los 90, el espejismo de la igualdad impulsó a muchas mujeres a la cima de sus profesiones, pero las barreras que impedían su ascenso aún eran invisibles. En este contexto de ambición profesional, escasez de puestos y techo de cristal invisible se actualiza el mito de las mujeres rivales y malas para sus compañeras.

"Las mujeres tienen un número de oportunidades más limitado para acceder a puestos de liderazgo. Eso las empuja a competir entre ellas con una tensión mayor que la que se da entre los hombres, que cuentan con un margen de acceso más amplio a los cargos toma de decisiones", escribe la abogada especializada en género Andrea S. Kramer en 'No eres tú, es tu trabajo. Los conflictos entre mujeres en el trabajo y las construcciones que los provocan'.

"Nos hicieron creer que éramos enemigas por naturaleza de la misma manera que quisieron que creyéramos en nuestra inferioridad natural", escribió la ex ministra de cultura Carmen Alborch en 'Malas: rivalidad y complicidad entre las mujeres' (2002). "Vivimos inmersas en la comparación, midiéndonos constantemente. Aprendemos a competir para sobrevivir, siempre desde la escasez", explicó.

La ficción popularizó esta trampa de la competitividad entre mujeres con películas como 'Armas de mujer' (1988), donde Sigourney Weaver y Melanie Griffith se pelean por un buen puesto en la industria financiera y en la cama de Harrison Ford. Una de las pocas peículas de la década que retrató de manera positiva la amistad entre mujeres fue 'Thelma y Louise' (1991), aunque no ha sido hasta la explosión del MeToo, el feminismo de Netflix y la irrupción de 'showrunners', directoras y guionistas en la industria audiovisual. Y 'Girls'.

El trío protagonista de 'Armas de mujer', con Melanie Griffith y Sigourney Weaver en compentencia por Harrison Ford. / D.R.

Puede que allí donde la ficción individualista se hizo fuerte, en los sectores económicamente más pujantes, la competitividad terminara con la solidaridad entre mujeres y comprometiera también la amistad, superada por una rivalidad desaforada y cierto desprestigio de todo lo considerado femenino. Sin embargo, donde la ayuda mutua fue siempre un alivio para la vida, la solidaridad y la amistad siguió circulando como uno de los apoyos importantes en la lucha contra la precariedad.

En esta hipótesis, la sororidad que hoy defienden tantas mujeres profesionales, prestigiosas e incluso famosas, quiere desactivar ese modelo de relación que quiere unas pocas triunfadoras dentro de un mito de rivalidad y competitividad. Pero, cuidado: que algunas mujeres hayan caído en esta trampa no quiere decir que todas lo hayan hecho.

Aún se puede objetar algo más a esta alusión constante a la sororidad que escuchamos hoy y tiene que ver con el significado del término. La sororidad que hoy invoca cierto feminismo se refiere pura y simplemente la amistad y la buena voluntad entre mujeres, una expresión tan mínima de valores y autoestima que puede llegar a parecer ridícula. En otras ocasiones, lo que logra generar es una corriente de afecto entre iguales que, si se expresa más allá, suele hacerlo en términos de networking: apoyo entre las mismas, no para las que están fuera de ese círculo de afectos. Lo expresa muy bien una escena de 'Una cuestión de género' (2019), la película que retrata los inicios de la carrera de Ruth Bader Ginsburg, la segunda jurista estadounidense que llegó a la Corte Suprema estadounidense.

Felicity Jones interpretó en 2019 a la jueza Ruth Bader Ginsburg. / D.R.

Incapaz de encontrar trabajo en ningún bufete de Nueva York, Ruth Bader Ginsburg se tuvo que conformar con ser profesora en la Universidad de Columbia. Sus clases se convirtieron en verdaderos debates sobre una aplicación feminista del derecho que, por otra parte, era imposible en la vida real. Quizá por vivir en esa burbuja universitaria, Bader Ginsburg no entiende que su hija no admire sus logros académicos pero sí a la activista Gloria Steinem. Cuando Bader Ginsburg le pide cuentas por saltarse las clases para acudir a una de sus manifestaciones, su hija le replica: "¡Gloria Steinem quiere formar un movimiento. ¡Un movimiento! Lo que tú tienes en la universidad no pasa de grupo de apoyo".

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