MÁS QUE PISTOLAS, CUCHILLOS Y CRUCES
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El documental Warhol-Vijande: más que pistolas, cuchillos y cruces sirve para meterse en la cápsula del tiempo, nunca mejor dicho, y viajar hasta enero de 1983, cuando Andy Warhol visitó Madrid, pero también para reivindicar a Fernando Vijande (1930-1986), que lo hizo posible. El gran seductor que necesitaba el arte contemporáneo.
Un galerista rompedor que apostó por el color, alumbrando la Movida y poniendo el escenario para toda aquella creatividad desbordante. Primero, al frente de la galería Vandrés, rompiendo ya moldes, y después desde la galería que llevó su nombre en los frenéticos ochenta, de 1981 y 1987, y que le retrataba mejor que nada. Un garaje que asumía los postulados más underground, pero en el lujoso barrio de Salamanca. Por allí pasó Warhol y también otro enfant terrible, el fotógrafo Robert Mapplethorpe.
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Esta pasión tan temprana de Vijande por el «arte degenerado» nunca dejará de sorprendernos. Tampoco su vida mundana fraguada en los ambientes cosmopolitas de la alta burguesía catalana. Empezar vendiendo antigüedades para acabar glorificando a los «descarriados» Costus y compañía. Nos lo ha contado su hijo, Rodrigo Navas-Osorio Vijande, presidente de la Fundación Suñol Soler, que está detrás de todo esto. Pues el empresario José Suñol (1927-2019) fue una especie de mecenas para Vijande, además de amigo de toda la vida.
El trío, ciertamente, resulta paradigmático: el artista, el galerista y el coleccionista. Warhol, el rey de la Polaroid; el Sr. Suñol, paradójicamente, el hombre que nunca quiso salir en la foto. Y Fernando Vijande, el dandi aventurero, hijo de un ingeniero catalán y de una socialite belga, que se había casado con una aristócrata culta, María de la Concepción de Navia-Osorio y de Llano-Ponte, marquesa de Santa Cruz de Marcenado, de la que luego se separó. Él mismo tenía mucho de marqués.
Vijande es el protagonista, mano a mano con el artista de Pittsburgh, de este documental que firma Sebastián Galán, pseudónimo de Juanjo Ruiz, y conduce Alaska, con producción de Artworks No Panic We Are Here. Se estrena el 29 de octubre en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y mientras tanto está yendo de festival en festival. Sin ir más lejos, este 22 de septiembre recala en la sección oficial del London Spanish Film Festival. A renglón seguido, en el madrileño Reina Sofía, el IVAM de Valencia, el Guggenheim de Bilbao y la Fundación Miró de Barcelona. Curiosamente, una obra de Joan Miró, La Dona, es pieza fundacional de la Colección Suñol Soler. A veces, todo cuadra. Vijande hijo lo redondea.
MUJER HOY. El documental Warhol-Vijande recupera la figura de su padre. ¿Qué le ha parecido el resultado?
RODRIGO VIJANDE. La verdad es que es un tema muy personal y me toca por todas partes. Por mi padre, pero también por la Fundación Suñol Soler, de donde surgió la idea inicial, que era dar a conocer su colección. La primera vez que lo vi, me emocionó mucho porque me remueve muchas cosas, sobre todo oír su voz. Mi padre murió hace casi cuarenta años, por lo que mis hijos no le conocieron, y estaban también viéndolo. No sé qué les ha fascinado más, si toda esa efervescencia que había en Madrid a finales de los 70 y principios de los 80 o descubrir la figura de su abuelo. Me he quedado muy tranquilo.
¿Cómo fue el rodaje, las entrevistas con las personas que le trataron, el viaje tras sus huellas...?
Me he llevado muchas sorpresas. Cuando fuimos al Museo Andy Warhol, en Pittsburgh, y abrimos la cápsula del tiempo de su visita madrileña, había una tarjeta de mi padre que decía: «Bienvenido a Madrid», que se la había dedicado a Andy. Encontrarte con algo así te impresiona. Ha sido muy satisfactorio porque quedas en paz con la figura de tu padre, que se había diluido con el tiempo.
Cuéntenos algo más de la trastienda del documental.
Rodamos en Barcelona y en Madrid, concretamente en el Reina Sofía y además en la sala Fernando Vijande, que para mí está llena de recuerdos porque hay obras de muchos artistas que trabajaron con él. Pero luego vas a Nueva York y grabas en el estudio de Christopher Makos, que fue el cronista de la última parte de la Factory. A la vez, vives el reencuentro de tres amigos que hacía tiempo que no se veían: Makos, Bob Colacello y Vincent Freemont (mánager de Warhol). Pero quizá lo que me impactó fue la visita al Museo Warhol, el más grande dedicado a un solo artista, con siete plantas. Allí, Patrick Moore, que era el director, se volcó con nosotros. Nos abrió las puertas, nos hizo un tour y nos enseñó las cápsulas del tiempo, esas cajas llenas de lo más insospechado.
Esa obsesión de Warhol de guardarlo todo, hasta las servilletas.
Tenía un síndrome de Diógenes alucinante. Nos sacaron parte de lo que correspondía a la exposición de Madrid, pero luego han publicado un catálogo grande de todo lo que hay, y es increíble. En una caja había una cinta de la Velvet Underground, de una prueba que habían hecho en la Factory, que se había quedado en la mesa de Andy Warhol y acabó en la cápsula. Es una música inédita de la Velvet que solo se puede oír allí por temas de derechos. Pittsburgh merece un viaje solamente por el Museo Warhol. Además, fuimos acompañados de Alaska y Mario (Vaquerizo). En estos viajes vas descubriendo personas, sitios, temas. Ha sido una experiencia muy bonita.
¿Lo tuvieron claro a la hora de escoger a Alaska como hilo conductor?
No la hemos escogido porque sea una celebrity, que lo habríamos hecho igual, sino porque estuvo en los tres hitos fundamentales de este documental. En la galería Vandrés, en la Vijande y en la visita de Warhol a Madrid, llegando a actuar para él e incluso acabó convertida en un Warhol. Pero es que cuando se inauguró la galería Fernando Vijande con la exposición de Costus, había también un dibujo de Alaska. O sea, que ella era parte de ese movimiento. A todos los artistas les hacía ilusión que les entrevistara.
Con tanta entrevista y tanto tirar del hilo, ¿ha descubierto algo que no supiera de su padre?
No, yo con mi padre me llevaba muy bien. Lo traté mucho. Desde los 14 años, que empecé a viajar con él, hasta que se murió, tuve una relación muy intensa. Me llevaba a todas partes. A mí siempre me pareció que era un referente, un fuera de serie. Alucinaba con él en todos los aspectos. Siempre aludo a ese anuncio que decía «Be water, my friend», porque era eso. Fernando Vijande era agua. Lo dejabas en cualquier sitio y se amoldaba a la situación, estuviera donde estuviera. A veces eran los apartamentos de la Quinta Avenida a los que te llevaba a ver a un amigo suyo, que se te quedaba la boca abierta, y al día siguiente estabas en un bar de mala muerte.
Lo que se dice don de gentes.
Sí, él se encontraba igual de cómodo en un sitio que en otro y se relacionaba bien con todo el mundo. Era camaleónico. Y lo bueno es que disfrutaba, no era algo impostado. Se lo estaba pasando muy bien en la Quinta Avenida y se lo estaba pasando muy bien en el Soho, y fantástico en Madrid. Hicimos un viaje a Cáceres a principios de los ochenta porque querían hacer un museo y fue también maravilloso. O te ibas a un pueblo perdido porque quería ver a un pintor que vivía retirado del mundo.
Todos los que participan en el documental hablan maravillas de él. La propia Alaska, Ágatha Ruiz de la Prada…
Es que sabía de todo y le interesaba todo. Me acuerdo que una vez comentó en una reunión que él era un diletante. Yo ignoraba lo que era y lo fui a buscar al diccionario. Y supe que se refería a alguien al que le interesan muchas cosas y que, sin ser un experto en nada, tiene conocimientos de todo. A mi padre se le notaba que había viajado mucho. Ahora todo el mundo está muy acostumbrado a viajar, pero entonces no. Y él llevaba haciéndolo desde los años cincuenta. A finales de los setenta, volvíamos de Ámsterdam y, como te tenían que sellar el pasaporte en todas las fronteras, él lo entregó y el de aduanas alucinaba porque estaban todas las páginas llenas y no sabía dónde estampar el sello. Había viajado a África, a la India, a Brasil, a todas partes.
¿Siempre viajes relacionados con el arte?
No siempre. Cuando fue a Brasil sí, porque le dieron un premio a un artista suyo, Darío Villalba, en la Bienal de Sâo Paulo de 1973. O cuando en 1980 se llevó a sus artistas a la mítica exposición New Images from Spain del Guggenheim de Nueva York.
Entonces, usted se crio en un ambiente muy particular.
Sí, sobre todo por la dualidad. Mi padre era muy liberal y mi madre, en cambio, procedía de una familia aristocrática muy conservadora. Su matrimonio podía haber funcionado porque mi madre era una aristócrata culta, viajada, que leía mucho, y se encontró con un dandi cultísimo, muy simpático, con carisma. Pero eran muy diferentes y terminaron viviendo cada uno su vida. Lo que sí hay que reconocerles es el valor que le echaron separándose en una época en que nadie lo hacía. Así que yo he vivido, por una parte, un Madrid muy convencional y, por otra, un Madrid muy moderno.
¿De dónde le venía a su padre ese talante tan abierto?
Mi bisabuelo fue un indiano que se había ido a hacer las Américas, a Puerto Rico, e hizo mucho dinero. Y cuando volvió a Barcelona se casó con una chica catalana y tuvo a mi abuelo. Esto de salir, de viajar, de ver mundo, de buscarse las habichuelas, de emprender, a mi padre le venía de familia. Ese gen lo tenía. Este bisabuelo era de Castropol (Asturias). Y lo curioso es que de allí era también mi otro bisabuelo, que era marqués de Santa Cruz de Marcenado y tenía una casa en ese pueblo. No sé si estos dos abuelos se conocerían o no, porque quizá el marqués no se hablaba con el indiano, pero después el nieto del indiano se casó con la nieta de marqués.
Volvieron a Barcelona, a una casa preciosa, y se convirtieron en alta burguesía muy muy refinada. Así que mi padre heredó ese gusto por las antigüedades, por lo bello. Él no sale de la nada. Había heredado toda esa elegancia, esa sutileza, el saber estar. De joven se hacía los trajes en los mejores sastres de Barcelona, se iba al Liceo, tenía mucho savoir faire. Empezó desde una parte muy clásica y acabó yéndose a una parte mucho más contemporánea, pero siempre había existido ese amor por el arte. Era una persona de su tiempo, siempre atento a lo nuevo.
La mezcla perfecta para que se le abrieran las puertas de la Factory.
Es que tenía esa facilidad para encajar en todos los sitios y además hablaba idiomas. Inglés, catalán, francés, portugués, italiano, y todos perfectamente.
¿Cómo conoció Fernando Vijande a Andy Warhol?
Eso lo he pensado mucho durante este proyecto, pero nunca le hice esa pregunta. Lo vives con naturalidad. Te parece normal que tu padre conozca a Andy Warhol o te parece normal la casa que tiene tu padrino (el Sr. Suñol) en Barcelona llena de arte. Viví la historia, pero las preguntas me las estoy haciendo ahora.
Tengo entendido que usted también fue a la Factory.
Estaba estudiando en Harvard, tendría 18 años y necesitaba hacer un trabajo sobre acting. Un día, hablándolo con mi padre me dijo: «Pues ya sabes que Andy Warhol ha hecho muchas películas y quizá le puedas hacer una entrevista». Rápidamente me llamó para que fuera: «Oye, la semana que viene vete a la Factory y pregunta por Bob Colacello en la puerta». Y eso hice. Subimos y allí estaba Andy Warhol. Estuvo encantador.
Nada que ver con la imagen que se tiene de él, frío y distante.
En el documental lo hemos explicado. Él tenía una imagen pública, pero todos los que le tratamos hemos dicho que en las distancias cortas era encantador. También es verdad que yo no era un periodista que iba a entrevistarle, sino el hijo de un amigo. La entrevista, por cierto, fue un poco surrealista. Esto fue a principios de los ochenta y no había internet para prepararse. Yo sabía quién era, conocía su obra, durante años había desayunado y cenado delante del retrato del Mao que estaba en casa de mi padrino. Sabía lo de los 15 minutos de fama y que acababa de publicar un libro. Y con todo eso me presenté allí. La pena es no haber hecho fotos o haberlo grabado. Solo tomé notas.
¿Tiene recuerdos de su mítica visita a Madrid con motivo de la exposición Pistolas, cuchillos y cruces en la galería de su padre?
No, yo estaba en Harvard en esa fecha. La exposición la había visto porque se había abierto en diciembre y yo vine a España para Navidad. Sin embargo, Andy Warhol no vino hasta enero. Solo lo vi aquella vez en la Factory.
¿Qué papel ha jugado la Fundación Suñol Soler en el documental?
El proyecto inicial consistía en explicar los orígenes de la Colección Suñol Soler, y eso suponía hablar de José Suñol y de Fernando Vijande, de cuya amistad surgió la colección. Uno alimentó al otro. Fernando le decía a Pepe lo que había que comprar y lo que Pepe quería se lo encargaba. Pero Fernando tenía una galería y gracias a su amigo, que se quedaba con las mejores obras de todas sus exposiciones, se pudo mantener porque no vendía mucho. ¿Cómo puedes ver la trayectoria de Vijande? Yéndote a los fondos de la colección.
Qué moderno también el Sr. Suñol para la época y qué gusto tan vanguardista.
Tampoco a él le pregunté por qué en su momento. José Suñol era mi padrino y me quedaba en su casa infinitas veces. El único que se podía quedar era mi padre. Y cuando se murió, me quedé yo, que heredé su habitación. En la anterior casa de Suñol, una de esas casas burguesas fabulosas del Ensanche barcelonés llena de antigüedades, estuve una vez, pero no la recuerdo. Luego se cambió a otra que había diseñado el gran arquitecto Josep Lluís Sert.
El arquitecto de la Fundación Miró de Barcelona, precisamente.
Y el de la Fundación Maeght de Saint Paul de Vence, al lado de Cannes, por la que siempre sintió fascinación ya que desde niño veraneaba en ese zona. Así que se trasladó a Les Escales, el edificio que había proyectado Sert en Pedralbes. Era un tríplex fantástico, pero de repente se vio con una casa nueva totalmente blanca que necesitaba un arte diferente. Y da la casualidad de que, en ese mismo momento, su amigo Fernando se había hecho una galería en Madrid y le pidió ayuda. Empezó comprando para decorar la casa y acabó enganchado al veneno del arte. Cuando se quedó sin paredes, se compró otro espacio para seguir colgando cuadros, que es donde está la fundación hoy.
¿Qué destacaría de Fernando Vijande y, en paralelo, del documental?
La visita de Andy Warhol a España tuvo lugar en un momento muy especial, cuando la gente quería reinventarse después de muchos años de dictadura. Esto es lo que refleja el documental, que es lo que promovía Vijande desde su galería. Hasta que él empezó, habíamos tenido unas generaciones donde estaba todo el peso de la Segunda Guerra Mundial y el arte era muy oscuro. En lo setenta, la galería de mi padre introduce el color y la figuración, también el videoarte. Era muy ecléctica.
Expone la obra de gente como Gordillo o Pérez Villalta, que derrochan alegría de vivir. Todo era gris y lo que ocurre con la Movida es que el individuo quiere salir, quiere color, se quiere mostrar y quiere encontrar cómo expresarse. Eso se ve fantásticamente en el documental a través de las fotos de Miguel Trillo. Por eso, quizá a la gente joven le sorprende y le gusta. Estamos hablando de la visita de un artista, pero llega justo cuando el país está cambiando. ¿Por qué viene Warhol a Madrid? Porque ya es un Madrid que empieza a ser diferente.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.