VIAJES CON ENCANTO
VIAJES CON ENCANTO
Ujué como villa medieval, de calles empedradas, casonas y una iglesia que es también fortaleza, apenas tiene rival. Si acaso puede competir en igualdad de condiciones con Morella, el pueblo de Castellón que si tuviera mar sería un Mont Saint-Michel, o con el más cercano Frías, en Burgos, con casas colgadas y un castillo precioso. Sus orígenes hay que buscarlos en época vascona y romana. Ya en el siglo XI se consolidó como villa realenga dentro del Reino de Navarra y Aragón.
Más que pueblos, los tres citados parecen escenarios. Sorprende que se hayan conservado así como lo han hecho, a pesar de los avatares de la historia y de los delirios constructivos de la modernidad. También es verdad que Ujué arrastra, como tantos, el problema de la despoblación. Solo 172 habitantes, frente a los 1.600 de los años sesenta. Es la España preciosa, pero vaciada.
Geográficamente, Ujué está en la merindad de Olite, donde Leonor encontró su castillo de princesa. En la comarca de Tafalla, dentro de la Navarra Media, haciendo de frontera natural entre la montaña y la ribera. Por lo que desde aquí, dominando la sierra que lleva su nombre, se acierta a divisar los Pirineos en toda su inmensidad y ese coloso que es el Moncayo, la mayor cumbre del Sistema Ibérico (2.315 m ), entre Zaragoza y Soria.
Además, es muy de romería, lo cual es lógico si se piensa que nació en torno a un leyenda relacionada con la aparición de la Virgen en forma de paloma (usoa en euskera, de donde Uxue) a un pastor. En su honor, se erigió la basílica de Santa María, cuna de la villa. Por esta razón, desde la iglesia, que es románica (XI-XIV), descienden sin vértigo las calles empedradas, cruzándose unas con otras y componiendo el típico laberinto en el que no importa perderse.
O sea, las casas se arremolinan en torno al templo, como pasó siempre con los castillos. De hecho, esta iglesia es también fortaleza, pues así lo quiso el rey Carlos II de Navarra (1332-1387), quien no solo la amplió con una nave gótica para hacerla más principal, sino que añadió caminos de ronda y torres almenadas. De estas últimas, solo se conservan dos: la de los Cuatro Vientos y la de los Picos. Una muestra única, por cierto, del gótico navarro. Al norte, queda el Castillazo, con la ruinas de un aljibe, que pudo ser patio de armas, y cimientos de la torre del homenaje.
Así que no es una iglesia al uso separada de su castillo, como pasa en Olvera, el pueblo blanco de Cádiz, sino que ella misma lo es. Y, más allá de sus bondades arquitectónicas y artísticas, es conocida por ser el lugar que custodia el corazón de este rey, apodado el Malo -sin que se sepa muy bien por qué-, que nació en Évreux (Francia) y se crio en París. Así lo dejó escrito en su testamento, en un arranque de romanticismo sin parangón, a causa de la enorme devoción que tenía hacia esta Virgen que apareció como una paloma entre los riscos.
La imagen de la Virgen de Ujué es una maravilla románica, obra cumbre de la imaginería navarra, de 1190 pero forrada en plata en el siglo XIV. En consecuencia, la villa se alza como uno de los más relevantes lugares de culto mariano en Navarra. Otros son el santuario de Nuestra Señora de Puy, en Estella, conocida como la Toledo del Norte por su monumentalidad, o la propia catedral de Santa María de la Asunción en Pamplona. El caso es que desde ahí arriba, concretamente desde un mirador que da al sur, se goza de una excelente panorámica de la Ribera de Navarra.
Ujué es, por tanto, una villa medieval de sobrado encanto y pintoresca como nos gusta. También un estupendo mirador sobre los alrededores, debido a su posición estratégica. Como decíamos, centro de peregrinación que tiene a su santuario fortificado en el punto de mira. Y, al ser un lugar un lugar de pastoreo, presume de migas, la tradicional comida de los pastores, hasta el punto de proclamar al mundo su orgullo gastronómico y haber fijado en el calendario el Día de las Migas, en septiembre, que también concita a buen número de peregrinos.
Más allá de esta fiesta por todo lo alto, se pueden degustar en cualquiera de sus restaurantes. Por ejemplo, en el mesón Las Torres, el primero de localidad, que está junto a la iglesia, en todo el centro. Aquí se sirven las típicas migas de pastor, pero también las chuletillas de cordero a la brasa de sarmiento y los guisos tradicionales de caza. El propio mesón es ya legendario. Lo fundó Hipólito Ibáñez en 1967, tras dejar las labores pastoriles, junto a su esposa, Juli Valencia. Tiene grandes ventanales y vistas de órdago. A la delicias mencionadas hay que sumar, en el apartado gastro, las rosquillas, las almendras garrapiñadas, la miel de la sierra y los vinos D.O. Navarra.
Por lo demás, de visita por este rincón navarro, hay que estar muy atento y no pasarse la cruz del Saludo (XV), a la entrada del pueblo viniendo de San Martín de Unx, donde está representada la Virgen; la ermita de San Miguel, en ruinas, pero de la que aún se puede ver la fachada románica del XIII y la nave rectangular gótica, y la de la Blanca, a las afueras, en la carretera que une Ujué con Murillo el Fruto. Aunque se halla muy reconstruida, originariamente es del XIII. Son solo dos de las veinte ermitas que llegó a tener la villa.
Pero aquí también, como en todos los pueblos medievales que se precien, son de destacar las casonas, muchas blasonadas, con fachadas distinguidas de piedra de sillería y puertas con arco rebajado, de medio punto o gótico, con dintel con ménsulas o recto, y con ventanas pequeñas para no dejar pasar el viento. Las hay hasta del siglo XIV, como la casa parroquial, también conocida como palacio de Carlos II, con varias saeteras y dos magníficas balconadas. Otros ejemplos a tener en cuenta son la casa Iriarte (XVI), en la plaza Mayor; la casa Juan Cruz (XVIII), en la calle Pilarraña, o las de los herederos de Teodoro Izco y Catalina Bustince (XV), ambas en la calle Villeta.