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Emilia Clarke: "Ahora me siento liberada"

En el imaginario colectivo siempre será Daenerys Targaryen de Juego de tronos, pero tras 10 años de dragones ya está lista para pasar página. Tras digerir su fama planetaria y librar su propia batalla a vida o muerte, demuestra su registro más divertido en una comedia romántica navideña.

La actriz Emilia Clarke. / getty

IXONE DÍAZ LANDALUCE

Tres pares de alas asoman por la manga de su vestido camisero cada vez que mueve las manos, algo que hace a menudo, porque Emilia Clarke es muy expresiva: tres pequeños dragones en vuelo que adornan su muñeca derecha. Son el símbolo del mayor fenómeno televisivo de la última década y del personaje que cambió la vida de esta actriz británica cuando solo tenía 24 años. Emilia Clarke siempre será para todos Daenerys Targaryen. Madre de dragones, khaleesi del Gran Mar de Hierba, reina de los ándalos, protectora de los Sietes Reinos y unos cuantos títulos rimbombantes más. Pero seis meses después del final de Juego de tronos, está ansiosa por estrenar etapa. Más terrenal y menos heroica. También algo más anónima. Por eso, la primera pregunta es inevitable. ¿Se siente liberada? “Absolutamente. Pero es muy difícil contestar a esta pregunta sin sonar como una ingrata. O como si hubiera estado llevando una gran cruz a mis espaldas. “Oh, qué horror, he tenido que interpretar a un personaje extraordinario, una increíble heroína feminista, volar con mis dragones y matar a mis enemigos”, dice con ironía.

Daenerys está en mis huesos, forma parte de mí, pero me siento liberada”.

Clarke está tan eternamente agradecida como infinitamente aliviada. “Daenerys forma parte de mí, está en mis huesos, viviré y moriré con ella. Siempre estaré en deuda con este personaje, pero también siento que he librado una batalla muy larga. Y por eso, la libertad que siento ahora es increíble: no hay nada ni nadie que dicte qué puedo hacer y qué no. Y ese es un enorme privilegio”.

Emilia habla recostada sobre un sofá en un hotel de Londres. Los zapatos de tacón descansan en el suelo. Es su última entrevista del día, aunque nadie lo diría. Sonríe por defecto, es simpática sin esforzarse y resulta tan apasionada como el personaje que la ha hecho insoportablemente famosa. Pero de una manera totalmente diferente. Habla a toda velocidad, se ríe sin parar y posee una energía magnética. Lleva el pelo suelto en una melena corta y castaña. La peluca rubio platino de Dany es parte del pasado.

Ahora está en plena promoción de Last Christmas, una comedia navideña que llega a los cines el 29 de noviembre. “Me encanta la Navidad –dice–. Trato de ver a todo el mundo, emborracharme con licor, comer todos los dulces típicos... Son días cargados de una magia y una emoción especiales”, dice. Pero el papel tenía otros alicientes. Por un lado, le permitía poner en práctica otro registro, más cómico y liviano, alejado de la intensidad de Daenerys, pero también de su trabajo en películas como Terminator Génesis (donde dio vida a la icónica Sarah Connor) o Han Solo: una historia de Star Wars. “Me apetecía ser divertida y ejercitar mis habilidades de clown”, explica.

Además, el personaje guardaba una relación íntima con ella. Kate, como la propia Clarke, está tratando de reencontrarse a sí misma tras sufrir un grave problema de salud. “Quería prestarle mi voz a una historia que conozco muy bien y que, en cierta forma, era parecida a la mía”, explica. En 2011, poco antes de empezar a grabar la segunda temporada de Juego de tronos, se desmayó en el vestuario de un gimnasio de Londres. En el hospital le diagnosticaron una hemorragia cerebral causada por un aneurisma. La operaron de urgencia y la cirugía le provocó una afasia: durante varios días, ni siquiera podía recordar su nombre. Aunque se recuperó, en 2013 volvió al quirófano para tratar otro aneurisma. El posoperatorio fue terrible. “En mis peores momentos, le pedí al equipo médico que me dejara morir”, confesó hace unos meses a The New Yorker.

Muy personal:

  • Como su personaje más célebre, tiene un nombre complejo: Emilia Isobel Euphemia Rose Clarke. Sus amigos la llaman Milly.

  • Sus compañeros de colegio se burlaban de ella por sus pobladas cejas.

  • Si no fuera actriz, sería arquitecta, cantante o diseñadora gráfica.

  • Además de los tres dragones, tiene una abeja tatuada en el meñique izquierdo, recuerdo del rodaje de Yo antes de ti.

  • Le encantan los deportes: practica hípica, patinaje sobre hielo, esquí, natación y tenis.

  • Padece heterocromía central: sus ojos son de dos colores, marrones en la zona interior del iris y azules en el exterior.

En marzo, la actriz presentó SameYou, una organización sin ánimo de lucro para facilitar el acceso a tratamientos de neurorehabilitación a personas que han sufrido daños cerebrales. “En el momento en que tu juventud y tu feminidad están floreciendo, de pronto te encuentras en un escenario de vida o muerte. Algo que te fuerza a cuestionarte absolutamente todo en tu vida. Y en una época que ya puede resultar confusa de por sí, eso lo hace todo mucho más difícil”, explica.

Efectivamente, el momento no podía ser más inoportuno. La actriz estaba exactamente donde siempre había soñado desde que descubrió su vocación, a los tres años, cuando su padre, ingeniero de sonido de teatro, le llevó a ver el musical Show Boat a Londres. Tras terminar sus estudios, Emilia ingresó en el prestigioso Drama Centre de Londres gracias a una pequeña carambola: otra estudiante se rompió una pierna y ella era la primera en la lista de espera. Aunque en 2009 debutó en el culebrón televisivo Doctors, seguía alternando los castings y las pequeñas obras de teatro con trabajos de camarera, telefonista o empleada de un museo.

Frustrada por la falta de oportunidades, se hizo una promesa: si en un año no lograba un papel serio, dejaría de intentarlo. Poco antes de que expirara el plazo, la llamaron para hacer el casting para la adaptación televisiva del fenómeno literario escrito por George R. R. Martin. En la segunda prueba para el papel, ya en Los Ángeles y ante los creadores de la serie, Clarke terminó haciendo el baile del robot. Al salir, estaba segura de haber desperdiciado la oportunidad de su vida. Así lo contó el año pasado en The New Yorker. “ El papel describía a una mujer misteriosa, casi de otro mundo, rubia platino... Y yo era una británica bajita, morena y con curvas. Pero cuando salí del auditorio, corrieron detrás de mí para decirme: “¡Felicidades, princesa!”. El papel era mío”.

La actriz admite que durante todos estos años no ha sido capaz de mirar a la cara el fenómeno de masas que ha protagonizado, fuera por miedo escénico o instinto de supervivencia. “Mientras hacía la serie, no me permitía analizar lo que yo significaba dentro en ella, lo que la serie significaba dentro de la industria o el fenómeno cultural en el que se había convertido –explica–. Era demasiado grande como para mirarlo de frente. Necesitaba concentrarme en hacer mi trabajo. Cuando acabamos, por fin le di permiso a mi cerebro para procesarlo todo”. También reconoce que la fama exacerbada puede ser una jaula de oro. “No es algo que puedas compartir con mucha gente. Mis amigos son gente normal, que no se dedica al cine. La fama puede ser una experiencia muy solitaria en la que te sientes aislada de todo”, dice con melancolía.

Aunque hace ya seis meses que Juego de tronos echó el telón, su final sigue generando controversia. El inesperado giro del personaje que interpretaba hacia la tiranía y la locura enfadó a muchos fans y hubo quien lo tachó de misógino. ¿Entiende esas críticas? “Todas las opiniones tienen argumentos sólidos. Por un lado, si queremos que las mujeres sean iguales eso también implica darles la oportunidad de no ser ni puras ni perfectas. Por otro lado, están quienes se preguntan por qué tenía que estar loca. Solo sé que la historia que contamos es la que va a permanecer. Y que yo traté de darle la mayor veracidad posible”. Diplomacia pura y dura. En su posición, es difícil pedirle otra cosa.

Por el camino, Emilia, como Daenerys, se ha convertido en un icono feminista. Le pregunto si realmente Hollywood ha cambiado tanto después de la catarsis del #MeToo. “Han cambiado algunas cosas, pero sigue habiendo muchos dinosaurios en esta industria –dice en tono críptico–. Ahora mismo, mucha gente en Hollywood está mirando por encima de su hombro, quizá porque algunos se sienten culpables u observados. Pero creo que eso se acabará diluyendo poco a poco; quizá no haya que llegar a ciertos extremos para asegurarse de que nadie hace nada malo”.

Ahora que ya no tiene que soportar sobre sus hombros el peso de un fenómeno cultural, se nota que está relajada, disfrutando del momento. Quizá por eso, antes de encarnar a la poeta inglesa Elizabeth Barrett Browning –en la cinta Let me count the ways–, ha querido probar suerte con un género más ligero. “Me encantan las comedias románticas. Creo que todo el mundo comparte una verdad universal: queremos amar y ser amados. Lo que pasa es que el día a día de las relaciones, el hecho de levantarte cada mañana junto a la misma persona, es mucho más difícil de lo que vemos en las películas. Antes de que mi padre muriera, él y mi madre celebraron su 35 aniversario de bodas. Su historia de amor puede parecer bastante convencional, pero lo realmente excepcional es que estuvieran juntos todo ese tiempo, sobreviviendo a ese caos cotidiano de las parejas”, explica sin poder evitar emocionarse. Su padre falleció de cáncer en 2016. Emilia ha contado que aquel fue un momento crítico para ella, entre otras cosas porque no pudo despedirse: estaba rodando una película en Estados Unidos.

Han pasado tres años y ahora lleva otro ritmo de vida. De hecho, ha vuelto a disfrutar de algunas de sus viejas aficiones. Antes de ser una estrella, viajó como mochilera por la India, Laos, Camboya, Tailandia o Vietnam. Este verano volvió a hacerlo en los Alpes italianos. “Estuve en los Dolomitas y no me reconoció nadie. De hecho, dormí en los refugios de montaña”, dice con cierto orgullo por la hazaña que eso implica para alguien como ella. “Trato de llevar una vida lo más normal posible. Hay formas de pasar inadvertida. Pero a veces me pone triste tener que mirar al suelo para que nadie me reconozca. Si no estás teniendo tu mejor día, temes que alguien empiece a gritar: “¡Oh, dios míooooo!”, ríe. En esa batalla, la peluca rubio platino que completaba su metamorfosis en Daenerys Targaryen ha sido siempre su mejor aliada. “Fue una auténtica bendición: me ha permitido disfrutar de un anonimato relativo durante todos estos años”, explica.

A sus 33 años, Emilia Clarke estrena un nuevo capítulo en su vida. Más sosegado y más adulto. Acaba de comprarse una casa –probablemente sin necesidad de pasar por el trámite de solicitar una hipoteca–, y no puede evitar contarlo con la emoción desbordada de quien acaba de estrenar su primer hogar. “Tengo una casa propia. ¡Es mía! Me encanta. ¡Es maravilloso! –dice entusiasmada–. Ese momento del día en el que por fin cierras la puerta, te puedes quitar los zapatos y el sujetador, miras alrededor y dices: ¡Puedo hacer lo que me dé la gana!... Ahí es cuando realmente me siento feliz”.

La película: 'La última Navidad'

“Cuando te dicen que Emma Thompson ha escrito el guion, tú contestas: “¿Dónde hay que firmar?”. De esta manera tan tajante explica Emilia Clarke sus razones para aceptar el papel protagonista de Last Christmas, una cinta de marcado tono navideño que dirige Paul Feig (The office, Weeds). Thompson, además de ser responsable de la trama, interpreta a la madre de Kate (Clarke), una chica algo alocada que trabaja en una tienda de decoración navideña y tiene que disfrazarse de elfa cada día. Tomar buenas decisiones no es su fuerte, pero su vida da un vuelco cuando conoce a un misterioso chico llamado Tom (Henry Golding). La banda sonora la pone George Michael.

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