LOS NOMBRES DE LAS COSAS
Crear una cuenta
Iniciar sesión
LOS NOMBRES DE LAS COSAS
Algunos momentos permanecen. Nos alcanzan inevitablemente. Unos días atrás, en medio de la presentación de un libro, Los nuevos, de Pedro Mairal, conversábamos acerca de esos terrenos fronterizos entre adolescencia y adultez, también de lo que significa ser nuevo en la vida.
Me asaltó, por sorpresa, una imagen del primer trabajo que tuve. Fue en el seno de un gran grupo editorial. Yo era la becaria, la chica de los cafés y las fotocopias, pero también la persona encargada de recibir los manuscritos no solicitados, que llegaban por correo, envueltos en ilusión y esperanza.
Ese año me enamoré del oficio de editar: acompañar la escritura, comprender por qué un texto funciona o no, guiar a quien se atasca, llevarlo de la mano hasta que el texto respira solo. Fue un amor a primera vista. Y yo, que suelo dudar de todo, lo vi muy claro: quería ser editora.
Mientras realizaba mis prácticas, se abrió una vacante de asistente editorial. Aquel puesto era todo cuanto había deseado, pero, sobre todo, la oportunidad de quedarme y empezar allí mi carrera. Por una vez en la vida, estaba convencida –convencidísima– de que me la darían: sabía hacer el trabajo, conocía los ritmos, los silencios, incluso las manías de cada mesa.
Sin embargo, cuando llegó el día, me dijeron que la plaza era para otra chica de otro departamento. Mi jefa –la misma que me dio la noticia mientras yo me esforzaba por no llorar– me hizo pasar a su despacho y me dijo algo que todavía hoy resuena en mí: que algún día entendería que no podía dejar que me quedara allí, aunque ese día aún estaba muy lejos. Concluyó su discurso con un «tienes que volar más alto», una frase que entonces me pareció la más terrible y desafortunada que me hubieran dicho nunca.
Por aquel entonces no había visto aún Sesión continua, de José Luis Garci. Además de ser una película maravillosa, su título me parece una metáfora perfecta de la vida: caes, sin previo aviso, en una sala oscura donde ya se proyecta una película empezada. No hay luces, no has leído la sinopsis ni conoces a los actores, y resulta imposible llamar al acomodador para pedir instrucciones. Poco a poco, con los años, logras acostumbrarte a la penumbra y terminas comprendiendo el argumento del que formas parte. Pero justo cuando empiezas a entenderlo casi todo, llega el momento de abandonar la sala.
Esa idea –la de la sesión continua– me acompaña y me recuerda que siempre, de algún modo, somos «los nuevos». Lo pensaba mientras presentaba el libro de Pedro Mairal y me asaltó la imagen de aquella chica que fui, sentada en el despacho de una directora editorial, sin tener aún idea de por qué le estaba vetada aquella oportunidad cuando, por primera vez, tenía tan claro lo que deseaba hacer.
Siempre llegamos un poco tarde a nosotros mismos, pero me llevó muchos años reconciliarme con aquella mujer que, básicamente, vino a decirme que aquel trabajo no era para mí. A lo largo de la vida, a menudo nos topamos con un coro de voces que nos indican qué debemos hacer, como si ellas lo supieran mejor que nosotros. Lo peor es que, en ocasiones, sí lo saben. Porque nos hablan desde otro lugar. Se llama experiencia.
Por mi parte, nunca volví a hablar con aquella editora. Evitaba aparecer allí donde creía que podía encontrármela, hasta que, un par de años atrás, nos vimos en un evento y me dijo lo mucho que le había gustado algo que había escrito. Me di cuenta de que lo decía de verdad, de corazón. Y entonces comprendí que aquella mujer que un día me sentó en su despacho para darme una mala noticia, en realidad me estaba ofreciendo la mejor noticia que podía –y sabía– darme. Es lo que decía: a veces tardamos en entender. Porque somos nuevos, porque a nadie le enseñan a moverse a través de la oscuridad de una sesión continua.
TAMBIÉN TE INTERESA
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.