Hasta que llegó Fabiola
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Iniciar sesiónHasta que llegó Fabiola
El Gobierno exige y el pueblo espera. Esta era la frase que resumía la situación matrimonial del rey Balduino de Bélgica dos años después de subir al trono. Su físico espigado y su carácter retraído no convertían al Balduino en el idilio soñado de ninguna princesa europea. Pero a su favor contaba con la corona belga y con su abuela, la reina madre Isabel Gabriela de Baviera, que estaba más que decidida en convertirse en su celestina particular.
La propia reina madre, en colaboración con el Parlamento belga, fue la responsable de intentar reunir ocho princesas casaderas de linaje inmaculado para proponerles una visita guiada al castillo real de Laeken, que era una excusa a la altura del crucero organizado por la reina Federica de Grecia para casar a sus hijas.
Confeccionar ese listado no fue sencillo y algunas de ellas no llegaron jamás a visitar Laeken. Desechadas algunas dinastías europeas por su cercanía con lazos de sangre con la propia casa belga, finalmente el informe confidencial que llegó a manos de la Casa Real contenía una lista de tan sólo ocho candidatas. ¿Pero qué destino le deparaba a las elegidas?
Encabezando la lista estaba Isabel de Francia, hija de Enrique de Orleans, Conde de París. La joven tenía entonces 25 años y contaba con la ventaja de haber nacido muy cerca de Bruselas, pero su interés por Balduino era escaso. Afirmaban los rumores de la época que su familia estaba más interesada en aquel momento en emparentar con los Borbones. Pero al final no fue ni una cosa ni otra, acabó casada en los años 60 con un conde alemán, Federico Carlos de Schönborn-Buchheim, con el que tuvo cinco hijos.
La segunda seleccionada tenía una relación directa con nuestra familia real. Margarita de Baden era prima de la reina Sofía y quien mejor comprendía a Balduino. Lo había conocido con anterioridad en un viaje de Inglaterra a Alemania y desde aquel primer encuentro habían seguido en contacto. Los testigos de sus encuentros hablaban de que se llevaban a las mil maravillas. Tanto, que el gabinete del rey comenzó a sondear la opinión pública sobre cómo acogería la población a una reina alemana.
Pero para sorpresa de todos Margarita le dio plantón a Balduino y se casó ese mismo año con otro, concretamente con el príncipe Tomislav de Yugoslavia, en una boda en la que sus primos Hannover fueron los encargados de colocar la cola de su vestido de novia.
La conexión Bruselas-España no se acabó con la espantada de Margarita, en la lista de candidatas también figuraba Alessandra (Sandra) de Torlonia, la primogénita del príncipe italiano Alessandro Torlonia y de Beatriz de Borbón, nieta de Alfonso XIII. Sandra era católica y guapa a rabiar, hasta fue elegida lady Europa.
Balduino y Alessandra se habían conocido previamente en Roma en una fiesta dada en la capital italiana en el palacio familiar. Todo apuntaba a que tenían mucho en común, pero el destino acabó uniendo a Sandra con un conde italiano cuyo apellido resuena en la prensa del corazón española: Alessandro Lecquio. Efectivamente, la candidata al corazón de Balduino acabó convertida en la madre de uno de los condes italianos más famosos en España.
Otros nombres relacionados con nuestro país también se tuvieron en cuenta a la hora de confeccionar el listado. Por ejemplo, durante un tiempo se pensó en incluir a la princesa Margarita de Saboya y Aosta, una buena candidata católica, como gustaba en la corte belga y de linaje impecable: su padre era hijo del breve príncipe de Asturias, Manuel Filiberto de Saboya, hijo mayor de Amadeo I, rey de España entre 1870 y 1873.
Pero Margarita se cayó de la lista por el mismo motivo que su tocaya de Baden: se casó antes de tener que escuchar las críticas del pueblo belga que la consideraban demasiado alta para su rey. La revista Garbo de la época la definía como una mala candidata a reina porque «mide más de un metro ochenta y cinco centímetros, con lo que queda rota la debida proporción que necesariamente ha de tener una pareja real». A su esposo, el archiduque de Austria-Este, pareció no importarle este detalle.
La última en discordia era la más religiosa de todas, María de Borbón, hija de Alfonso María de Borbón, que era casi una desconocida entonces y ahora. La hija de los marqueses de Santa Fe frecuentaba tan pocas fiestas y reuniones de la nobleza europea que era casi invisible, aunque figurara en las quinielas belgas por su conocida piedad cristiana. A pesar de que se hablaba de que tuvo un par de encuentros con Balduino, la noble decidió hacer caso a su vocación religiosa y olvidarse para siempre de reyes y fiestas.
Por raro que se pueda pensar hubo quien incluyó en las quinielas a la princesa Margarita, hermana de la reina Isabel II, más que nada porque en aquel momento aún no era pública su afición por un hombre casado y plebeyo en particular, Peter Townsen. La religión que profesaba la novia y la enemistad que existía entre ambas familias reinantes parecían los únicos obstáculos a la unión. Pero el tiempo colocó las cosas en su lugar.
Puestos a buscar por tierras inglesas, Alejandra de Kent, hija del Marina de Kent, parecía una apuesta más llevadera y realista que la temperamental hermana menor de la reina. Pero Alejandra pronto demostró ser una Windsor de los pies a la cabeza y comenzó a cumplir encargos representando a la reina británica. Hasta 120 eventos anuales en representación a la corona llegó a tener (cuatro veces más que Kate Middleton, todo sea dicho).
Alejandra decidió continuar su vida en Reino Unido y consiguió su propio esposo, uno sin corona, pero con fortuna propia. El elegido fue el empresario Angus Ogilvy, con el que se casó en 1963 en la Abadía de Westminster londinense en una ceremonia retransmitida por televisión a la que asistió toda la familia real británica.
Y la última en la lista, pero no en los corazones de los que apostaban por conseguir una princesa digna de ser reina de Bélgica, era Astrid de Noruega. La edad no era un problema, Balduino tenía 27 años y Astrid 26, ambos eran huérfanos de madre, amantes de la literatura y un pelín sosos.
A la reina madre le quedó claro que entre los dos podía surgir algo cuando acompañó a su nieto a Oslo al funeral del rey Haakon donde ambos jóvenes coincidieron y se destapó el posible match. Pero la princesa «sosa» tenía otros planes para su vida bastante más lucidos, entre ellos, dejar de ser princesa.
Astrid se enamoró finalmente, se casó y fue feliz, pero no con un rey belga, sino con un medallista olímpico llamado Johan Martin Ferner. Tras su boda en 1961, Astrid dejó de ser alteza real y perdió la posición de primera dama del reino que mantenía desde la prematura muerte de su madre. La pérdida no pareció importarle demasiado, como tampoco le importó a Balduino, que un año antes, en 1960, ya se había casado con su adorada Fabiola.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.