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Hollywood está de luto por la muerte de Robert Redford, una de las últimas leyendas del cine, que nos ha dejado a los 89 años. Ahora todas las miradas están puestas en su viuda Sibylle Szaggars, en revisar su legado artístico y en materias aparentemente más triviales como el reparto de su herencia, que se calcula superior a los 200 millones de euros, entre propiedades inmobiliarias, activos financieros y los derechos devengados por su extensa filmografía tanto como actor como director.
Este 16 de septiembre se apagó la voz de un hombre muy comprometido con diversas causas que compartía con su segunda mujer, una artista alemana tremendamente discreta con quien llevaba una vida muy plácida en Utah, donde el protagonista de El hombre que susurraba a los caballos y Descalzos por el parque había encontrado su lugar en el mundo.
Robert Redford, ganador de dos Oscars, pero no como actor sino como director y un Oscar honorífico, había estado casado en primeras nupcias con Lola Van Wagenen, entre 1958 y 1985 y tuvieron cuatro hijos, que a su vez les dieron siete nietos. De los cuatro, solo sobreviven Shauna y Amy Redford, porque los dos varones, Scott y James Redford murieron en 1959 y 2020, respectivamente, lo que significó momentos terribles para la pareja.
Este primer matrimonio se terminó con la irrupción en su vida de la actriz brasileña Sonia Braga, inolvidable intérprete de El beso de la mujer araña, adaptación de la novela homónima de Manuel Puig. Sin embargo, el amor de madurez definitivo le llegaría junto a la artista alemana, con quien contrajo matrimonio en una ceremonia muy íntima a la que solo asistieron un reducido grupo de familiares e íntimos de la pareja. Se casaron en la parroquia de Szaggers, en su país de origen, aunque llevaba ya 14 años viviendo en Estados Unidos.
El propio Robert Redford admitía la enorme diferencia de edad entre ambos como una circunstancia importante en su relación de pareja, pero al mismo tiempo señalaba lo enriquecedor que había resultado para él compartir la vida con una mujer europea con una cultura muy diferente a la suya.
No fueron una pareja al uso en Hollywood ni se prodigaron en actos sociales ni alfombras rojas, también porque la artista se ha dedicado con gran ímpetu a su labor como artista multimedia con una importante carga de compromiso con el medio ambiente. En sus propias palabras, su función consiste en «crear arte que trascienda palabras, idiomas, culturas y políticas».
En una entrevista publicada por la revista BigLife aseguró que «desde el comienzo de mi carrera artística, la Naturaleza fue la fuerza que me inspiró a ser activista desde mi arte, advirtiendo sobre los peligros inminentes de extinción, pero también señalando a través del color y la belleza lo increíble que es este planeta».
Lo más insólito de la pareja es que participaron en 2014 en una mesa redonda y la artista admitió no saber prácticamente nada sobre Robert Redford, más allá que era una estrella de Hollywood, cuando se conocieron. El problema surgió cuando la invitó a cenar porque no había visto ninguna de sus películas, por lo que optó por ver quince minutos aleatorios de algunos de sus trabajos.
Sin embargo, este desconocimiento resultó muy atractivo para Robert Redford y crucial para que pensara que podrían ser pareja: «Eso fue una de las cosas que me atrajo de ella, que no sabía mucho de mí. Así que empezamos desde una perspectiva más equilibrada». Compartieron vida, inquietudes, causas y una visión similar de entender el mundo. Esa fue la clave de su éxito.
Muy importante para Redford fueron también sus grandes amigas y compañeras de reparto Jane Fonda, con quien protagonizó El jinete eléctrico, y Barbra Streisand, con quien formó una mítica pareja en Tal como éramos. Son dos de las leyendas más longevas de Hollywood y siguen con una intensa vida profesional y en el caso de Fonda es una activista muy concienciada.
HORÓSCOPO
Como signo de Fuego, los Sagitario son honestos, optimistas, ingeniosos, independientes y muy avetureros. Disfrutan al máximo de los viajes y de la vida al aire libre. Son deportistas por naturaleza y no les falla nunca la energía. Aunque a veces llevan su autonomía demasiado lejos y acaban resultando incosistentes, incrontrolables y un poco egoístas.