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maestro del apocalipsis

Este es el escritor húngaro que le ha quitado el Nobel de Literatura a Vila-Matas: tres libros para descubrirlo

Puede que László Krasznahorkai, el nuevo Nobel de Literatura, sea el escritor del apocalipsis, pero también es el de la belleza. La paradoja del brillo en la oscuridad. Estos libros te llevarán a su mundo hipnótico y complejo.

El húngaro Lászlo Krasznahorkai es el nuevo Premio Nobel de Literatura. Lenke Szilágyi / @nobelprize

Vaya por delante que a László Krasznahorkai, último Premio Nobel de Literatura, lo conocimos gracias al cine de otro húngaro que puso al existencialismo, y puede que al nihilismo, contra las cuerdas, redibujando la belleza, Béla Tarr. Concretamente, gracias a Sátántángo (1994), la película de las tres tildes y las más de siete horas de duración que habita el mismo cosmos que Ordet (1955), de Dreyer, o Nostalgia (1983), de Tarkovski.

Pero detrás de este tango con el diablo, seis pasos hacia adelante y seis hacia atrás, destripando el título, se escondía un autor inmenso, que no solo abonaba la tierra siempre húmeda del cineasta, sino que había tejido y tejía una compleja tela de araña literaria en la que los más entusiastas y audaces lectores caían para siempre atrapados. Con El caballo de Turín (2011), «la creación más pura de la que ha sido capaz la pareja Tarr-Krasznahorkai», en palabras del segundo, se evidenciaba su dimensión bíblica. En este caso, un Génesis inverso.

Ahora que László K. se ha alzado con el premio de mayor gloria de las letras, es difícil sacarse de la cabeza las imágenes de esos personajes en blanco y negro entre la bruma, tras las cortinas, sobre el fango o bajo la lluvia. Después de todo, tal vez lo que mejor defina a este escritor que frasea a la manera de Proust, sin puntos y aparte, como si todas las palabras arrastrándose fueran a desembocar al mismo sitio, es que es implacable con la sociedad y sus mecanismos, pero tremendamente compasivo con sus criaturas, oprimidas, engañadas, vulnerables. Perdedores, en definitiva.

Quién es László Krasznahorkai

No se esconde en sus páginas el miedo al apocalipsis, sino que con todo el lirismo se asoma el temblor del engranaje -es verdad que con óxido y moho- que sostiene la vida. Como escuchar a Bach ante el abismo. La propia Academia Sueca ha llamado a su obra «convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte». Y añadiríamos: muy literaria y sin concesiones.

Recordemos que Krasznahorkai nació en 1954 en Gyula (Hungría), en la frontera con Rumanía, y que estudió Derecho y Literatura en Szeged y Budapest. Tal vez su primera huida de las imposiciones sociales y familiares, que lo alejó de su país y lo acercó a una patria cada vez más universal. Mongolia, China, Londres, Creta, Venecia, Roma, Japón... El piso de Allen Ginsberg en Nueva York, años de residencia en Alemania y las colinas de Szentlászló, en el condado húngaro de Baranya, donde vive recluido.

Lászlo Krasznahorkai ganó el Premio Formentor de las Letras en 2024. HARTWIG KLAPPERT

Presiden su página web unos versos del gran poeta húngaro Imre Madách (1823-1864), de La tragedia del hombre, en la que Dios también es un personaje, al que se le interpela: «Escribiste un poema para tu propia gloria, pusiste luego en marcha esa imperfecta máquina y no te hastía que la misma canción haya de repetirse inextinguiblemente». El mismo que dirá: «Hombre, ya te lo dije. Esfuérzate en la vida y asienta tu camino en la esperanza». Ahí es donde hay que buscar al nuevo Nobel de Literatura, heredero de Kafka, de Beckett, de Thomas Bernhard. Su Guerra y guerra (2009) empieza así: «Ya no me importa morir, dijo Korin, y tras un largo silencio, señalando un estanque cercano, preguntó: ¿Aquello son cisnes?».

De su obra, editada en nuestro país por Acantilado, con traducción del filólogo chileno de ascendencia húngara Adan Kovacsics, hemos seleccionado estos tres títulos. Son casi parábolas junto al río. Tragedias griegas reencarnándose en las aldeas sin nombre de Hungría.

Tango satánico (2017)

Decíamos más arriba que Sátántángo es una película de culto, pero es en la novela Tango satánico, su versión literaria original, donde está todo su aliento narrativo. Una granja colectiva abandonada en una remota región rural húngara, unos cuantos trabajadores dejados a su suerte. Un posadero, un director de escuela sin escuela, un médico misántropo, la amante de todos, el falso mesías Irimiás... Un misterioso repique de campanas, una atmósfera densa. Todos se odian, todos se engañan, todos se espían. Y unas palabras premonitorias: «En ese caso, lo perderé por esperarlo».

En el texto de Krasznahorkai, que fue su debut en 1985, siempre llueve y sopla el viento, hay un visillo que correr y una taberna en la que bailar y beber hasta la cordura. Fue saludado rápidamente como obra maestra, por encima de su despiadada desnudez, su humor casi diabólico y toda su seductora crudeza. Difícil quitarse el barro tras leerla, pero memorable música, como metáfora, la compuesta. La pasión, por otra parte, del novelista. Hay que olvidarse de tratar de entenderlo todo y de aplicar la lógica acostumbrada para caer en el gozo infinito de la persuasión estética.

Melancolía de la resistencia (2001)

Esta novela, que dio lugar a la película Armonías de Werckmeister (2000), de Tarr, conduce al lector hasta un mundo totalitario dominado por fuerzas impersonales y ciegas. Rozando siempre lo filosófico o, mejor, abrazándolo. Nuevamente, un pequeño y anónimo lugar húngaro, sucio y decadente, de donde ha sido desterrada la inteligencia por una fuerza violenta desconocida que lleva a sus habitantes, casi sombras, irremediablemente al caos.

Es un orbe extraño que puede resultar hostil. Pero cuando se penetra en él, tras escalar ciertos muros, aparece la atracción fatal y poética de su prosa, además de su inusitada y pegajosa belleza, asistiendo a eso tan críptico y hermoso de «la ruptura de la antigua alianza del cielo y la tierra». Cobran vida el señor Eszter, el músico enfermizo que desertó de todo tras haberlo visto vulgar y banal, y busca incansablemente afinar su piano con el antiguo sistema armónico de Werckmeister, así como elegir una suite que interpretar el resto de su vida.

También pululan por esta comedia del apocalipsis, digamos, la señora Eszter, malvada, sin escrúpulos y con la ambición de imponer su propia renovación moral; János Valuska, ingenuo y soñador chico de los recados, obsesionado con la armonía del universo y finalmente títere; o su madre, la señora Pflaum, viuda de dos maridos que renegó del hijo por vergüenza. Un escenario desangelado en que irrumpe un circo ambulante anunciando como atracción el esqueleto de una ballena, como el leviatán, como Moby Dick. Algo está a punto de pasar, pero no pasa. Y si pasa, no se sabe bien qué es. Por ella, Susan Sontag llamó a Krasznahorkai «maestro del apocalipsis».

El barón Wenckheim vuelve a casa (2024)

Lászlo Krasznahorkai ahonda otra vez en los temas de la huida y el regreso con esta historia del barón Béla Wenckheim, que decide regresar a su Hungría natal tras su exilio en Argentina, con la esperanza de reencontrarse con Marika, su antiguo amor. Pero su retorno, como el de Irimías, o como la llegada del gran espectáculo circense en las novelas anteriores, siembra la confusión en el pueblo porque lo reciben como el redentor que los salvará de la fatalidad, cuando no es más que un viejo zorro que ha dilapidado su fortuna en los casinos de Buenos Aires.

Todas las voces de esta comunidad, como siempre inasibles, porque ni ellos mismos comprenden lo que ocurre y les ocurre, arman una novela coral, la última publicada en España, que suena apocalíptica y que le ha vuelto a adjudicar a su autor el adjetivo de visionario. Deslumbrante e iluminadora a la vez. Un rompecabezas literal, más que un puzle, y solo para los que no tienen prisa, porque no se entra fácilmente en el laberinto, y mucho menos se sale. Sabiendo siempre que en la obra de este literato, que ya ganó el Premio Man Booker International y el Formentor de las Letras, «el cielo está triste». Y sin olvidar jamás que, como dijo Hölderlin, «lo que permanece lo fundan los poetas».

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