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Amaya Valdemoro, Ona Carbonell y Lydia Valentín, 3 mujeres que no se rinden

Amaya Valdemoro, Ona Carbonell y Lydia Valentín son tres luchadoras. ¿Sus superpoderes? Fuerza, tesón y talento. Con ellos han alcanzado la cima. Ahora, cuando las niñas quieran llegar más alto, más lejos y más fuerte, saben a quién mirar

Amaya lleva jersey de Maje, jeans de Guess y pendientes de Suarez. Ona, jersey de Samsoe&Samsoe, vaqueros de Reiko y pendientes de Aristocrazy. Lidia, jersey de Equipment, jeans de Jbrand y pendientes de Suarez. / PiPi HOrmA eCHeA

Ana Santos
ANA SANTOS

“Sois unas culonas y unas pechugonas”, le espetó un directivo de la Federación Española de Atletismo a la aragonesa Carmen Valero, tres veces campeona del mundo de cross y la primera atleta española en competir en unos Juegos Olímpicos. Corría el año 1976 y el directivo en cuestión estaba seguro de que las españolas, por su fisonomía, no estaban hechas para el deporte. Cuatro décadas después, a nadie se le ocurriría afirmar algo así. Primero, por lo ofensivo del comentario; y, segundo, porque las mujeres son, desde hace años, las que más triunfos están dando al deporte español. En Londres 2012, ellas eran el 40% de la delegación española y se colgaron 11 de las 17 medallas conseguidas; en Río de Janeiro, fueron nueve de 17.

A nombres propios que acostumbran a brillar en estas y otras competiciones, como Carolina Marín, Ona Carbonell, Garbiñe Muguruza, Mireia Belmonte, Lydia Valentín, Ruth Beitia o Sandra Sánchez, hay que sumar los triunfos conseguidos también por los equipos de fútbol (que acaba de ganar de forma brillante el Mundial Sub-17), baloncesto, gimnasia rítmica, hockey, natación sincronizada, waterpolo y balonmano.

Y eso a pesar de la diferencia de recursos que se destinan, la visibilidad mediática, el seguimiento por parte del público o la práctica habitual. De hecho, según el último informe del Consejo Superior de Deportes, aunque el número de mujeres federadas ha crecido un 8,8% respecto al pasado año –el doble que el de hombres–, sigue siendo solo el 22% de los deportistas federados. Y un estudio de la Universidad Carlos III en el que se analizan los principales diarios deportivos concluye que el deporte femenino apenas ocupa un 5% de sus páginas.

Por eso, los triunfos de nuestras deportistas son especialmente meritorios y las consideramos referentes sociales. Cartoon Network, una de las principales productoras mundiales de programas infantiles, se ha fijado en ellas para celebrar el 20 aniversario de Las Supernenas, la serie de animación protagonizada por tres superheroínas –Cactus, Pétalo y Burbuja–, que tratan de salvar al mundo y sirven de inspiración a las niñas de todo el planeta.

Tres estrellas de nuestro deporte han sido escogidas para recibir el Premio Supernenas por representar los valores de afán de superación, trabajo en equipo y constancia: la nadadora Ona Carbonell, la halterófila Lydia Valentín y la exbaloncestista Amaya Valdemoro. Ellas son nuestras protagonistas.

Lydia Valentín: campeona olímpica, del mundo y de Europa de halterofilia

Vestido de Uterqüe, zapatos de Úrsula Mascaró y pendientes de Aristocrazy. / PiPi HOrmA eCHeA

La pequeña Lydia (Ponferrada, 1985) vio las Olimpiadas de Barcelona 92 por televisión. Tenía siete años, pero ya soñaba con ir a unos Juegos. Y lo logró: ganó una medalla de plata en Pekín 2008, una de bronce en Río de Janeiro 2016 y está pendiente de recibir la de oro de Londres 2012, después de que sus rivales fueran eliminadas por dopaje. Además, es tetracampeona europea y bicampeona del mundo. Y sueña con subirse al podio en Tokio 2020. “¿Pienso alguna vez en dejarlo? Rotundamente, no”, asegura. Y es que, si su fuerza no es de este mundo, su espíritu competitivo tampoco. “Lo fundamental para lograr lo que deseas en la vida es motivación y disciplina. Pero creo que los deportistas de élite no se hacen, sino que nacen. La fortaleza mental la puedes lograr con los años, pero el instinto competitivo nace contigo. Cuando era niña, no me gustaba que nadie me ganara y veía que los otros niños no eran como yo. Si volviera atrás, haría exactamente lo mismo. Soy una privilegiada”, admite.

La sociedad no puede establecer qué deportes son para niños o para niñas".

Gracias a Lydia, España supo que la halterofilia no es solo cosa de hombres; que una mujer puede levantar 124 kilos y, acto seguido, sonreír al público y formar con los dedos un corazón, marca de la casa. Ella cree que, a estas alturas, no procede hablar de diferencias de género. “La halterofilia siempre ha estado más vinculada a los hombres, pero el año pasado en el centro de alto rendimiento éramos más chicas que chicos. El mundo es evolución y eso incluye el deporte. La sociedad no puede establecer qué especialidades son para niños o para niñas. Tienen que practicar lo que les haga felices. Es la única forma de lograr que destaquen”. A ella nunca le pusieron límites. “Al principio, mis padres ni conocían este deporte y les extrañó, pero siempre me animaron. El apoyo de la familia es básico porque el camino es duro”.

Lydia no descarta transmitir a los más jóvenes su experiencia, pero hoy tiene claro que desea “diseñar la ropa de la selección española de halterofilia. Me gusta mucho la moda y estoy creando mi línea de ropa deportiva”, dice. Y cuando se propone algo…

Ona Carbonell: subcampeona olímpica y campeona del mundo y europea de natación sincronizada

Pantalón y camisa de Sandro y pendientes de Suarez. / PiPi HOrmA eCHeA

El mejor ejemplo de que lo que enseña el deporte de élite sirve para todo lo que te propongas en la vida es Ona Carbonell (Barcelona, 1990). Porque quién le iba a decir a esta nadadora de sincronizada que “no sabía ni hervir un huevo” que iba a ganar la tercera edición de Masterchef Celebrity. “Mi familia me preguntaba si estaba loca pero, desde que supe que iba a ir al concurso, me dediqué a estudiar recetas y técnicas, a practicar... Me lo tomé con el mismo espíritu que las 10 horas diarias que entreno en la piscina”, dice. Es decir, derrochó las cualidades que ella admira en las Supernenas. “Hay que trabajar mucho, soñar con grandes retos y luchar en equipo. El deporte transmite unos valores maravillosos que me han ayudado mucho a madurar”, explica. Ona admite que tiene un punto débil: la constancia. “No todos los días me levanto con la misma energía e ilusión. Estar siempre al 100% es muy difícil, pero lo supero repitiéndome que tengo mucha suerte de vivir de lo que me apasiona y visualizando mi meta”.

Arriesgar en tres minutos el trabajo de cuatro años, te prepara para todo".

Lo ha ganado casi todo en natación sincronizada. Logró su primera medalla con la selección absoluta a los 17 años. Una década después, entre Mundiales, campeonatos de Europa y Olimpiadas, ya se ha colgado 34. Pero, fiel a su lema, carpe diem, no se plantea la retirada. “He pensado muchas veces en tirar la toalla. He pasado por momentos de vértigo, de miedo… Los retos son tan difíciles que te planteas si serás capaz. Pero hay que disfrutar cada segundo porque, en la vida y en el deporte, no sabes qué te puede pasar: si te vas a lesionar, si tu rival estará mejor que tú... Mi meta son los Juegos de Tokio. Luego evaluaré mi cuerpo y mi mente”.

No teme el día en que deje de nadar. “Aunque he dedicado toda mi vida a la sincro, el mero hecho de arriesgar en tres minutos el trabajo de cuatro años te prepara para lo que venga”, afirma. Su pasión es la moda y, desde hace años, diseña bañadores para la selección española y para la firma de ropa deportiva Taymory. Tampoco descarta probar suerte en la televisión y la interpretación. “En este deporte son muy importantes las clases de teatro y expresión corporal, y me gustan mucho. Quién sabe”.

Amaya Valdemoro: exbaloncestista, campeona de Europa y tres veces ganadora de la NBA femenina

Jersey de Samsoe&Samsoe, pantalón de Uterqüe, zapatillas de Nike y pendientes de Aristocrazy. / PiPi HOrmA eCHeA

Un campeonato de Europa, ocho ligas españolas, nueve Copas de la Reina, tres anillos de la WNBA (la NBA femenina), una Euroliga, tres Copas rusas… El palmarés explica por qué Amaya Valdemoro (Alcobendas, Madrid 1976) está considerada la mejor jugadora de baloncesto española de la historia. Empezó practicando atletismo, pero su 1,82 m de estatura se acabó imponiendo y con solo 15 años ya jugaba en primera división. Con 17, debutó con la selección. “Ahora el deporte femenino está muy integrado en los programas educativos y entre los valores que se deben inculcar, pero cuando yo era niña no era así. Me han llamado chicazo mil veces; me daba igual porque tenía claro que quería ser jugadora de baloncesto”.

A nosotras nos ha costado mucho más llegar a la excelencia deportiva".

Ya nos hemos acostumbrado a que se abran los telediarios con los triunfos de nuestras deportistas, pero la visibilidad del deporte femenino en nuestro país siempre ha ido muchos pasos por detrás del masculino. Amaya lo analiza así. “El deporte, sea de hombres o de mujeres, busca la perfección, los buenos resultados; y por razones culturales o económicas, a nosotras nos ha costado mucho más llegar a esa excelencia. Pero con las medallas y los triunfos ha llegado la visibilidad... o viceversa”. No olvida que ni siquiera las marcas de ropa deportiva se fijaran en ellas. “No nos quedaba otra que jugar con equipaciones de hombre porque no se diseñaba ropa para nosotras y, claro, nos quedaba todo grandísimo y fatal. Pero la feminidad no tiene nada que ver con el deporte. Sí, algunos deportes nos hacen desarrollarnos especialmente, pero la feminidad se lleva por dentro”, afirma.

Amaya ha jugado en Estados Unidos, Rusia, Brasil y Turquía, con las renuncias que esa vida nómada conlleva: “Amigos, familia, vacaciones… pero las cosas que he conseguido son espectaculares”, dice. Y colgó las zapatillas a los 37 años. Es un momento difícil para un deportista, pero ella empezó una nueva vida en la que no tuvo que renunciar a su pasión. “He sido muy afortunada. En cuanto me retiré, me llamaron de televisión para comentar los partidos. Hice una prueba y ya llevo cinco años. Me tomé esta nueva faceta profesional exactamente igual que mi carrera deportiva: tratando de mejorar cada día y preocupándome por las cosas que hacía mal para llegar a ser una buena comunicadora”.

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